domingo, 10 de abril de 2016

DOMINGO III DE PASCUA(C)

Textos:

        Hch 5, 27b-32. 40b-41
        Ap 5, 11-14
        Jn 21, 1-14

Pedro, ¿me amas?"

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Jesús pregunta tres veces a Pedro si le quiere, porque tres veces le negó en la noche oscura y dolorosa de su pasión. Pero no para humillarlo, sino para confirmarlo en el amor. Porque Pedro, si negó tres veces a Jesús en el momento de la pasión y muerte de Jesús, fue, sin duda, porque en aquel momento Pedro aún no comprendía el procedimiento y el camino que Dios había elegido para establecer su reinado en el mundo.
  
Los caminos de Dios no son nuestros caminos. El camino de Dios es el amor y la misericordia, que ganan los corazones respetando la libertad, y no, el poder y la fuerza que pretenden imponerse suplantando o eliminando la libertad.

Dios cree en el amor, en su amor, y apuesta por la misericordia. Y Jesús es el rostro del amor y de la misericordia de Dios.

Por eso, Jesús, después de su resurrección, quiere dejar bien claro a Pedro y a todos sus seguidores, que no es el poder, sino el amor, el camino escogido por Dios.

Tú, Pedro, el primero de los Doce, sí, vas a presidir a todos mis discípulos, a toda la Iglesia, pero no asentándote en la vanidad de tener el primer puesto, ni por medio de la fuerza, ni para construir un imperio en la tierra que aniquile los demás imperios; tú, Pedro, vas a presidir a todos en el amor, y en la caridad”. “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero, sea el esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por la multitud”. (Mc 10, 42-45)


Estamos celebrando el “año de la misericordia”. Este evangelio es una muestra más de que Dios es amor y misericordia, que cree en el amor y que apuesta por el amor y la misericordia. Y no en el sentido de que el poder es malo y es incompatible con el amor y la misericordia, sino en el sentido de que el amor y la misericordia son necesarios para hacer posible un ejercicio razonable del poder al servicio de la justicia y del bien común.

Jesucristo, vivo y resucitado, hoy nos examina a todos: a Pedro, y al sucesor de Pedro,  y a los obispos, y a los sacerdotes, y a todos nosotros, bautizados, que nos consideramos discípulos y seguidores de Jesús.

Porque todos tenemos una misión, y a todos se nos invita salir a pescar, a evangelizar.

Será muy conveniente que hoy, en un momento de paz y de silencio demos lugar a que Jesús pregunte: “¿Me amas?, ¿De verdad me quieres? ¿De verdad crees en la fuerza del amor y de la misericordia para salvar el mundo?

Vosotras, queridas hermanas benedictinas, que por vocación habéis abrazado una Regla que sólo se explica desde el más puro amor de Cristo, haréis muy bien el someteros al examen que hoy hace Jesús a toda la Iglesia: “¿Me amas?” ¿Crees en la fuerza del amor y de la misericordia para salvar el mundo?

Ahora vengamos al altar; al ver sobre la mesa el pan y el vino preparados para convertirse en su Cuerpo y Sangre, escuchemos a Jesús que nos llama: "Venid y almorzad"; “tomad y comed, esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros”, para la salvación del mundo.