domingo, 30 de agosto de 2015

DOMINGO XXII, T.O. (B)

“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vació”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
 
El evangelio de hoy es una invitación sería y comprometida a examinar nuestras prácticas religiosas y nuestros comportamientos. Pero no sólo ni principalmente para tomar nota de lo que hacemos, sino, sobre todo, para descubrir los motivos de fondo que nos mueven a actuar. No se tratas solo de ir a misa, sino de examinar por qué voy a misa. Y quien dice de la misa, dice de los funerales o, en otro orden de cosas, del comportamiento en el trabajo, o en las relaciones con los amigos, o con los compañeros, jefes o subalternos, en el trabajo. Ante Dios, no es suficiente actuar correctamente, sino actuar por motivos buenos, honestos, justos y generosos.
 
Nuestras hermanas benedictinas, desde el espíritu de la Regla benedictinas, están muy habituadas, y son expertas, en poner en práctica este evangelio: No se conforman con venir al coro, sino que se examinan cada día, si vienen por rutina, o animadas por el deseo de corresponder a Jesús que les llama y le invita a alabar al Padre Dios, no se conforman con pedir perdón a una hermana, si no la han tratado con amabilidad, sino que se examinan si el perdón que piden es porque quieren de verdad restablecer la relación de amistad que mantienen habitualmente.
 
No vienen muy bien a todos, esta mañana, examinar, a la luz del evangelio que hemos escuchado, por ejemplo, qué nos mueve a venir a la eucaristía cada domingo, por qué razones y motivos acudimos a un día y otro a los funerales de nuestros familiares o conocidos, o qué motivos nos mueven a mantener buenas relaciones en el mundo del trabajo, o en el círculo de nuestras amistades.
 
Una pregunta muy interesante es la siguiente: “¿Dónde está tu corazón?”. Sí, yo ya sé dónde me muevo, y a dónde voy y de dónde vengo, y qué hago y qué no hago… Pero, ¿dónde está mi corazón? Jesús nos ha dicho en el evangelio: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vació”.
 
¿Dónde está tu corazón? No basta sólo actuar correctamente y hacer lo que tengo que hacer. Es preciso entrar dentro de nosotros mismos y aprender a descubrir honestamente y con sinceridad, cuáles son nuestros motivos. Porque, dice hoy Jesús: “Nada que entra de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones…, adulterios…, codicias”.
 
Podemos rezar todos los días, por pura costumbre de niños, y no porque creemos firmemente que todo en la vida y toda mi vida viene de Dios y está en manos de Dios; podemos venir a misa para sentirnos buenos y cumplidores de los deberes, en vez de venir para escuchar a Dios, y recibir en la comunión fuerzas para obedecer y poner en práctica sus enseñanzas; podemos acudir a los funerales para que nos vean, para cumplir con la familia, y podemos acudir para mostrar gratitud y respeto al difunto, y, porque creemos en la vida eterna, para pedir de corazón que Dios lo acoja y lo haga feliz para siempre.
 
Las mejores prácticas, las más correctas pueden estar contaminadas de motivos egoístas, interesados, mezquinos y poco nobles, si no examinamos cada día, dónde está nuestro corazón.
 
¿Y dónde debe estar nuestro corazón? –En Dios y, desde Dios, en mi prójimo, que es mi hermano. Bien nos respondió Jesucristo en otra discusión importante también con los fariseos: “Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser, y al prójimo como a ti mismo”.
 
Lo que hace puros nuestros comportamientos es el amor, un amor como el que Cristo nos demuestra cada vez que venimos a la eucaristía. Amor que se entrega, y se parte y reparte como alimento, para darnos vida.