domingo, 6 de noviembre de 2016

DOMINGO XXXII, T.O. (C)


Textos:

       -Mac 7, 1-2. 9-14
       -Tes 2, 16-3.5
       -Lc 20, 27-38

No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Nos conviene tomar nota de la gesta creyente de los Hermanos Macabeos: dan la vida valientemente y sin titubeos antes que renegar de su fe adorando a los ídolos falsos. Y tomemos nota también del motivo que les sostiene y les anima en la fidelidad a Dios: “Vale la pena morir en manos de los hombres, cuando se espera que Dios nos resucitará”.

Y tomemos nota también de un hecho de nuestros días: el hecho de muchos cristianos que están siendo martirizados por ser cristianos, por fidelidad a su fe. Y el motivo que los sostiene y le da fuerzas para no renegar de su fe, es el mismo, la fe en aquél artículo del credo que ellos, como nosotros, confesamos en cada eucaristía dominical: Creo en Jesucristo que resucitó de entre los muertos…, creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna.

El tema de la resurrección y de la vida más allá de la muerte es una cuestión inevitable, aunque algunos prefieren pasar del tema y no pensar.

El concilio Vaticano II, en uno de sus documentos, dice expresamente: “Son cada vez más… los que plantean o advierten con una agudeza nueva las cuestiones fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos, continúan subsistiendo?... ¿Qué seguirá después de esta vida terrena?” (GS 10)

Hermanos: Si somos mínimamente serios, y nos planteamos con sinceridad y sin miedo estas preguntas, quizás recibiremos con alivio y hasta con emoción, las palabras que hoy nos ha dicho Jesús: “(Dios), no es Dios de muertos sino de vivos; porque para él todos están vivos”.

Dios es amor, vida y misericordia. Nos creó porque nos amó, y porque nos amó y tuvo misericordia de nosotros nos dio a su propio Hijo. Jesucristo murió por nosotros y resucitó, para que nosotros podamos participar de su vida, vida de resucitado, que es vida eterna.

¿Cuál es el sentido del dolor, del mal y de la muerte? ¿Qué seguirá después de esta vida terrena?”. –“Creo en la resurrección de los muertos, creo en la vida eterna”, esa es nuestra respuesta. En Dios, Padre de amor y de misericordia, en la vida de Cristo resucitado, que ha vencido a la muerte, nosotros apoyamos nuestra esperanza. San Pablo escribe a los cristianos de Roma y les dice: “Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él; pues creemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, la muerte ya no tiene dominio sobre él” (Ro 6, 8-9).

Y la fe y la esperanza en la vida eterna dan sentido, ánimo y fuerza a nuestra vida presente: Merece la pena luchar por la justicia y por un mundo mejor, merece la pena apoyar a los pobres y luchar contra la pobreza; tiene sentido el dolor por amor y también el dolor no buscado, pero ofrecido con Cristo; merece la pena vivir, merece la pena amar y creer en el amor. Porque, después de la muerte, resucitaremos. Y la vida de aquí, así vivida, es semilla de vida eterna.


Con san Pablo termino: “Que Jesucristo, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza, os consuele internamente y os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas”.