domingo, 12 de junio de 2016

DOMINGO XI, T.O. (C)

Textos:

      - 2 Sam. 12, 7-10.13
      - Gal. 2, 16.19-21
      - Lc. 7, 36-8,3

Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor”

 
Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

 
En época de exámenes, preparando campamentos y vacaciones, la eucaristía de este domingo nos propone abrir nuestra mente y nuestro corazón a la misericordia de Dios.
¿Qué imagen de Dios tenemos? ¿Qué tono da a nuestra vida la idea de Dios que preside nuestra conducta?. La fe que profesamos en Dios, ¿nos da ánimo?, ¿Nos infunde miedo?, ¿Nos ayuda a superar las dificultades, a dar sentido al dolor?, ¿Nos infunde esperanza?

 
Uno de los motivos importantes que han movido al papa Francisco a proclamar el “Año de la misericordia” es dar lugar a que los cristianos examinemos la idea de Dios que tenemos, y sobre todo, la imagen de Dios que reflejamos ante los demás con nuestra conducta.

 
Una de las razones importantes que explican el fenómeno de la increencia, y del alejamiento de muchas personas de la práctica religiosa es la idea de Dios que tienen, en la que han sido formados, o la que se han ido formando ellos mismos desde la experiencia de la vida. Un Dios coartador de la libertad, que castiga e infunde miedo. No han conocido, no llegan a plantearse que Dios es amor, Padre de misericordia, lento a la ira y rico en clemencia, que da la vida e infunde esperanza.

 
En la primera lectura hemos visto el caso del rey David. Cometió un pecado gravísimo y de todo punto reprobable. Pero, a penas, atendiendo a la voz del profeta, reconoce su pecado y se arrepiente, “He pecado contra el Señor”, Dios inmediatamente le perdona: “El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás”, le dice el profeta.

 
En el evangelio es Jesús mismo quien, con su modo de proceder, deja patente el rostro del Dios de la misericordia. Ante el escándalo farisaico del dueño de la casa y de los comensales, Jesús acoge amablemente a esta mujer que soporta la mala reputación de la gente, y al final, oye la palabra que la revaloriza ante sí misma y ante los demás: “Tus pecados están perdonados… Tu fe te ha salvado, vete en paz”.

 
Dios, el Dios que nos revela Jesucristo, no ha venido a condenar, sino a salvar. “Tanto ha amado Dios al mundo, que ha enviado a su Hijo, para que el mundo se salve por él”.

 
Notemos cómo la experiencia de Dios que acoge, perdona y ama, provoca amor y gratitud, en quienes con fe y humildad se acercan a él para reconocer su pecado y liberarse de la culpa que le atormenta.

 
¿Qué idea de Dios preside nuestra vida? ¿Qué imagen de Dios ofrecemos a los demás con nuestra conducta?

 
Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso”. Si experimentamos la misericordia de Dios, estamos en las mejores condiciones para evangelizar y ofrecer al mundo una imagen de Dios reconfortante, atrayente, que mucha gente busca a tientas, y necesita.

 
-El contraste tan vivo entre el fariseo y el recibimiento que le hace a Jesús, y la mujer pecadora, que se pone a enjugar los pies de Jesús, con sus lágrimas: es el mejor indicador para llegar a alcanzar la experiencia del Dios que nos muestra Jesús, y que el papa Francisco quiere que todos obtengamos y mostremos a los demás: Experiencia real, liberadora y vivificante a la que nos llama Jesús, y que el mundo necesita.