viernes, 29 de marzo de 2024

VIERNES SANTO (B)

-Textos:

-Is 52, 13-53, 12

-Sal 30, 2 y 6. 12-13. 15-17 y 25

-Heb 4, 14-16; 5, 79

-Jn 18, 1-40. 19, 1-42

 

 “Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado el Padre, ¿no lo voy a beber?

Queridas hermanas y queridos hermanos todos:

Tarde del Viernes Santo: Estamos invitados  a poner los ojos  en Jesús crucificado, en la Cruz de Cristo. La vamos a mirar desde la fe y pidiendo a Dios y al Espíritu de Dios, que esta mirada de fe penetre en lo más íntimo de nosotros, en nuestros sentimientos y más aún en nuestra alma y en nuestro corazón.

Mirando a Jesús nos viene a la memoria la experiencia de Santa Teresa de Jesús, que nos la cuenta en el libro de su Vida: “Pues ya andaba mi alma cansada y aunque quería, no la dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que entrando un día en el oratorio, vi una imagen que había traído allí a guardar… Era de Cristo muy llagado y tan devota, que en mirándola todas me turbó de verle tal , porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe él con grandísimo derramamiento de lágrimas…”.

            Fue para santa Teresa una experiencia del todo singular.  Esta tarde miremos a la cruz y a Cristo crucificado y pidamos al Espíritu Santo nos dé una experiencia semejante a la de Teresa de Jesús. Somos bautizados y todos tenemos la posibilidad de aumentar nuestra a fe. Benedicto XVI dice una de sus Cartas: “No se comienza a ser cristiano por una idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona –Jesucristo- que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación  decisiva”.

Hermanos y hermanas miremos y abracemos esta tarde a Cristo crucificado: que aumente nuestra fe.

Este relato precioso y muy conocido que escuchamos todos los años en la tarde del Viernes Santo, tiene una sorprendente peculiaridad: No subraya tanto los sufrimientos que padeció Jesús durante su pasión y muerte, como la bondad, la serenidad y fortaleza que refleja en todos los trances tan dolorosos que está pasando. Y en el Huerto de los olivos, ya lo hemos visto, dice a Pedro: -“Mete la espada en la vaina.  El cáliz que me ha dado el Padre, ¿no lo voy a beber? Jesús va libremente a la pasión, y renuncia a cualquier recurso de violencia o de poder. Ante Pilato, que pregunta: “¿Luego tú eres Rey?” Jesús responde con verdad y con entereza: “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. “Y antes del último suspiro, dice con un convencimiento y una paz admirables: “Está cumplido, en el sentido he hecho todo lo que el Padre me ha mandado”. E, inclinando la cabeza entregó su espíritu”.

Hermanas y hermanos: ¿Qué es lo que da lugar a que Jesús muera con esta lucidez y serenidad que nos revela la pasión de san Juan?- Dos notas que definen la personalidad de Jesús y lo caracterizan: Primera y principal,: Cumplir la voluntad de su Padre Dios. El Padre y yo somos uno, lo que el Padre quiere eso hago, he venido para cumplir la voluntad de mi Padre”. Son declaraciones de Jesús a lo largo de su vida pública. Y la segunda nota que lo caracteriza es el amor a los hombres hasta el extremo: “Habiendo amado a los suyo que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Saquemos también ahora importante norma para nuestra vida: Mirando al crucificado: Creer con fe verdaderamente cristiana, es tener la firme certeza que intentar cumplir en todo y siempre la voluntad de Dios es el camino de la verdadera y eterna felicidad. Y que la voluntad de Dios consiste en amar al prójimo como nos amó y nos amas Jesús. Hasta el extremo.

Esta tarde: al besar y adorar la cruz, podemos  decir con todas nuestras fuerza: “Gracias, Señor. Mi cruz junto a tu cruz. Sin ti no puedo nada, pero contigo, “Hágase en mí la voluntad de Dios”, Padre tuyo y Padre mío”.

domingo, 24 de marzo de 2024

DOMINGO DE RAMOS (B)

-Textos:

            -Is 50, 4-7

            -Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24

-Fil 2. 6-11

-Mc 14, 1-15, 47

 

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

 

Domingo de Ramos, comenzamos la Semana Santa. El Jueves Santo iniciaremos con la Cena del Señor, la eucaristía, el Triduo Pascual.

Un primer mensaje me permito poner como primer objeto de vuestra atención: En la Semana Santa, muy especialmente en el Triduo Pascual Dios tiene preparada una gracia singular para toda la Iglesia y para cada uno de nosotros. La revelación máxima del amor de Dios en la Cena de Jueves Santo, la entrega de Cristo por amor a Dios Padre y a los hombres, patente e irrefutable el Calvario en tarde de Viernes Santo, la luz deslumbrante de la Gran Vigilia Pascual: en el espejo de la historia de Salvación de Dios, descubrimos el sentido de nuestra propia historia: Dios es fiel, resucita a su Hijo, para que todos podamos resucitar con él; la catarata de gozo y alegría del domingo de resurrección, que nos impulsa a salir a la calle gritando: “Hay esperanza cierta para esta humanidad atormentada y dolorida: Cristo resucitado ha vencido a la muerte y al pecado; un cielo nuevo y una tierra nueva nos espera.

Cada día un misterio rico, fecundo y trascendental, cada día del Triduo Pascual una gracia  singular nos espera. No la dejemos pasar de largo.

Y ahora, permitidme que esboce el misterio de este domingo: Jesucristo entra triunfante y vitoreado en Jerusalén. El hecho es un presagio de la resurrección gloriosa y la victoria sobre la muerte y el pecado que ocurrirá al término de los tres días.

Pero acabamos de escuchar el relato trágico de la pasión y muerte  de Jesús: La angustia del Huerto de los Olivos, los discípulos lo dejan sólo, los soldados lo maltratan, la gente importante se burla de él, la sensación de abandono frente a su Padre Dios… ¡Qué misterio! ¿Nos escandaliza? ¿Nos hace pensar? ¿Quién es Jesús? Hijo de Dios verdadero y hombre igual a nosotros en todo menos en el pecado. Nos atrae el Cristo de los milagros, dejamos de la do al Cristo crucificado; por la cruz a la luz; el que guarda su vida la pierde, el que pierde su vida por  seguir a Jesús la encuentra.

Todo esto y mucho más en el misterio que celebramos en la eucaristía de esta mañana, y que se nos irá desvelando a los largo de la Semana Santa, especialmente, del Triduo Pascual.

 

domingo, 17 de marzo de 2024

DOMINGO V DE CUARESMA (B)

DOMINGO V  DE CUARESMA

(17-3-24)

 

Homilía

“Queremos ver a Jesús”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Ayer, sábado, la  segunda Javierada: muchos peregrinos, muchos jóvenes. Hoy aquí, en el monasterio de benedictinas queremos hacer una mención especial al “Día del Seminario”. Pedimos a Dios y a San Francisco  Javier  que despierte en estos jóvenes, chicos y chicas, el  deseo que todos llevamos en el corazón, y que estos paganos griegos pidieron a Felipe: “¡Queremos ver a Jesús!”.

Pero, en estos días, previos a la Semana Santa y al Triduo pascual, ¿qué pregunta se estarán haciendo tantos bautizados? –Dejadme que piense mal. Dirán: -¿Qué hacemos o qué podemos hacer en estos días de vacaciones?

Sin embargo, ver a Jesús es la pregunta que todos, todos, llevamos en el corazón, aunque quizás no la advertimos.

La más profunda de todas las necesidades humanas es  la necesidad de  Dios. El hombre necesita ver a Dios. “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

El rostro de Dios es Jesucristo. “Él es imagen de Dios invisible,  primogénito de toda criatura”; “Quién me ha visto a mí, dijo en cierta ocasión él mismo, ha visto al Padre”. Por eso, todos los hombres necesitamos ver a Jesús. Mucha gente no lo sabe, no se da cuenta; nosotros mismos, en muchas ocasiones, estamos pendientes de muchas necesidades: salud, descanso, amistad, atenciones…

Estos gentiles, griegos, que acuden a Felipe,  habían logrado descubrir su más honda necesidad y querían ver a Jesús; no por curiosidad y como para poder decir que habían visto a un famoso. Eran griegos, herederos de una cultura que investiga sobre la felicidad y la salvación. Por eso, quieren ver a Jesús como aquel que viene de Dios, habla de Dios, trae la salvación de Dios y responde a esa necesidad de Dios escondida en todo corazón humano.

Sí, nosotros tenemos necesidad de Jesús; nosotros, en el fondo, queremos ver a Jesús. ¿Lo tenemos claro? Vosotras, quizás, queridas hermanas, lo sabéis y lo buscáis, llamándole por su propio nombre. Os habéis  sentido llamadas por él.  Vuestra vida  es un buscar el rostro de Dios en el rostro de Cristo.

Muchas personas no se preguntan por las vacaciones, están preocupadas desmesuradamente por la salud, por el sueldo, por la estabilidad en el trabajo… Son preocupaciones legítimas, pero que apuntan en último término a Jesucristo.

“Porque Jesucristo revela el hombre al propio hombre; y no  hay bajo el cielo ni en la tierra otro nombre en el que el hombre pueda ser salvado”.

Felipe y Andrés fueron guías de gentiles, de gente alejada. Nosotros podemos hacer lo mismo: a los jóvenes, a los niños, a nuestro hijos, a nuestros amigos guías que les llevamos a descubrir qué es lo que de verdad sienten en su corazón: Necesidad de Dios, necesidad de ver a Jesús.

Pero hoy, para nosotros, Felipe y Andrés están presentes en nuestra madre Iglesia, en la liturgia de esta celebración. Ellos nos invitan a ver a Jesús; acudir al Triduo Pascual: Ya desde hoy, semana de pasión, tenemos que poner los ojos en Jesús: Jesús crucificado y glorificado. Pensemos en preparar bien, donde sea y de la mejor manera posible, nuestra participación en el gran Triduo Pascual.

La eucaristía es el grano de trigo que muere, para que nosotros, nos centremos y descubramos hasta qué punto, las mejores vacaciones son las  que  nos llevan al encuentro con Jesús, muerto y resucitado, y vencedor de la muerte y del pecado.

 

domingo, 10 de marzo de 2024

DOMINGO IV DE CUARESMA (B)

-Textos:

            -2 Cr 36, 14-16. 19-23

            -Sal 136, 1-6

            -Ef 2, 4-10

            -Jn 3, 14-21

 Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¿Qué pasó en el desierto en los tiempos de Moisés? Los israelitas estaban cansados de andar por el desierto, cansados de comer como único alimento el maná, y se rebelaron contra Moisés y  contra Dios. Añoraban la vida en Egipto. Dios permitió que aparecieran unas serpientes que, al morderles, les provocaban la muerte. Los israelitas acudieron a Moisés.  Moisés oró y habló con Dios, que dijo a Moisés: “Haz una serpiente de bronce y colócala en un palo. Todo el que la mire quedará sanado”. Este palo con la serpiente de bronce ha sido interpretado como símbolo de la cruz con Cristo crucificado. Por eso, las palabras de Jesús a Nicodemo.

Hoy, ya cerca de la Semana Santa somos invitados a mirar la cruz con  Cristo crucificado, y descubrir en ella principalmente dos enseñanzas. La primera la maldad del pecado-  de nuestro pecado y de los pecados de todos. Nos cuesta reconocer el pecado, nos cuesta reconocernos pecadores. Y es que el pecado tiene en su entraña la habilidad de  esconderse como tal. Sacamos excusas para decirnos a nosotros mismos: “No es tan grave lo que he hecho, no tiene importancia”. El pecado aborrece la luz, se esconde ante nuestra conciencia, para que sigamos pecando.

Mirando a Jesucristo comprendemos la gravedad del pecado. Los pecados del mundo han dado lugar a la muerte del Hijo de Dios. En Jesús colgado de la cruz comprendemos que Dios, en Cristo, padece por el pecado del mundo. En la cruz comprendemos que el pecado cuesta a Dios la muerte del Hijo.

Si en vez de auto-engañarnos e intentar justificarnos, nos confesamos pecadores, y en  alguna medida, colaboradores del mal en el mundo, comenzamos a salvarnos. Confesarnos pecadores es el camino imprescindible para acercarnos a Dios, y encontrarnos con él.

Pero, además, mirar a la cruz y contemplar a Jesucristo crucificado nos revela la misericordia de Dios. Jesucristo crucificado nos certifica que la misericordia divina envuelve al mundo y es más fuerte que el mal. “Donde abundó el pecado sobre abundó la gracia de Dios”.Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo”.

La cruz de Cristo nos da la demostración inequívoca de que Dios nos ama. Y al sentirnos tan sincera y verdaderamente amados por Dios, no necesitamos esconder nuestros pecados o disimular que los hemos cometido. La misericordia de Dios, manifestada en la cruz de  Cristo, nos dice hasta qué punto somos amados por Dios, sentimos admirados  que Dios quiere perdonarnos, brota la confianza y la amistad y no nos da vergüenza abrirnos a Él de par en par. Y al confesarnos  sinceramente ante Dios, nos hacemos responsables de nuestra vida y de nuestros actos.

Este proceso espiritual e interior lo podemos vivir mirando al  Crucificado.

Y así, impulsados por nuestro corazón que se siente amado y perdonado, nuestra libertad queda liberada y se abre a Jesucristo para preguntarle sinceramente y sin miedo: “Señor, ¿Qué puedo hacer por ti?”.

domingo, 3 de marzo de 2024

DOMINGO III DE CUARESMA (B)

-Textos:

            -Ex 20, 1-15

            -Sal 18,8.9.10.11

            -1 Co 1, 22-25

            -Jn 2, 13-25

 

 “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”.

Queridas hermanas Benedictina y queridos hermanos todos:

La fe cristiana es un encuentro vivo, personal y real con Jesucristo. La finalidad de toda evangelización es la realización de ese encuentro, al mismo tiempo personal y comunitario. Afirmó el Papa Benedicto XVI (“Deus caritas es”)

Los templos, en todas las religiones, son considerados como espacios especiales para el encuentro con Dios. De una manera singular, el antiguo pueblo de Dios, los judíos, consideraban el templo de Jerusalén como lugar esencial para rendir culto al verdadero Dios, Yahvé, y símbolo de identidad como pueblo elegido. Jesucristo, como buen israelita, había subido varias veces a visitar el templo de Jerusalén. La actuación de Jesucristo expulsando del templo a vendedores y cambistas, que  nos cuenta san Juan en el evangelio de hoy, tiene un doble significado:

En primer lugar, Jesús sigue y culmina la tradición profética de purificar y restablecer el culto verdadero: el Mesías, el enviado de Dios,  el Hijo de Dios, no puede tolerar que se mezcle con el negocio y el dinero el carácter sagrado de las ofrendas que se ofrecen a Yahvé.

Y tiene una segunda finalidad de mucho mayor alcance: “¿Qué signos nos muestras para obrar así? -¿Destruid este templo, y yo en tres días, levantaré”. Y el evangelista comenta: “Hablaba del templo de su cuerpo”.

Llegará un día, llegó a decir el mismo Jesús en que “ni en Corozaín ni en Jerusalén se dará culto a Dios”. Porque a partir de ahora es mi persona, soy yo, el lugar privilegiado para el encuentro con Dios. “Quién me ve a mí ha visto al Padre”.

Mi Padre me ha enviado, soy  el Mesías, el Hijo de Dios, y soy, en la tierra, presencia encarnada de Dios. A partir de ahora es mi persona, soy yo, el lugar privilegiado del encuentro con Dios. Jesucristo es el lugar verdadero del encuentro con Dios.

Y a Jesucristo lo podemos encontrar en muchos lugares y de muchos modos y maneras: En la Palabra de Dios, en la eucaristía, en los pobres, en la asamblea reunida en su nombre, en los hermanos, en los acontecimientos que nos hacen pensar y nos llaman a conversión.

Ahora entendemos mejor por qué  Benedicto XVI y los papas modernos dicen y repiten con insistencia: “La fe cristiana es un encuentro vivo, personal y real con Jesucristo. La finalidad de toda evangelización es la realización de ese encuentro, al mismo tiempo personal y comunitario”.

A lo mejor es oportuno hoy que nos preguntemos, ¿Qué lugar ocupa Jesucristo en mi vida? ¿Puedo decir que siento la fe como un encuentro real y personal con Jesucristo? ¿Influye mi fe cristiana en las decisiones, en las ocupaciones de mi vida diaria?

No podemos olvidar que nosotros seguidores de Jesús y bautizados en su nombre, somos piedras vivas del templo espiritual, del Cuerpo místico de Cristo. A nosotros nos incumbe muy seriamente  vivir de tal manera que podamos ser para nuestros hermanos, para nuestros prójimos: lugar de encuentro con Dios, ejemplo, testimonio que contagia y acerca a los que nos tratan y conviven con nosotros a Dios.

 En este santo tiempo de cuaresma escuchamos insistentemente la llamada de Dios a la conversión. Para nosotros, bautizados, la llamada a la conversión, sobre todo, es una llamada a renovar y redoblar nuestra adhesión  a su persona y a su mensaje: sobre todo a ser testigos de Jesús con nuestra conducta.

No olvidemos que en esta celebración no sólo Jesucristo en las especies eucarísticas, sino también la asamblea que formamos, somos templo de Dios, lugar para los hombres de encuentro con Dios.