sábado, 20 de abril de 2019

VIGILIA PASCUAL (C)


-Textos:

       -Lc 24, 1-12

 "No está aquí. ¡Ha resucitado!”

¡Jesucristo vive! Dos hombres con vestidos refulgentes, dos ángeles, se lo anuncian a las mujeres fieles a Jesús, a nosotros nos lo comunica la Iglesia, la celebración de esta noche luminosa nos hace presente el anuncio y la verdad del acontecimiento. Cristo ha resucitado y vive y vive para siempre; lleno de gloria, a la derecha del Padre, ha vencido a la muerte y al pecado; en él resplandece la vida que le pertenece, la vida eterna, la vida que ahora puede dar y quiere dar y repartir a toda la humanidad, a la creación entera, la vida divina.

Noche de luz, noche clara como el día; noche portadora de buenas noticias que nos llenan de alegría a nosotros y al mundo entero.

En esta noche queda manifiesta con verdad irrefutable, la fidelidad de Dios Padre. Prometió una alianza con su pueblo y todos los hombres, prometió reconducir y llevar a buen término el proyecto de la creación desviado y pervertido por el pecado; prometió un Mesías, que inaugurara un mundo nuevo, un cielo nuevo y una tierra nueva. Esta noche todo queda cumplido. Dios, Padre es fiel. Aleluya.

Esta noche luminosa confirma la fidelidad de Jesús, Hijo de Dios y hermano nuestro: Prometió el Reino de Dios y el Reino de Dios ya ha comenzado con su victoria sobre la muerte y el pecado; prometió el Espíritu Santo y nos lo ha dado, Espíritu de la verdad para el perdón de los pecados; prometió estar siempre con nosotros, y nos dejó la eucaristía, y la comunidad de seguidores suyos y su presencia en los pobres; prometió prepararnos un lugar en el cielo y ha vuelto resucitado para llevarnos con él; prometió llevarnos al Padre y nos da ser hijos de Dios Padre y hermanos de nuestro prójimos.

Sí, Jesucristo vivo y resucitado es fiel, cumple lo que promete, aún a precio de tener que derramar su sangre y dar la vida. Es la buena noticia, es la gran noticia. Merece la pena creer y fiarse del Señor que ha vencido a la muerte y al pecado, y creer y tomar en serio la promesa que queda por cumplir, que al atardecer de la vida vendrá como Señor y juez para juzgarnos a todos en el amor.

La resurrección de Cristo confirma la fidelidad de Dios Padre, de Dios Hijo, Jesucristo, y también la fidelidad del Espíritu del Padre y del Hijo. Nos había dicho Jesús: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Promesa definitiva, promesa total, que se cumple cuando recibimos el bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

Sí, nosotros somos sujetos y testigos privilegiados de la fidelidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Hemos recibido la plenitud de los dones que Jesucristo, el que vive, el que resucitado, ha ganado para la humanidad entera. Y nosotros, los bautizados, tenemos el don precioso e inmerecido, que se puede recibir: La vida de Dios dentro de nosotros. Merced al triunfo de Cristo resucitado, somos hijos de Dios, habitados por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Ahora, cuando renovemos las promesas bautismales vamos a confesar nuestra fe; una confianza en la fidelidad de Dios que es gratitud y que nos impulsa a proclamar: Jesucristo no esta en la tumba, ha resucitado, y el Señor ha hecho obras grandes en nosotros, por eso estamos alegres.

viernes, 19 de abril de 2019

VIERNES SANTO (C)


-Textos:

       -Is 52,13-53,12
       -Sal 30, 2.6.12-13.15-17.25
       -Heb 4, 14-16; 5, 7-9
       -Jn 18, 1-19,42

Él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores”

Hemos venido, mejor, hemos sido convocados por Dios para escuchar la pasión y muerte de Jesús; estamos invitados a poner los ojos fijos en la cruz de Jesús. ¡La sabiduría de la cruz! ¿Qué aprendemos contemplando al Crucificado?

Silencio, oración. Contemplar a Jesús, mirarle con amor y mirarle con fe.

¿A quién buscáis? –A Jesús el Nazareno.- Yo soy”. “Yo soy”. El nombre que Dios se dio a sí mismo ante Moisés, cuando la zarza ardiente y muchas veces. Lo escuchamos en boca de Jesús. Acosado, a punto de ser detenido. Pero en sus palabras descubrimos su soberana y divina majestad. No lo vamos a olvidar en todo su proceso. Es él, el hijo de María, hombre y hermano nuestro; es él, Hijo de Dios, que viene de Dios y va al Padre, Sabiduría de Dios encarnada. No sólo hombre, como quieren algunos, no solo Dios, como quieren otros. Dios y hombre verdadero, que viene de Dios y vuelve a Dios, que ama a los hombres hasta dar la vida por nosotros.

No lo soy”. Ante el “Yo soy” de Jesús, resuena otra frase contrastante y penosa de Pedro: “¿No eres tú de los discípulos de ese hombre? –“No lo soy”. ¿Cómo pudo Pedro reaccionar así? Él, que había dicho ante todos los discípulos: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios? Tenía otra idea sobre el Mesías; quizás también aspiraba a un puesto importante con Jesús.

Y nosotros, ¿qué testimonio damos? La novedad y la exigencia de la evangelización está no tanto en ser maestros, sino testigos. En medio de tanta gente que se gloria de no creer o de vivir como si Dios no existiera, ¿cómo es nuestro testimonio? Ante los jóvenes, antes nuestros hijos, ¿cómo es nuestro testimonio?

Miremos ahora a otro protagonista de la pasión del Señor. Pilato dice: “Lleváoslo vosotros y crucificarlo, porque yo no encuentro culpa en él”. Puede decirse una contradicción más palpable? Lo cree inocente, pero ante el miedo a perder el poder y el prestigio, cede y condena. Se lava las manos, se inhibe, trata de eludir su responsabilidad, el resultado, Jesús, el inocente, condenado.

Mirémonos a nosotros mismos: Nuestra conciencia, nuestras convicciones de fe ¿dónde han quedado en algunos momentos? Somos tantos bautizados en nuestra sociedad, pero el ambiente que flota es pagano... Los hijos de la luz, ¿Qué hemos hacemos con la Luz?

Vengamos, por fin, y pongamos lo ojos del corazón en Jesús.-“Salió al sitio llamado “de la calavera”, donde lo crucificaron”. Condenado, azotado, malherido, desnudo, impotente, moribundo… ¿Qué siente? ¿Qué le preocupa? ¿Qué hace? Él que ha venido a instaurar el reinado de Dios, y que se ha declarado Rey…

Jesús crucificado, ¿qué hace? ¿Cuál es su testimonio?: “Ahí tienes a tu Madre” Jesús, crucificado por nuestros pecados, desde la cruz nos da una madre, nos da a su Madre. La Madre de Jesús, la Madre, que engendró al Hijo de Dios, y que engendra a todos los hijos de Dios. María, Madre de la Iglesia e imagen de la Iglesia, la Iglesia, que nos engendra en el bautismo a todos los hijos de Dios. Lo que se dice de María, se dice de la Iglesia, lo que se dice de la Iglesia, se dice de María. Jesús, crucificado y agonizante a causa de nuestros pecados, de nuestras injusticias y cobardías, nos da a su Madre, nos deja la Iglesia.

Y no sólo eso: “Inclinando la cabeza, entregó su espíritu”. Nos dio el Espíritu Santo.

Entregó su vida hasta la última gota de sangre y entregó el Espíritu Santo, porque este es el sentido pleno de lo que nos cuenta el evangelista Juan. En el momento mismo de morir, Jesús hace brotar el bautismo, sangre y agua, su vida y el Espíritu Santo, que nos hacen hijos de Dios. En el momento de morir nos da la vida eterna.

Y esta actitud de Jesús nos da la clave descubrir la Sabiduría de Dios, que es Cristo Jesús.

Dios cree en el amor, Dios cree en la fuerza y el poder de su amor, y Jesús cree en el amor. Jesús cree también en la capacidad de los humanos para reaccionar y responder al amor de Dios, al amor que él nos tiene.

Ni ejércitos, ni armas, ni amenazas, ni chantajes, ni mentiras, ni poder ni placer ni fama ni dinero: Jesús, amor, todo amor, solo amor, amor puro, Amor.

Nos vienen a la mente las palabras de san Pablo: Los judíos piden milagros, los gentiles buscan sabiduría, pero nosotros predicamos a Cristo y Cristo crucificado. Escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, pero para los llamados, judíos o gentiles, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres y la necedad de Dios es más sabía que la ciencia de los hombres”.

Hermanos, tarde de Viernes Santo: oración, silencio; tarde para creer y adorar.

jueves, 18 de abril de 2019

JUEVES SANTO (C)


-Textos:

       -Ex 12, 1-8. 11-14
       -Sal 115, 12-13. 15-18
       -1 Co 11, 13-26
       -Jn 13, 1-15

Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Hermanas y hermanos todos: Dios es amor, somos imagen de Dios, nuestra vocación más honda es el amor. Necesitamos amar y ser amados. Pero tantas veces no sabemos amar como conviene. Nada como la eucaristía, nada como esta celebración de Jueves Santo, puede templar nuestro corazón en el calor más saludable, en el amor de Cristo Jesús.

Pongamos mucha atención a estas palabras de san Pablo: “El Señor Jesús, en la noche en que iba ser entregado, tomo pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros… Y lo mimos hizo con el cáliz, después de cenar diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis en memoria mía”. Sí, las hemos oídos muchas veces, pero nunca agotaremos la capacidad de estas palabras, para despertar amor, amor verdadero, amor que hace felices y amor que salva.

La eucaristía, dice el Concilio Vaticano II, contiene en sí todo el bien espiritual que dispensa la Iglesia, es decir, Cristo, nuestra Pascua”. Cristo resucitado, vencedor de la muerte y del pecado, Cristo nuestra esperanza, bajos las especies del pan y del vino, en cada eucaristía.

Queridos hermanos y hermanas, como nos cuenta san Pablo, de generación en generación y hasta esta tarde de dos mil diecinueve, cada domingo, en cada eucaristía, celebramos el acontecimiento que ocurrió el viernes Santo en el Calvario, y que adelantó sacramentalmente el mismo Jesús en la Últimas Cena: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros… este es el cáliz de mi sangre derramada por vosotros…”
Nos podemos preguntar: ¿Cuál es el motivo que lleva a Jesucristo a dar la vida? El amor. No hay otra explicación. Amor y sólo amor.

Amor de Dios Padre: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.”

Amor de Jesús mismo: -“Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Necesitamos avivar el amor de Cristo. Vengamos a la eucaristía, bebamos en la fuente más fecunda del verdadero amor. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”, nos dice Jesús en su testamento. En la eucaristía Jesucristo da la vida por nosotros. Si, tengámoslo muy en cuenta: En la eucaristía Jesucristo deja patente un amor que se da, un amor que se entrega a los demás.

Si nos dejamos contagiar por el amor que comunica la eucaristía, nosotros debemos vivir un amor que se entrega a los hermanos. Es san Juan, quien ahora, en su primera Carta, nos dice: “En esto hemos conocido el amor: en que él dio la vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos”.

Bien claro lo vemos en el “lavatorio de los pies”. Un gesto sorprendente y hasta escandaloso. Lavar los pies empolvados y sudorosos del caminante o del hermano que llega a tu mesa.

¡Qué lección de humildad la de Jesús! Ni siquiera a los esclavos de la casa se les encomendaba este servicio. Un servicio que si no se hace libremente y por amor es extremadamente humillante, pero si se hace por verdadero amor, deja patente la dignidad del obsequiado y enaltece la humildad y la grandeza de alma de quien hace tal obsequio. Además obedece al mejor sentimiento de nuestro corazón y nos hace felices.

Jesús quiere hoy lavar nuestros pies, y nos repite: “Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”.

Jesús quiere hoy invitarnos a beber en la fuente del verdadero amor. Oiremos, en el momento antes de comulgar: “Este es el Cordero de Dios. Dichosos los invitados a la Cena del Señor.


domingo, 14 de abril de 2019

DOMINGO DE RAMOS (C)

-Textos:

       -Is 50, 4-7
       -Sal 21, 8-9.17-18ª. 19-20. 23-24
       -Fil 2, 6-11
       -Lc 22, 14-23.56

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”

Queridas hermanas y queridos hermanos todos:

De la procesión alegre y triunfal con los ramos, pasamos ahora, a la
lectura dolorosa y dramática de la Pasión del Señor, según San Lucas.
Hemos aclamado a Jesucristo como Mesías, como enviado de Dios.
Ahora, acabamos de escuchar el relato doloroso y dramático de la Pasión
del Señor.

No sé si lo habéis notado, la pasión según san Lucas es un relato
impregnado de misericordia. El evangelista, inspirado por Dios, pretende
ganar nuestro corazón hacía Jesús. Nos cuenta sí, cuánto sufrió Jesús
física y moralmente, pero no deja de contarnos las frases llenas de amor
y de compasión que Jesús pronuncia en medio de sus padecimientos.

Jesús piensa en los demás, en nosotros, más que en sí mismo.
Jesús quiere atraernos hacia sí, que sus sufrimientos no nos impidan
descubrir el amor que nos tiene. Para que creamos en él, y con él
aprendamos también a llevar y a dar sentido a las cruces diarias que
tenemos que afrontar en nuestra vida.

Me permito proponeros tres frases de este relato, que nos invitan a
pensar, a orar, y también a dejarnos ganar por el amor y la misericordia
de Jesús:

“No lloréis por mí, llorad por vuestros hijos”. Lo que le está sucediendo a
Jesús es una señal de un futuro amenazante por la incredulidad y la
injusticia de los hombres, un futuro que sólo la intervención de Dios
justo y a la vez misericordioso, puede salvar. Y Jesús dice a las mujeres
compasivas que lloran por él: “No lloréis por mí, llorad por vuestros hijos
(y su futuro)”.

Y sin comentarios, os dejo con dos palabras de Jesús físicamente
clavado en la cruz: “Perdónales, porque no saben lo que hacen”; y esta
otra: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Ante este Jesús, cuyos gestos y palabras impresionan y llegan al corazón,
nos sitúa la celebración de este domingo de Ramos.

Empieza la semana Santa; todavía nos quedan las celebraciones de
Jueves, Viernes, Sábado Santo y Domingo de resurrección. Es mucha la
gracia que Dios quiere derramar en nuestros corazones, y la
necesitamos. Planifiquemos bien el tiempo.

En comunión con toda la Iglesia, acompañemos a Cristo en los
acontecimientos que con más fuerza revelan el amor de Dios que nos
salva.