domingo, 26 de mayo de 2019

DOMINGO VI DE PASCUA (C)


-Textos:

       -Hch 15, 1-2. 22-29
       -Sal 66, 2-3.5-6.8
       -Ap 21, 10-14. 22-23
       -Jn 14, 23-29.

La paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy yo como la da el mundo”.

Queridas hermanas benedictinas:

No sé si habéis votado ya, si estáis pensando en ir a votar o si queréis votar o no votar. De todas las maneras, no me cabe la menor duda de que lo que más queréis es que, cuales quiera que sean los resultados, podamos todos vivir en paz.

Nos sabe muy agradable venir esta mañana a la eucaristía y escuchar estas palabras de Jesús: -“La paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy yo como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde”.

Las palabras de Jesús no se quedan solo en palabras bonitas, pero vacías. Son palabras que, si la escuchamos y ponemos en práctica, nos traen la paz que deseamos.

Jesús, en primer lugar, apunta a la paz interior, a que nosotros vivamos en paz con nosotros mismos, y nos dice: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en Él”.

Hemos recibido el bautismo, somos hijos adoptivos de Dios, estamos habitados por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Si nosotros escuchamos la palabra de Dios, si la meditamos, la asimilamos y la ponemos en práctica, esta promesa de Jesús: “Mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”, se hace experiencia real en nuestra vida. Interiormente vivimos una paz que no nos la quita nadie ni ninguna circunstancia externa que podamos vivir.

Es la experiencia de vivir y respirar la fe a pleno pulmón: Soy hijo de Dios, Jesucristo es el camino la verdad y la vida, sé lo que quiero y a dónde voy. Sé a dónde acudir para tomar decisiones: a Jesucristo, a la fe de la Iglesia. Me siento habitado por Dios. Esta experiencia llena de paz y serenidad mi vida. El fruto de esta paz interior es la paz exterior.

Vivir la fe a tope, el sentirnos hijos de Dios y discípulos de Jesús nos convierte en hombres de paz, y hombres hacedores de la paz. En medio de esta sociedad, que aspira a vivir en paz, pero dolorosamente sufre por tantas situaciones contrarias a la paz: injusticias, desigualdades, violación de derechos, instigaciones al odio, explotación y menosprecio de las personas…, nosotros, discípulos de Jesús, podemos ofrecer, y estamos comprometidos a ofrecer, la paz que Él nos trae y nos da: “La paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy yo como la da el mundo”.

La paz de Jesús es la paz fundada en el amor, y se empeña a trabajar por la justicia. “La justicia y la paz se besan”, dice el salmo que nuestras hermanas benedictinas canta tantas veces en el coro. El papa, ya santo, Pablo VI, dejó una frase inolvidable: “Si quieres la paz, lucha por la justicia”.

Sexto domingo de pascua, como ciudadanos vivimos un domingo de elecciones. Los votos arrojarán unos resultados. Ojalá sean los mejores para una convivencia en paz y justicia.

Pero, gracias a Dios, nosotros, hoy y cada vez que participamos en la eucaristía, recibimos, por boca del sacerdote, momentos antes de comulgar, una palabra que es don y gracia: “Que la paz del Señor, esté con todos vosotros”.


domingo, 19 de mayo de 2019

DOMINGO V DE PASCUA (C)


-Textos:

       -Hch 14, 21b-27
       -Sal 144, 8-13b
       -Ap 21, 1-5ª
       -Jn 13, 31-33ª. 34-35

En esto conocerán que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Agua de mayo, primavera, tiempo de Pascua, vida nueva. Las hojas tiernas de los árboles, la hierba frondosa de los ribazos, los trigos que exhiben ya las espigas en grano…, toda esta vida nos regala la primavera. Y al mismo tiempo somos testigos de niños que reciben la primera comunión, adolescentes que acuden a la Iglesia para confirmarse, matrimonios mayores que celebran sus bodas de oro… Todas estas alegrías nos la proporciona la Pascua de Jesús. Jesús resucitado que por medio de su Espíritu, anima nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad.

El evangelio de este domingo nos propone el mandamiento nuevo y principal de Jesús: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado... En esto conocerán que sois mis discípulos”.

El evangelista Juan sitúa este mandato en la Última Cena, cuando es inminente el prendimiento, la pasión y muerte de Jesús. En ese contexto las palabras de Jesús tienen el carácter de un testamento solemne e íntimo. Pero la Iglesia, a través de la liturgia, nos lo vuelve a proponer en este tiempo pascual, y en este ambiente de Pascua el mismo mandato de Jesús tiene sobre todo un carácter de encargo misionero.

Si observamos atentamente, las manifestaciones de Jesús ante sus discípulos, después de su resurrección, tienen tres notas características muy dignas de ser recogidas: la alegría, el don del Espíritu Santo y la misión. La liturgia de este domingo pone en primer plano el encargo misionero.

Escuchad bien lo que nos dice Jesús hoy: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os amáis unos a otros”. Es en realidad un encargo misionero, se trata de dar testimonio; de darnos a conocer como discípulos de Jesús, para que otros se sientan llamados a ser también discípulos de Jesús. Y para esto hemos de amarnos como él nos ha amado.

El papa Francisco tiene una frase gráfica muy afortunada, dice: “El amor es el “documento de identidad del cristiano”, es el único documento válido para ser reconocidos como discípulos de Jesús: si caduca, renuévalo sin tardar”.

En este domingo de Pascua, hoy, tenemos la oportunidad de renovar nuestro documento de identidad cristiano: renovar, reavivar, reforzar, crecer en el amor, en un amor verdadero y cristiano, es decir, comprometernos a amar como Jesús nos ama. Así desempeñamos la misión que se nos ha encomendado: evangelizar, hacer discípulos de Jesús.

Estamos viviendo la primavera, sí, pero sobre todo, el tiempo de Pascua: Alegría, don del espíritu Santo, misión, encargo de evangelizar. Tiempo para oxigenar los pulmones de nuestra fe, tiempo de ilusionarnos, tiempo de soñar. Y para que estos sueños no queden en sueños, sino que se traduzcan en obras concretas de amor, de caridad, de testimonio coherente que convenza y atraiga a otros prójimos a la fe, la palabra del Apocalipsis en la segunda lectura confirma y despierta la esperanza que es necesaria e inseparable de la fe y del amor: Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva… He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, ellos serán su pueblo, y “Dios con ellos” será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor, porque lo primero ha desaparecido. Y dijo el que está sentado en el trono: “Mira, hago nuevas todas las cosas”.



domingo, 12 de mayo de 2019

DOMINGO IV DE PASCUA (C)


-Textos;

       -Hch 13, 14.43-52
       -Sal 99, 1b-3.5
       -Ap 7,9. 14b-17
       -Jn 10, 11-18

Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy celebramos el domingo del Buen Pastor y también la “Jornada mundial por las vocaciones”. El lema de esta jornada nos dice: “Di sí al sueño de Dios”.

La primera lectura de los Hechos de los apóstoles nos sitúa en un contexto de conflicto, diversidad de opiniones y persecución. Cuando la fe cristiana la vivimos de verdad provoca celos irritación y también odio, que en muchos casos deriva en persecución. El evangelio de Jesús vivido con fidelidad, con radicalidad y coherencia, choca con muchos modos de ver la vida.

¡Ay si todos hablan bien de nosotros!. Puede ser que vivamos muy al aire de los valores del mundo. Hemos aguado el evangelio. No podemos olvidar, hoy en día tenemos en nuestra iglesia católica hermanos perseguidos, que han muerto a causa de la fe. Recordad los hermanos de Sir Lanka.

Nos persiguen, pero no nos desalentamos. Jesucristo es nuestro Pastor, es el Buen Pastor.

Dejadme que os pregunte: De verdad, ¿Jesucristo es nuestro pastor? ¿Es la persona decisiva que regula todas las demás decisiones que voy tomando cada día en mi vida? Hoy es un día para renovar la fe bautismal, examinar si no nos pueden demasiado los valores del mundo, un día para reafirmarnos en seguir a Jesús de palabra y con las obras.

Nos ha dicho Jesús en el evangelio esta mañana: “Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen”. Tres palabras que evocan intimidad, amistad, relación estrecha de amor entre Jesús y los que creemos en Jesús. La fe verdaderamente vivida nos lleva a una intimidad de corazón entre Jesús y el que cree en Jesús, a una mutua comunión de vida.

Fijaos lo que acabo de decir: una mutua comunión de vida. Si Jesús, por la fe, nos comunica su vida, ¿cuál es su vida? Es la vida de Resucitado, la que ha vencido a la muerte, la vida misma de Dios, la vida eterna. ¡Cuánto tenemos que ahondar, aprender y asimilar del gran don que es la fe que recibimos en el bautismo! “El Señor es mi pastor, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas”; sí, me conduce a las fuentes que dan la vida eterna.

Jesús, el Buen Pastor, quiso nombrar a algunos discípulos suyos para que hagan presente en todos los tiempos su función de Pastor. Nos cuenta san Mateo: “Jesús, al ver a la muchedumbre, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos, rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”.

Todos vemos con evidencia palmaria la necesidad que tenemos en nuestra diócesis, y en toda la Iglesia, de vocaciones nuevas a la vida contemplativa, a la vida de especial consagración, y, sobre todo, al ministerio sacerdotal.

Pero no podemos quedarnos solo en pedir, con ser lo más importante: Las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada son un fruto y una medida también del nivel y del temple de fe que tiene una comunidad cristiana. Donde hay vida cristiana de verdad, surgen siempre vocaciones.

Por eso la escasez de vocaciones es una responsabilidad de todos. Y a todos nos atañe pensar en el lema de esta jornada: “Di sí al sueño de Dios”.