domingo, 12 de febrero de 2017

DOMINGO VI, T.O. (A)


-Textos:

       -Eclo 15, 16-21
       -Sal 118, 1-5.17-18.33-34
       -1 Co2, 6-10
       -Mt 5, 17-37

“No he venido a abolir la ley, sino a darle plenitud”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¿Es difícil ser un buen cristiano? Al escuchar el evangelio de hoy puede darnos la impresión de que sí, que es difícil, y que Jesucristo nos propone un programa de vida demasiado exigente.

Pero no podemos olvidar la respuesta que Jesús dio en otra ocasión a aquel maestro de la ley que preguntaba: “¿Cúal es el principal mandamiento de la ley?” Jesús le responde: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se resume toda la Ley y los Profetas”.

Jesucristo propone al mundo la Ley de Dios, su voluntad, los diez mandamientos que reveló Dios a Moisés en el Sinaí. Pero la Ley de Dios no es un capricho de Dios para someter al hombre; los mandamientos de Dios son las señales de ruta, los indicadores para que caminemos por el camino que nos lleva a la libertad, a la justicia y a la paz. La voluntad de Dios es que el hombre viva, y alcance la felicidad.

Jesucristo nos propone los mandamientos de Dios y nos muestra cual es el espíritu que late en esos preceptos divinos, que no es otro que el amor a Dios y el amor al prójimo.

Desde esta clave, Jesucristo con autoridad soberana extrema y radicaliza los mandamientos de la ley de Dios, pero corrige y critica muchas de las normas particulares y secundarias, que los teólogos y juristas de su tiempo enseñaban al pueblo: “Habéis oído que se dijo: “No matarás”…, pero yo os digo: “Todo el que está peleado con su hermanos será procesado… “Habéis oído “No cometerás adulterio”… Yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha cometido adulterio”… “Se dijo a los antiguos…”No jurarás en falso… Pues yo os digo que no juréis en absoluto”.

Los seguidores de Jesús no hemos de limitarnos a cumplir rácanamente la ley, de mala gana, sólo por no pecar. Para los cristianos los mandamientos del Señor son cauces para practicar el amor.

Yo no debo robar, porque si robo voy a la cárcel: así piensa el legalista. El discípulo de Jesús dice: Yo no robo, porque robar es hacer daño al prójimo; y no me contento con no robar sino que, en la medida que puedo, doy dinero al necesitado.

Otro ejemplo: Yo voy a misa los domingos, no sólo porque es obligación, sino porque quiero y siento necesidad de escuchar la palabra de Dios y de recibir a Jesucristo en mi corazón.

Los seguidores de Jesús no nos situamos en el nivel de mínimos, es decir, para evitar el castigo, sino en el nivel de máximos impulsados por el amor.


Y para terminar, me queda lo mejor y lo más importante: Jesucristo no sólo nos propone amar y cumplir los mandamientos de Dios, sino que nos ofrece la fuerza y la gracia para poder cumplirlos. Porque Jesucristo regala su Espíritu, el Espíritu Santo, el cual nos da un corazón nuevo y un espíritu nuevo. De manera que libremente, con ganas y con entusiasmo amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos… ¡Y como el mismo Jesucristo nos ama!