domingo, 29 de septiembre de 2019

DOMINGO XXVI T.O.(C)


-Textos:

       -Am 6, 1ª. 4-7
       -Sal 145, 6c-10
       -1Tim 6, 11-16
       -Lc 16, 19-31

Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Nuestra madre Iglesia nos propone hoy para nuestra reflexión la conocida parábola de un hombre rico, en griego, epulón, y del pobre Lázaro.

Quizás conviene advertir que si el pobre Lázaro va al cielo no es precisamente por ser pobre, sino porque en su pobreza ha sido fiel a Dios; y si el hombre rico va al infierno es porque en su opulenta riqueza no fue fiel a Dios, no cumplió la voluntad de Dios.

Pero la enseñanza central de la parábola no se ocupa de esta cuestión, sino de otra más concreta que nos afecta a todos, y que podríamos resumir así: Hay que compartir los bienes que Dios nos ha dado aquí, en esta vida; después es demasiado tarde.

Jesús tiene sobre el dinero, las riquezas materiales y todos los bienes la misma visión que ofrece el Antiguo Testamento y también el Nuevo. El dinero y las riquezas son buenos en sí, Dios las ha creado para que las usemos, y humanicemos nuestra vida y la vida de todos los hombres. Pero, además, Jesús advierte en su evangelio: el dinero y las riquezas son peligrosas. Y no son peligrosas por ellas mismas, sino por la fragilidad del corazón humano. Si son peligrosas, el peligro les viene del corazón que, ante las riquezas siente una tentación muy fuerte a dejarse llevar de la codicia y de la ambición desmedidas. Todos sentimos la tentación de acumular siempre más, de usar los bienes sólo para nosotros y no solo hasta lo necesario y conveniente, sino también para el lujo, la ostentación y el orgullo. Es una tentación del corazón humano herido por el pecado. Y de aquí deriva, si nos dejamos llevar de esa tentación, lo peor: Nos olvidamos del prójimo, sobre todo del prójimo necesitado.

La parábola de Jesús refleja muy bien este proceso que ocurre con frecuencia en el corazón del rico, que se considera dueño absoluto de sus riquezas y olvida que son dones de Dios, que deben ser compartidos, sobre todo con los necesitados.

Queridos hermanos, el mensaje de la parábola del rico opulento y del pobre Lázaro es para todos. Me atrevo a afirmar que los que estamos aquí, incluidas nuestras hermanas benedictinas, todos somos muy ricos. Puede que de dinero no andemos sobrados, pero el nivel de vida material de que gozamos, la cultura, la capacidad para desempeñar un trabajo, la red familiar, la red de amigos, y sobre todo la fe cristiana con los criterios y valores que me presta para entender la vida. Todo esto son bienes y riquezas: ¿Cómo los uso? ¿Los considero dones de Dios? ¿Los considero míos y solo para mí? ¿Pienso que los que carecen de estos bienes, sobre todo, los más pobres y necesitados tienen derecho a participar de ellos?

Llegados a este punto muchos nos planteamos esta pregunta: ¿Comparto lo suficiente? ¿Cuánto debo compartir? Hacernos estas preguntas ya es una gracia de Dios; darles una respuesta conforme al espíritu del evangelio de Jesús, quizás nos pide más oración y más reflexión.

Pero ya en el evangelio de esta mañana encontramos dos luces iluminadoras: La primera: “Mira y acércate a tu prójimo necesitado” Conocer su necesidad, interesarte por él, te dará luz y criterio para compartir lo que Dios quiere que compartas. Y la segunda: No olvidemos, hay que compartir los dones que Dios nos ha dado aquí, en esta vida; después es demasiado tarde.

domingo, 22 de septiembre de 2019

DOMINGO XXV T.O. (C)


-Textos:

       -Am 8, 4-7
       -Sal 112, 1b-2. 4-8
       -1 Tim 2, 1-8
       -Lc 16, 1-13

Los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

De la parábola del administrador astuto y tramposo que acabamos de escuchar en el evangelio de hoy no hemos de quedarnos con la parábola, sino con las enseñanzas que Jesús quiere darnos a propósito de esa parábola.

Una es justamente la última frase de este evangelio: “No podéis servir a Dios y al dinero”. Pero yo voy a fijarme en otra: -“Los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”.¿Qué sentido tiene este reproche de Jesús?

Jesucristo viene a decirnos: Vosotros, mis discípulos, a la hora de transmitir la fe en mí y de propagar el evangelio, debéis ser tan buenos comunicadores, tan hábiles y tan convincentes, como son astutos para ganar dinero y salir adelante los paganos que andan en negocios de este mundo.

Debemos ser humildes y aceptar el reproche de Jesús: “Los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”.

No podemos quedarnos en lamentos pesimistas y nostalgias del pasado. Los cristianos somos más que nunca necesarios en una sociedad que está intentando prescindir de Dios, y cada vez se siente más desorientada e insatisfecha. Jesucristo es “el camino, y la verdad y la vida”, sólo él tiene palabras de vida plena, verdadera y eterna.

Nuestro papa Francisco ha lanzado al mundo católico una campaña para hacer del próximo mes de octubre un mes especialísimamente misionero. El papa nos ha dicho: “He pedido a toda la Iglesia que durante el mes de octubre de 2019 se viva un tiempo misionero extraordinario, para conmemorar el centenario de la promulgación de la Carta apostólica Maximum illud del Papa Benedicto XV (30 noviembre 1919).

Id por todo el mundo y anunciad el evangelio a todas las gentes”, nos dice el papa, y lo motiva de esta manera: “Es un mandato que nos toca de cerca a cada uno: yo soy siempre una misión; tú eres siempre una misión; todo bautizado y bautizada es una misión. Quien ama se pone en movimiento, sale de sí mismo, es atraído y atrae, se da al otro y teje relaciones que generan vida. Para el amor de Dios nadie es inútil e insignificante. Cada uno de nosotros es una misión en el mundo porque es fruto del amor de Dios”.

Nuestro arzobispo Francisco, al ser presidente de la comisión Episcopal de Misiones, está especialmente comprometido en esta campaña del papa, y estos días viaja por toda España animando la campaña. Él va diciendo que "ser misionero está en el corazón mismo de la fe de cada bautizado". Por ello, ha llamado a "cultivar el encuentro con Cristo; porque sólo así la evangelización encontrará la verdad, la fuerza y la convicción que necesita".

Hermanos y hermanas: Mes de octubre, mes misionero: una oportunidad para demostrar que “los hijos de las tinieblas no son más astutos que los hijos de la luz” a la hora de comunicar el evangelio y transmitir la fe.

domingo, 15 de septiembre de 2019

DOMINGO XXIV T.O. (C)


Introducción al evangelio
-Textos:

       -Ex 32, 7-11.13-14
       -Sal 50, 3-4. 12-13. 17-19
       -1 Tim 1, 12-17
       -Lc 15, 1-32

Celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha resucitado; estaba perdido y lo hemos encontrado”.

Vamos a escuchar la página más representativa y original del evangelio de Lucas, pero además la más reveladora y característica del evangelio de Jesús. En ella Lucas ha recogido lo más novedoso y también lo más esencial de la imagen que Jesús conocía y quería revelar a los hombres sobre su Padre Dios.

Lucas nos cuenta tres parábolas que predicó Jesús a las gentes. Las tres nos retratan a Dios, nos traen la buena noticia del Dios de Jesús, el Padre Dios, que Jesús vivía y conocía por ser su Hijo.

La tercera parábola además, la que llamamos del Hijo pródigo, retrata a dos tipos de hombres tal como se sitúan ante Dios y ante sí mismos. Cómo entiende cada uno a Dios y cómo plantean su vida y su relación personal ante Dios.

Vamos a escuchar esta preciosa enseñanza, contada por Lucas y salida de los labios de Jesús, preguntándonos: ¿Cómo es Dios? ¿Cómo me sitúo yo ante Dios? ¿Cómo es la imagen de Dios que subyace en mí y condiciona mi vida?

¡Escuchad!

domingo, 8 de septiembre de 2019

DOMINGO XXIII T.O. (C)


-Textos:

       -Sab 9, 13-18
       -Sal 89, 3-6. 12-14.17
       -Fil 9b-10. 12-17
       -Lc 14, 25-33

Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Jesús camina hacia Jerusalén; sabe que allí lo van a condenar y acabarán crucificándolo. En este camino hacia Jerusalén y hacia el calvario le siguen sus discípulos más incondicionales. Son discípulos entusiasmados con la persona y las enseñanzas de Jesús. Aman de verdad a Jesús. Para ellos Jesús es el tesoro escondido y descubierto por el que merece la pena dejarlo todo.

Jesús lo sabe, y quiere precaverlos sobre las consecuencias que puede acarrearles el seguimiento. Y les dice con toda crudeza y claridad: “Si alguno viene en pos de mí y no pospone a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, incluso a sí mismo, no puede ser discípulos mío”. ¿Cómo entender estas palabras?

En primer lugar, tenemos que entender bien lo que nos está diciendo Jesús: Él no quiere que odiemos al padre ni a la madre ni a la familia, no quiere que todos renunciemos a todos los bienes y riquezas y nos quedemos en la pobreza y en la indigencia total.

En el fondo, lo que Jesús nos dice con ese lenguaje tan radical y tan provocativo es que pongamos a Dios el primero y por encima de todas las cosas, por encima incluso de bienes y valores como la familia u otros bienes temporales necesarios para vivir.
Si la familia nos lleva a Dios y nos enseña y ayuda a amar al prójimo, Dios nos dice que sí, que amemos a la familia y construyamos familias que nos eduquen en los valores humanos y cristianos. Pero si se diera el caso, de que la familia entorpece e incluso nos impide cumplir la voluntad de Dios, entonces desoigamos a la familia y sigamos a Jesús y a cuanto nos enseña en su evangelio.

Tenemos experiencia: Cumplir enteramente los mandamientos de la ley de Dios, seguir a Jesucristo y cumplir lo que él nos dice sobre el perdón, sobre el uso del dinero y de las riquezas, sobre dar la vida por los hermanos, sobre amar al prójimo…, en una palabra, ser cristianos de verdad en medio de este mundo es, en muchos casos, nadar contra corriente, es difícil, es duro y cuesta cruz y sacrificios.

Y entonces, ¿por qué seguir a Jesús?

Conviene que nos hagamos esta pregunta. ¿Es que seguir a Jesús es para mí sólo una cruz? ¿O es que Jesús para mi es aquel que me ha ganado el corazón y lo ha iluminado, y así Jesús es aquel que da sentido a mis cruces, y me da fuerza para en las penas y en las alegría, en la salud y en la enfermedad, llevar adelante una vida impulsada desde el amor? Desde Jesús sé y puedo amar a mi familia como se merece, y se desprenderme de ella, para seguir mi vocación y mi destino.

En definitiva, hemos descubierto que él es la perla y el tesoro por los que merece la pena venderlo todo y sufrirlo todo.

Hacemos nuestra las palabras de Pedro: “A donde quién vamos a ir, solo tú, Señor, tienes palabras de vida eterna”.

domingo, 1 de septiembre de 2019

DOMINGO XXII T.O. (C)


-Textos:

       -Eclo 3, 17-18. 20. 28-29
       -Sal 67, 4-5ac. 6-7ab. 10-11
       -Heb 12, 1-19. 22-24ª
       -Lc 14, 1. 7-14

Hijo, actúa con humildad en tus quehaceres”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

La palabra de Dios hoy nos invita a ser humildes. Muchos de los que no están muy familiarizados con el evangelio de Jesús piensan que la humildad es cosa de personas apocadas que no tienen el coraje de luchar ni de hacer algo grande en la vida.

Sin embargo, alguien que ha hecho tanto bien y es tan reconocida universalmente, como santa Teresa dice que la humildad es la verdad. Un maestro de la vida espiritual de nuestros días suele decir: “¿Para crecer en el camino de la fe, ¿que hace falta? – Ser humilde; y cuando lleguemos a la cumbre de la santidad y nos veamos junto a Dios, ¿qué seremos?: -Humildes”.

Ser humilde es ser cabalmente hombre, mujer. La persona humilde es libre, es alegre y es agradecida con Dios y colaboradora con los hombres. Porque se acepta como es, ni más ni menos, y así está en disposición de aceptar a los demás como son, ni más ni menos. Es decir respetarlos, amarlos y colaborar con ellos, para hacer un mundo mejor, conforme a la voluntad de Dios.

Pero son muchos, muchísimos que no piensan así. Piensan que la felicidad está en tener dinero, no importa cómo, en provocar la admiración y la envidia de todos aun viviendo más de la imagen falsa, que de lo que es en verdad, en poder decir que es amigo de fulano, persona importante y famosa...

Como Jesucristo hoy nos habla desde un banquete, sin duda muchos tenemos conocimiento de gente que llegan a pedir préstamos para pagar la boda de su hijo o de su hija con tal de que sea tan ostentosa y el banquete tan sobreabundante y sofisticado como lo fue el de la casa vecina o del el pariente rico.

Dios Padre, no piensa así, nos dice en la primera lectura: “Cuanto más grande seas, más debes humillarte”. Jesucristo, Hijo de Dios, tampoco piensa así, más bien piensa todo lo contrario: “Notando que los convidados escogían los primeros puestos... acabó diciendo, Todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.

¿Cómo alcanzar la humildad, la verdadera humildad, la que nos hace libres, alegres, agradecidos con Dios y colaboradores con los hombres?

Os propongo tres consignas: Primero, reconocer que soy criatura de Dios, segundo, que soy débil y pecador, y tercero, poner los ojos en Jesucristo, en sus enseñanzas y en su ejemplo.

Amplío un poco esta última: El concilio Vaticano segundo, en una frase de enorme calado moral y religioso dijo: “Jesucristo, el nuevo Adán, revela el hombre al propio hombre”. Es decir: ¿Cómo llegar a ser una persona lograda? Es decir, cómo conseguir el fin último de mi vida, mi vocación, el éxito, la felicidad? ¿Cómo realizarme plenamente? – Mira a Jesucristo, trata de ser como él; Jesucristo revela quién es el hombre logrado y perfectamente realizado.

Pues bien, Jesucristo nos dice: “El hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir”; “Si yo, el maestro os he lavado los pies, también vosotros os debéis lavar los pies unos a otros”. Y hoy nos dice: “Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos: y serás bienaventurado”. Fijémonos bien: haz esto, “y serás bienaventurado”.

Y para rubricar estas enseñanzas, hermanos, Jesucristo se hizo humilde hasta la muerte, y humilde hasta hacerse alimento para nosotros, eucaristía, bajo las especies humildes del pan y del vino.