domingo, 31 de mayo de 2020

DOMINGO DE PENTECOSTÉS (A)


-Textos:

       -Hch 2, 1-11
       -Sal 103, 1ab. 24bc-30.31.34
       -1 Co, 12, 3b-7. 12-13
       -Jn 20, 19-23

Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”.

Queridas hermanas benedictinas:

Domingo de Pentecostés, cumbre y corona del tiempo pascual. Fiesta grande, día de alegría y de acción de gracias a Dios por la gracia de la fe y la revelación de su misterio.

Las lecturas de la misa de esta fiesta de Pentecostés nos permiten descubrir cuatro tesoros de gracia divina que Jesús resucitado transmite a sus discípulos para hacerlos capaces de continuar la obra del Reino de Dios, que él comenzó en este mundo: El don de la paz, resumen de todos los dones divinos; el perdón de los pecados, que abre las puertas a la vida eterna; la misión de anunciar el evangelio a todas las gentes, el fruto de la unidad en la comunidad de seguidores, es decir, la Iglesia, y sobre todo, para dar, impulso y vida a estas fuentes de gracia y de salvación, les otorga el gran don prometido antes de su muerte y concedido después de su resurrección, el Espíritu Santo.

Estos dones divinos son el legado de Cristo glorioso y resucitado que encomienda a los primeros discípulos, y a los discípulos de todos los tiempos, a nosotros, bautizados y miembros de la Iglesia.

Hermanas y hermanos: Hemos escuchado la alegría, el entusiasmo que el Espíritu Santo despertó, el día de Pentecostés en los mismos discípulos y en el público que los escuchaba con asombro. Cuántos se convirtieron, allí nació la Iglesia, y comenzó a brotar el germen de un mundo nuevo.

Y esta es la buena noticia de esta fiesta: La misma gracia, los mismos dones que legó Jesús a sus discípulos la tarde del primer domingo de resurrección y que se manifestaron en Pentecostés, permanecen vivos y activos hoy en la Iglesia, que vive en medio del mundo.

Hoy siguen activos para la vitalidad de la misma Iglesia y para la trasformación de este mundo, en un mundo nuevo, anticipo del Reino de Dios, permanecen con nosotros: la paz, el perdón de los pecados, la Iglesia, la evangelización, y sobre todo, el Espíritu Santo, dador de todos los dones.

Abramos los ojos: Padres cristianos que bautizan a sus hijos, personas adultas que piden el catecumenado y el bautismo, movimientos evangelizadores, que reavivan, en muchos bautizados, la llama adormecida de la fe, comunidades parroquiales y de religiosos y religiosas, que se adentran en las periferias marginadas para anunciar la fe y aliviar la marginación. Comunidades contemplativas, que en el silencio mantienen viva la esencia de la adoración y de la alabanza al Dios trascendente y encarnado que nos reveló Jesús; sacerdotes jóvenes y mayores, que se desviven por animar unas vidas, laicos cristianos comprometidos en hacer una sociedad más conforme a los valores del evangelio; voluntarios cristianos y no cristianos que llevan su preparación profesional y cultural a pueblos menos desarrollados; el testimonio vivo y reciente de tantos sanitarios y responsables de servicios sociales arriesgando su vida para salvar vidas del coronavirus…

Todos estos hechos muestran la presencia viva y activa del Espíritu Santo, y la fecundidad de la paz de Dios, del perdón de los pecados y de la Iglesia, que celebra hoy el acontecimiento salvador de Pentecostés.



domingo, 24 de mayo de 2020

FESTIVIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR



-Textos:

       -Hch 1, 1-11
       -Sal 46, 2-3. 6-9
       -Ef 1, 17-23
       -Mt 28, 16-20

¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” “Id y haced discípulos de todos los pueblos”.

Queridas hermanas benedictinas: Nos encontramos aquí, solitos y en número reducido, pero la fiesta grande que celebramos en este domingo de la Ascensión de nuestro Señor Jesucristo a los cielos ensancha el horizonte de nuestra fe a los límites del orbe y hasta el cielo infinito.

¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?”, dicen los ángeles a los discípulos. La frase en muchas ocasiones la hemos entendido en el sentido casi de un reproche. Que no nos quedemos estáticos y parados mirando al cielo, sino que vayamos cuanto antes al mundo a vivir en la esperanza. Pero la frase antes que una advertencia, afirma un dato: los apóstoles miraban al cielo. Mirar hacia el cielo no tiene por qué impedir que nos evadamos de los asuntos de la tierra. “Estamos llamados a mirar al cielo hacia la realidad divina”, dijo en su día el papa emérito Benedicto XVI. Mirar al cielo es una señal de nuestra confianza en Dios y un gesto profético que anuncia la presencia de Dios en un mundo que pretende vivir “como si Dios no existiera”.

Y mientras vemos a Jesús triunfante que sube a los cielos, retengamos en la memoria de nuestro corazón sus últimas palabras en la tierra: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. El Señor Jesús resucitado se va físicamente de la tierra, pero se queda con nosotros espiritual y glorioso, todos los días, hasta el fin del mundo. Estas palabras dichas en este solemne momento debieron dejar muy consolados a los discípulos, que pronto iban a recibir al Espíritu Santo en Pentecostés. 

Estas palabras tienen validez permanente. Son palabras para nosotros hoy y deben llenarnos de consuelo y alegría. Jesucristo que nos amó hasta el extremo, que resucitó y venció a la muerte y al pecado y subió a los cielos, Jesucristo está con nosotros hoy y todos los días de nuestra vida. Está presente en la eucaristía, está presente en su palabra proclamada en la comunidad de seguidores, que es la Iglesia, está presente en la misma comunidad reunida en su nombre, está presente en los pobres, en los enfermos, en el prójimo necesitado y, además, Jesucristo sube a los cielos para enviarnos el Espíritu Santo que nos ayuda a descubrir cómo Jesucristo nos sale al encuentro continuamente en el camino de la vida.

Recojamos por último otro mensaje esencial en la fiesta de la Ascensión del Señor, dirigido a todos, absolutamente a todos los que estamos celebrando la fiesta: “Id y haced discípulos de todos los pueblos,… bautizándolos… y enseñándoles a guardar todo lo que os he enseñado”.

domingo, 17 de mayo de 2020

DOMINGO VI DE PASCUA (A)


-Textos:

       -Hch 8, 5-8. 14-17
       -Sal 65, 1-3a. 4-7a. 16. 20
       -1Pe 3, 15-18
       -Jn 14, 15-21

Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre dispuestos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere”.
Queridas hermanas benedictinas:

Sexto domingo de Pascua, el próximo domingo celebraremos la Ascensión del Señor a los cielos. ¿Cómo cantar un cántico de aleluya al Señor en tiempo de pandemia?

En el evangelio que se ha proclamado vemos a los discípulos temerosos y tristes porque presienten que Jesús, a quien están viendo resucitado, va a subir definitivamente al cielo y, así piensan ellos, los va a dejar solos.

En cierto modo también nosotros y mucha gente, ante la tragedia y el desastre que está produciendo el coronavirus puede sentir la sensación de que Jesús se ha ido, ha subido al cielo y nos ha dejado solos ante el peligro. Como si Dios se hubiera desentendido de nosotros. Algunos que ya habían abandonado la fe y todo sentimiento religioso, quizás, estén confirmándose en su decisión, y hasta miren con cierta conmiseración y burla a los que seguimos creyendo.

Pero Jesucristo viene hoy a nuestro encuentro en el evangelio y nos conforta diciendo: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo pediré al Padre que os dé otro defensor, que estará siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”. Jesús no nos deja solos en este mundo y tirados en medio de esta desgracia actual, y de otras que suceden y pueden suceder. Él nos va a mandar otro abogado Defensor; es el Espíritu de la Verdad. Él nos da un corazón nuevo, que puede amar como nos ha amado el mismo Jesús. Y desde dentro de nosotros, nos defiende y orienta en las oscuridades y dificultades de la vida.

Y además Jesucristo mismo, que sube al cielo, no se ausenta de nosotros, va a permanecer con nosotros, aunque de otra manera. ¿De qué manera? La clave está en el amor: “Al que me ama, hemos escuchado al final del evangelio, le amará mi Padre, y yo también le amaré y me revelaré a él”. Es el Espíritu Santo quien hace que podamos amar a los hermanos como Jesucristo nos ha amado; ese amor nos hace hijos de Dios, hijos en el Hijo Jesucristo, hijos de Dios partícipes de la vida misma de Dios, la vida eterna.

Esta es nuestra fe, una fe que es el amor mismo de Cristo, la fe que predicaba Felipe en la ciudad de Samaría, que curaba enfermos y sanaba a los desvalidos, la fe que “llenaba de alegría la ciudad”.

Y esta fe es la razón nuestra esperanza que debemos comunicar, como nos exhorta San Pedro, a cuantos nos preguntan y a cuantos quedan desconcertados ante calamidades como la que padecemos por el coronavirus.

La fe, la esperanza y el amor, de lo que nos hablan hoy las lecturas, frente al drama de la pandemia, se traducen en dos actitudes prácticas: la primera es una responsabilidad seria y coherente para observar las normas propuestas para evitar el contagio y ahogar la enfermedad letal que nos amenaza; la segunda es la invocación humilde y sincera a Dios. Nos vemos frágiles, limitados e indefensos: Que Dios ayude nuestra fragilidad, “porque sin él no podemos hacer nada”.

domingo, 10 de mayo de 2020

DOMINGO V DE PASCUA


Textos

       -Hch 6, 1-7
       -Sal 32, 1-2. 4-5. 18-19
       -1Pe 2, 4-19
       -Jn 14, 1-12

Señor, muéstranos al Padre y nos basta”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¿Cuántas personas creéis vosotros que en esta situación de confinamiento prolongado, en sus reflexiones e interrogantes habrán llegado a invocar a Dios, “Señor ayúdanos”, o como ha dicho Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”?

Jesucristo, en el evangelio de este domingo comienza por dirigirnos unas palabras sumamente consoladoras y generadoras de esperanza: “Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde, creed en Dios y creed también en mí”.

Se refiere Jesús a sus discípulos y a toda la comunidad de bautizados que le seguiremos a lo largo de los siglos, y viene a decirnos: “Vais a dejar de verme físicamente, porque vuelvo a mi Padre Dios, pero yo voy a prepararos un lugar mejor y definitivo a todos en el cielo”.

Pero estas primeras palabras de Jesús, tienen también su sentido y su fuerza aplicadas a la situación concreta en la que nos encontramos por motivo de la pandemia del coronavirus: “Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde, creed en Dios y creed también en mí”.

Y me pregunto y os pregunto a todos: - “El confinamiento, tantas horas en casa intentando matar el tiempo, la situación penosa y el horizonte oscuro que se nos presenta, todo esto, sin duda nos ha hecho pensar, ¿pero habrá muchos que hayamos pensado y acudido a la fe, a la Palabra de Dios y a Dios mismo?

Nuestro papa Francisco, en una carta, muy alentadora, dirigida a los sacerdotes españoles con motivo de la fiesta de San Juan de Ávila, que no se conmemora hoy, porque coincide con este domingo pascual, nos dice que: “La crisis del Covid-19, además de provocar mucho dolor y sufrimiento, favorece algunas condiciones decisivas para el desarrollo de la propia vida cristiana: la conciencia de fragilidad…, la caída de tantas falsas seguridades, las preguntas por el sentido de la vida, la necesidad de la solidaridad..., el testimonio de entrega, de fe y esperanza de tantos hijos e hijas de la Iglesia “, son reflexiones y experiencias lógicas y profundamente humanas y cristianas.

Porque son experiencias que en el fondo remiten a Dios, y se quedan podemos decir, en el umbral de un encuentro con Dios y de una súplica dirigida a Dios.

Pero nosotros que decimos sinceramente que creemos en Dios y en Jesucristo resucitado, nosotros, para quienes las palabras del evangelio: “Señor muéstranos al Padre y nos basta”, o “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, son poderosamente significativas y consoladoras, tenemos la responsabilidad de dar testimonio de estas afirmaciones de Jesús. Porque a nosotros nos serenan el ánimo, dan sentido a nuestro dolor e impulsan nuestra responsabilidad. Y debemos pensar que lo que a nosotros nos ayuda en esta difícil situación puede ayudar también a nuestros prójimos.

Invocar a Dios y contar con él no impide, ni sustituye ni obstaculiza la responsabilidad de observar las medidas que evitan los contagios, de remediar los daños y sufrimientos de los afectados, de compartir bienes materiales con los que quedan en necesidad. Dar testimonio de la fe en medio de esta sociedad sufriente y necesitada es una labor que nuestra condición de creyentes nos exige y que la sociedad, a sabiendas o sin saberlo, espera.

No en vano, “En Dios vivimos, nos movemos y existimos” y Jesucristo es “el camino, la verdad y la vida”.

domingo, 3 de mayo de 2020

DOMINGO IV DE PASCUA


-Textos:

       -Hch 2, 14ª. 36-41
       -Sal 22, 1-6
       -1Pe 2, 20b-25
       -Jn 10, 1.10

Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas”. “(El verdadero pastor) camina delante de ellas, y las ovejas le siguen…”.

Queridas hermanas benedictinas:

Seguimos confinados, pero la Pascua alivia y alegra nuestro confinamiento. En este cuarto domingo pascual celebramos el domingo del “Buen Pastor”, también la Jornada de oración por las vocaciones, al sacerdocio, a la vida religiosa y a la vida consagrada y las vocaciones nativas.

El evangelio dice que Jesucristo como verdadero y buen pastor entra por la puerta del aprisco, llama a las ovejas por su nombre, las lleva a buenos pastos y ellas le siguen porque conocen su voz.

Queridas hermanas: Jesús es el verdadero y buen pastor, nosotros somos sus ovejas; él nos llama y nos lleva a buenos pastos, “a fuentes tranquilas”, -nos ha dicho el salmo-, y nosotros, sus discípulos, sus ovejas, le seguimos, porque conocemos su voz.

¿Cuáles son los buenos pastos y las fuentes tranquilas, a las que nos lleva Jesús, el Buen Pastor?

Estamos en tiempo pascual, sigue fresca en la memoria la gran Vigilia de Sábado Santo, cuando renovamos las promesas de nuestro bautismo. En la fuente bautismal nos bañamos con el agua viva que nos da la vida de hijos de Dios; el bautismo es el don básico y saludable que recibimos del Buen Pastor, Jesús. Pero no solo el agua viva del bautismo, Jesús “nos lleva y nos prepara una mesa”, la eucaristía. La eucaristía repara y alimenta nuestras fuerzas, para seguirle por el camino de la vida. 

Y, cuando nos hemos descarriado y hemos pecado, él, el Buen Pastor, nos busca, nos ofrece el sacramento de la penitencia y sobre sus hombros nos devuelve al rebaño y al aprisco, es decir, a la comunidad de discípulos, a la Iglesia. Sí ciertamente, Jesús es nuestro Buen Pastor.

Afirmemos nuestra fe en él y nuestra voluntad de seguirle. Y afirmemos también en nuestro compromiso de ahondar en nuestra vocación bautismal y cristiana. Que brote desde lo más profundo de nuestro ser la gratitud. Y que la gratitud sincera nos lleva a un compromiso de dar testimonio valiente de la fe, y nos lleve a colaborar de manera efectiva con nuestra Iglesia.

Por eso nos tenemos que hacer eco del mensaje que nuestros obispos nos han lanzado para este domingo de las vocaciones. El lema de la Jornada es “Jesús vive y te quiere vivo”. Jesús es el Buen Pastor que ha venido para que tengamos vida, y la tengamos en abundancia. Él es “nuestra esperanza” y “la más hermosa juventud de este mundo”, en frase del papa Francisco.

Pidamos al Señor de la vida que no falten vocaciones en su Iglesia; vocaciones al ministerio sacerdotal, a la vida religiosa y contemplativa, a la vida consagrada, y también vocaciones nativas en los territorios en misión.

En este domingo, dejemos, por un momento, el coronavirus y escuchemos con suma atención la llamada del Buen Pastor.