domingo, 7 de diciembre de 2014

DOMINGO II DE ADVIENTO

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Consolad, consolada a mi pueblo…, hablad al corazón de Jerusalén, gritadle…: no temas, di a las ciudades de Judá: aquí está vuestro Dios… Dios, el Señor, llega con fuerza…
Agradecemos estas primeras palabras de la liturgia de hoy; nos reconfortan: Consolad a mi pueblo… el Señor llega…Necesitamos un salvador. Los comentaristas de la radio, de la televisión, de los periódicos dicen que necesitamos un líder, un verdadero líder, un hombre superdotado. La palabra de Dios nos dice que necesitamos un salvador, necesitamos a Dios. Él mismo es nuestro Salvador, él viene a salvarnos.
Tendríamos que preguntarnos si la gente echa en falta a Dios; si piensa que la verdadera necesidad que tenemos es que Dios esté más presente en este mundo, y su ley, la ley de Dios, sea más respetada.
Nosotros creemos que sí, estamos convencidos de que los problemas que tiene este mundo y que tanto hacen sufrir a individuos y pueblos enteros, son, primero y sobre todo, de orden moral y religioso.
El mundo andaría mejor si todos cumpliéramos los mandamientos de Dios y los derechos humanos fundamentales; si respetáramos la dignidad que tienen los pobres, los débiles y todo ser humano. El mundo andaría mejor, si escucháramos la voz de la conciencia, si tuviéramos en cuenta la virtud de la honestidad, de la fidelidad a la palabra dada, el sentido de la responsabilidad, en vez de estar pendiente sólo de que no nos pillen en un fraude a la ley.
Dios es el mejor defensor de los derechos humanos y de los pobres. Contar con Dios en la vida es la fuerza más poderosa que influye, guarda y mueve a la conciencia de cada uno para hacer el bien.
Este es nuestro convencimiento y nuestra fe. Por eso, esperamos que venga Dios a nuestro mundo, mejor dicho, que nuestro mundo tenga mucho más en cuenta la presencia de Dios en él. Esperamos, no sólo un líder político o un científico, o un especialista de la economía. Todos ellos son necesarios. Pero creemos que, más necesario es todavía que Dios cuente en la conciencia de cada uno y que la conciencia de cada uno tenga virtud y fuerza suficiente para practicar la justicia, amar al prójimo, compartir con los pobres, conformarse con el dinero justo; atenerse a la leyes justas.
Por eso, nos reconforta esta mañana escuchar las palabras del profeta: Dios, el Señor, viene con fuerza, su brazo manda. Y cantamos con toda el alma: “Ven, ven, Señor, no tardes; ven, ven que te esperamos”. Porque creemos que Jesús es Mesías, enviado de Dios, Hijo de Dios y Salvador; que trae la buena noticia, porque trae el amor y la fuerza, que necesita el corazón humano enfermo de egoísmo y falto de justicia y de sentido de Dios.
Por eso, no nos deja indiferentes el grito de Juan el Bautista en el evangelio: Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos.
¿Qué podemos hacer en este preciso tiempo de Adviento? ¿Cómo hemos de preparar la Navidad? Juan predicaba que se convirtieran…, que confesasen sus pecados, dice el evangelio.
Permitidme, tres palabras: Oración, austeridad y caridad. En este tiempo, escuchar la Palabra de Dios y hacer más oración; imponernos más austeridad a la hora de gastar en regalos y comidas, y pensar en compartir con generosidad nuestros bienes con los necesitados.
Sí, preparemos el camino al Señor, porque es verdad, el Señor viene y viene con fuerza, para consolar a su pueblo y hablar al corazón de esta sociedad.