domingo, 26 de febrero de 2017

DOMINGO VIII, T.O. (A)

-Textos:
       
       -Is 49, 14-15
       -Sal 61, 2-3.6-9
       -1 Co 4, 1-5
       -Mt 6, 24-34

Sobre todo buscad el Reino de Dios y sus justicia; lo demás se os dará por añadidura”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

En este domingo inmediatamente anterior al comienzo de la Santa Cuaresma escuchamos otro conjunto de enseñanzas de Jesús recogidas por San Mateo en el Sermón de la Montaña.

El Sermón de la Montaña se explicaba a los recientemente bautizados, que vivían con entusiasmo la fe en Jesús muerto y resucitado, que daba la vida eterna y el perdón de los pecados. Nosotros también somos bautizados.

Ellos sabían muy bien que no hay bautismo sin rechazo de toda idolatría; ellos sabían muy bien que “no se puede servir a Dios y al dinero”. Porque el dinero, que en sí es un instrumento que facilita la vida y el intercambio de bienes, es muy peligroso; tiene una gran fuerza seductora para convertirse en tirano absoluto y despótico; en ídolo que embota las conciencias, exige toda suerte de sacrificios y no repara en cometer toda clase de injusticias y atropellos.

Pero Jesús no pone tanto el acento en el dinero, como en el amor al dinero. La idolatría, hermanos, se da en el corazón. Y Dios nos pide el corazón: “Amarás al Señor con todo tu corazón… Y al prójimo como a ti mismo”.

Cuando el dinero se convierte en ídolo, el corazón se hace esclavo de los bienes materiales. Cuando dejamos de poner a Dios sobre todas las cosas, el corazón no resiste la tentación de poner la felicidad en las cosas: comprar, consumir, gastar, probar la moda y la última novedad. Y en muchos casos, ocurre algo peor: dejamos de amar al prójimo como a nosotros mismos; nunca se nos hace la hora de renunciar a una cosa, para poder ayudar al necesitado.

El papa Francisco ha dicho con contundencia: «Nos estamos volviendo incapaces de compadecernos de los clamores de los otros y ya no lloramos ante el drama de los demás».

Para liberar el corazón humano de la tentación de idolatrar el dinero y los bienes materiales, Jesucristo propone la entrada en el Reino de Dios: “Sobre todo buscad el Reino de Dios y sus justicia; lo demás se os dará por añadidura”.

Jesucristo no dice que descuidemos el trabajo y el cuidado de la comida y el vestido; dice que no nos preocupemos con ansiedad de esas cosas. Jesucristo tiene mucho sentido común y hace recomendaciones que convencen: “¿No vale más la vida que el vestido?” “¿Quién de vosotros a fuerza de agobiarse podrá añadir una hora al tiempo de su vida?”.

Pero Jesucristo va al fondo de la cuestión: Si marginas a Dios, y pones tu confianza total en el dinero y las cosas, serás esclavo del dinero y de las cosas. Y vivirás ansioso y agobiado. Pero, si pones a Dios por encima de las cosas y del dinero, serás libre, serás señor de ti mismo, y tendrás fuerza para controlar el afán de dinero, sabrás conformarte con lo necesario. Y vivirás en paz contigo mismo y con los demás. “Sobre todo buscad el Reino de Dios…”.

Buscad el Reino de Dios”: Buscas el Reino de Dios, si crees en Jesucristo; crees en Jesucristo, si has descubierto el amor, la ternura y la misericordia de Dios, y si pones en práctica la oración, los mandamientos, las bienaventuranzas, la preferencia por los pobres, las obras de misericordia.

Vengamos a la eucaristía donde con más atención y devoción que nunca vamos a decir: Padre nuestro… venga a nosotros tu Reino”.


domingo, 19 de febrero de 2017

DOMINGO VII, T.O. (A)

-Textos:

       -Lev 19, 1-2. 17-18
       -Sal 102, 1-4. 8-13
       -1 Co 3, 16-23
       -Mt 5, 38-48

No hagáis frente al que os agravia… Si uno te abofetea en la mejilla derecha preséntale la otra… Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen… Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¿Se puede vivir en este mundo practicando estas consignas que nos propone Jesucristo en este evangelio?

Estas frases y el evangelio entero que hemos leído son el retrato real de Dios. Dios se porta así con nosotros, los humanos, mientras pasamos por este mundo. Dios respeta al que le ofende y le devuelve bien por mal, y le da oportunidad de arrepentirse; Dios, en su Hijo, Jesús, pone la mejilla y se limita a decir: ¿Por qué me pegas?”. Dios perdona a los que le persiguen y calumnian…

Y porque Dios es así con nosotros, Dios, por boca de su Hijo Jesús, se atreve a decirnos “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.

Nuestro Padre, Dios, queridos hermanos, apuesta por el amor. Él mismo es amor; y nos ha hecho a nosotros a su imagen y semejanza. Por eso, nuestra vocación es el amor: Amar y ser amados. El amor es el anhelo más genuino de nuestro corazón y también el resorte más poderoso para realizarnos en la vida.

Y el amor, pero no cualquier amor, sino el amor tal como lo enseñó y lo práctico Jesús, hasta dar la vida por el bien de los demás, es la clave para entender el evangelio que hemos escuchado y que nos parece tan radical, tan difícil, y tan utópico y poco realista.

Este amor que Jesús nos propone no es un sustitutivo de la justicia y el derecho. Es más bien el espíritu que debe animar la práctica de la justicia, la reivindicación de nuestros derechos y todas las relaciones humanas. San Juan Pablo II ha explicado que la justicia sin el espíritu de la misericordia, puede derivar en injusticia. Muchos matrimonios saben que para vivir en armonía y para crecer cada día en el amor es preciso saber pedir perdón y perdonar. “Amor saca amor”, dice Santa Teresa, y “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor” nos ha enseñado san Juan de la Cruz.

Jesús no sólo nos llama a creer en el amor y a practicarlo hasta el punto de amar a los enemigos y rezar por los que nos persiguen, Jesús nos proporciona la fuerza y la gracia para que podamos practicar estos extremos de amor.

Escuchar la Palabra de Dios, la oración, recibir los sacramentos, ser miembro activo en la comunidad parroquial nos ponen en condiciones de vivir este amor, que viene a ser como la sal que sazona todas nuestras actividades, trabajos y relaciones sociales y como la llama que ilumina las decisiones que dan sentido a nuestra vida.

En Jesús por el bautismo, somos hijos de Dios. El Espíritu Santo infunde el amor de Dios en nuestros corazones, podemos aspirar a ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. Ahora, en la eucaristía: vamos a rezar: “Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu”.




domingo, 12 de febrero de 2017

DOMINGO VI, T.O. (A)


-Textos:

       -Eclo 15, 16-21
       -Sal 118, 1-5.17-18.33-34
       -1 Co2, 6-10
       -Mt 5, 17-37

“No he venido a abolir la ley, sino a darle plenitud”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¿Es difícil ser un buen cristiano? Al escuchar el evangelio de hoy puede darnos la impresión de que sí, que es difícil, y que Jesucristo nos propone un programa de vida demasiado exigente.

Pero no podemos olvidar la respuesta que Jesús dio en otra ocasión a aquel maestro de la ley que preguntaba: “¿Cúal es el principal mandamiento de la ley?” Jesús le responde: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se resume toda la Ley y los Profetas”.

Jesucristo propone al mundo la Ley de Dios, su voluntad, los diez mandamientos que reveló Dios a Moisés en el Sinaí. Pero la Ley de Dios no es un capricho de Dios para someter al hombre; los mandamientos de Dios son las señales de ruta, los indicadores para que caminemos por el camino que nos lleva a la libertad, a la justicia y a la paz. La voluntad de Dios es que el hombre viva, y alcance la felicidad.

Jesucristo nos propone los mandamientos de Dios y nos muestra cual es el espíritu que late en esos preceptos divinos, que no es otro que el amor a Dios y el amor al prójimo.

Desde esta clave, Jesucristo con autoridad soberana extrema y radicaliza los mandamientos de la ley de Dios, pero corrige y critica muchas de las normas particulares y secundarias, que los teólogos y juristas de su tiempo enseñaban al pueblo: “Habéis oído que se dijo: “No matarás”…, pero yo os digo: “Todo el que está peleado con su hermanos será procesado… “Habéis oído “No cometerás adulterio”… Yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha cometido adulterio”… “Se dijo a los antiguos…”No jurarás en falso… Pues yo os digo que no juréis en absoluto”.

Los seguidores de Jesús no hemos de limitarnos a cumplir rácanamente la ley, de mala gana, sólo por no pecar. Para los cristianos los mandamientos del Señor son cauces para practicar el amor.

Yo no debo robar, porque si robo voy a la cárcel: así piensa el legalista. El discípulo de Jesús dice: Yo no robo, porque robar es hacer daño al prójimo; y no me contento con no robar sino que, en la medida que puedo, doy dinero al necesitado.

Otro ejemplo: Yo voy a misa los domingos, no sólo porque es obligación, sino porque quiero y siento necesidad de escuchar la palabra de Dios y de recibir a Jesucristo en mi corazón.

Los seguidores de Jesús no nos situamos en el nivel de mínimos, es decir, para evitar el castigo, sino en el nivel de máximos impulsados por el amor.


Y para terminar, me queda lo mejor y lo más importante: Jesucristo no sólo nos propone amar y cumplir los mandamientos de Dios, sino que nos ofrece la fuerza y la gracia para poder cumplirlos. Porque Jesucristo regala su Espíritu, el Espíritu Santo, el cual nos da un corazón nuevo y un espíritu nuevo. De manera que libremente, con ganas y con entusiasmo amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos… ¡Y como el mismo Jesucristo nos ama!

domingo, 5 de febrero de 2017

DOMINGO V, T.O. (A)

-Textos:

       -Is 58, 7-10
       -Sal 111, 4-9
       -1 Co 2, 1-5
       -Mt 5, 13-16

Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa…vosotros sois la luz del mundo”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Nos lamentamos muchas veces porque va decreciendo la práctica religiosa, porque hay muy pocas vocaciones para sacerdotes, para religiosos y religiosas, para la vida contemplativa. Los que somos mayores recordamos tiempos pasados y nos duele. Hay también muchos cristianos bautizados que constatan este descenso en la práctica religiosa y no les importa. En nuestra sociedad hay muchos bautizados cristianos, pero hay pocos bautizados cristianos que viven como cristianos.

Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa…”

Todos gustamos diariamente la sal; todos conocemos su virtualidad y su fuerza. Unos pocos granos de sal son capaces de sazonar y dar un punto especial a los alimentos que se cuecen en una hermosa olla.

Así debemos ser los seguidores de Jesús, los bautizados cristianos en la sociedad. “Vosotros sois la sal de la tierra”. Y fijaos bien que dice: “Vosotros sois”. No dice “Podéis ser” o “Debéis ser” o “Vais a ser”. Dice: “Sois”. “Sois, porque en el bautismo habéis sido hecho hijos de Dios y todos habéis recibido el Espíritu Santo y todos habéis recibido fuerza y capacidad para ir por todo el mundo y predicar el evangelio”. Os basta ser lo que sois, y tenéis fuerza para saborear el mundo. Pero eso, sí, tenéis que ser lo que sois. Porque si la sal se vuelve sosa, ¿quién la salará? Si los bautizados no vivís como bautizados, ¿qué va a ser de esta sociedad? ¿Qué va a ser de este mundo? Y, ¿qué va ser de vosotros mismos? Si vosotros bautizados no vivís como bautizados, y perdéis vuestra sustancia, no servís para nada, quedaréis, en cuanto cristianos, marginados y echados al cubo de la basura de esta sociedad”.

Vosotros sois la luz del mundo”: Es la segunda nota de identidad que nos dirige Jesús a nosotros esta mañana. Tiene un carácter claramente apostólico, de misión, de responsabilidad de comunicar a esta sociedad la luz y el sentido de la vida que hemos descubierto por la fe en Jesucristo. Si de verdad somos sal de la tierra, tenemos que ser luz del mundo para nuestros contemporáneos en esta sociedad.

¿Y cómo?, nos podemos preguntar. ¿Qué podemos hacer para ser sal que transforme este mundo, y luz en medio de esta sociedad que tantas cosas buenas tiene, y sin embargo, se siente angustiada, confusa y en tinieblas?
Volvamos a la primera lectura: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne (no te desentiendas de tus semejantes)… Cuando practiques todo esto, brillará tu luz en las tinieblas”.

Aquí tenemos la respuesta: compartir con el necesitado, respetar al prójimo, esto y prácticas parecidas nos convierten en luz de evangelio en medio de este mundo. Hay, sin duda, otros medios y modos de ser luz, como pueden ser la oración, o el martirio, si ocurre. Pero esta mañana la Palabra de Dios nos dice expresamente: “Parte tu pan con el hambriento, viste al desnudo y brillará tu luz”. Nada de ser cristianos que viven a lo pagano.

Hoy la Palabra de Dios nos anima a salir de la mediocridad, a dejar el intento de contentar a Dios y a los que viven como si Dios nos existiera. Hoy se nos invita a tomar conciencia de lo que somos como bautizados cristianos: “sal de la tierra” y “luz del mundo”.

Creamos en nosotros mismos, creamos en la misión que se nos encomienda; el mundo nos necesita, incluso sin darse cuenta, nos espera; necesita la luz de Cristo y la sal del evangelio.


Que la eucaristía nos dé la fuerza para anunciar la muerte de Cristo, proclamar su resurrección y gritar: “Ven, Señor Jesús”.