viernes, 10 de abril de 2020

VIERNES SANTO


-Textos:

       -Is 52, 13-53, 12
       -Sal 30
       -Heb. 4, 14-16. 5, 7-9
       -Jn 18, 1-19, 42.

Inclinó la cabeza y entrego el espíritu”

Queridas hermanas benedictinas:

Dos acontecimientos importantes ocupan hoy nuestra atención espiritual. El dolor y la preocupación por la tragedia de la pandemia del coronavirus, y la conmemoración litúrgica de la Pasión y Muerte de Jesucristo. No son incompatibles en orden a vivirlos con la seriedad que merecen, todo lo contrario se complementan mutuamente.

Esta tarde de Viernes Santo ponemos los ojos de la fe y del corazón y miramos a Cristo Crucificado. Dejemos que nuestros sentimientos se contagien de los sentimientos del Buen ladrón que humilde acude al Señor; queremos tener los mismos sentimientos del apóstol San Juan y, sobre todo, los sentimientos de María, Madre de Jesús y desde ese momento también Madre nuestra.

Pedimos la gracia de Dios para introducirnos en todo lo que está viviendo nuestro Señor, Jesús, el Crucificado, y acudimos a la primera lectura, en la que el profeta Isaías nos habla del Siervo de Yahvé, personaje que, según la interpretación común y tradicional, es el esbozo anticipado de Jesucristo y del significado profundo que su pasión y muerte tienen en los planes de Dios.

Ponemos la atención especialmente en dos frases de este revelador canto: la primera, “El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestro dolores”. Jesús, en su pasión, soportó y asumió, no solo su propio dolor, sino también los dolores y sufrimientos de toda la humanidad. En la segunda frase se dice del Siervo de Yahvé, Jesús: “Fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes”. Es decir Jesús asumió, no solo el dolor y el sufrimiento, sino además, los pecados y las injusticias de toda la humanidad.

Este acto de asumir el dolor y los pecados de la humanidad, -que Jesús lo puede hacer porque es hombre como nosotros y a la vez Dios, como su Padre y el Espíritu Santo-, es una buena noticia para todo el mundo. Porque Jesucristo resucitó, y al resucitar, venció a la muerte, al pecado, al dolor y a todas las desgracias que nos afligen en esta vida.

Ni el dolor, ni la muerte, ni siquiera una vida viciosa y depravada justifican que caigamos en la desesperación. El dolor y la muerte asumidos por Jesús crucificado, en un acto de solidaridad inimaginable, pero cierto, han dejado abierto, para todos y para siempre, la vía de la esperanza. El dolor y la muerte no tienen la última palabra, la tiene Jesucristo muerto por nosotros, pero resucitado para nuestra salvación.

Y para terminar, una segunda consideración, Jesús afronta el problema del mal, del sufrimiento y del pecado, desde la aceptación libre de la voluntad de Dios y desde el amor extremo a los hombres, desde una solidaridad que le lleva a una identificación total con el drama del hombre en este mundo.

¿Por qué Dios, si es bueno, permite calamidades como la pandemia del coronavirus, y tanto dolor y tanta injusticia? “Los caminos de Dios no son nuestros caminos”. Dios nos responde: “Mirad al Crucificado”, “Creed en Jesús”, “Él es el camino y la verdad y la vida”. El amor al prójimo, la entrega generosa, la solidaridad efectiva son las notas del camino de Jesús. El camino de Jesús es un espíritu que debe impregnar todos los caminos y medios que el hombre, en el ejercicio de su libertad y responsabilidad, tiene que descubrir para colaborar con Dios y luchar contra los azotes más terribles, que atacan contra el bien, la felicidad, la armonía y la paz de la humanidad y de la naturaleza.

Los gestos, muchas veces heroicos de sanitarios, y de muchos hombres y mujeres que se arriesgan al contagio por los servicios imprescindibles que tienen que atender, son un ejemplo concreto de solidaridad y de entrega generosa al modo de Jesús. Ellos son adelantados en el camino que Jesús ha marcado para liberar al mundo del dolor y de la muerte.