domingo, 29 de diciembre de 2019

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA (A)


-Textos:

       -Eclo 3, 2-6.12-14
       -Sal 127, 1b-5
       -Col 3, 12-21
       -Mt 2, 13-15.19-23

Levántate, coge al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Domingo de la Sagrada Familia dentro de la octava de la Navidad. Hoy tenemos la oportunidad de contemplar el misterio de la Navidad en su manifestación más plena. La liturgia nos invita no sólo a contemplar al Niño Dios, sino a la familia entera donde nació nuestro Salvador.

Las lecturas nos ofrecen dos mensajes valiosos y complementarios: El evangelio nos invita a contemplar a la Sagrada Familia. Hoy no deberíamos fijarnos solamente en el Niño Dios en el portal, sino en los tres miembros de la familia situados ya en su casa de Nazaret.

Lo más patente a nuestros ojos es que Dios, el Hijo de Dios, Jesucristo ocupa el centro de la familia. Es muy fácil imaginar que José y María hacen todo lo que hacen para dar lugar a que Jesús crezca en edad, en sabiduría y en gracia ante los hombres y ante Dios.

Es la primera enseñanza que nos interpela y nos expone a un examen de conciencia: ¿Qué ambiente flota en nuestra familia? Los criterios que damos los padres, los temas que se exponen en conversación…, están a tono con la fe cristiana o son criterios más conformes a una sociedad de consumo, que sólo pretende el éxito y el confort, la vida cómoda y egoísta?

La bendición de la mesa, el crucifijo o la imagen de María en la cabecera, deben ser signo de la fe en Dios y en Jesucristo que impregna toda la vida familiar.

Si tenemos en cuenta la preciosa exposición de san Pablo en la Carta a los Colosenses, aprendemos que si el centro de atención en Nazaret es Jesucristo, el clima y el espíritu que se respira en ese hogar es el amor. No un amor cualquiera, sino un amor como el que ha predicado y practicado Jesús en su vida pública y que sin duda vio y experimentó en sus largos años de Nazaret junto a José y María: “Revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia.. Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta… Sed también agradecidos”.

Este amor ideal, cuyo programa muchos matrimonios han querido que se proclame en su boda, es posible, está a nuestro alcance, no debemos renunciar a llegar a vivirlo en nuestras familias. Esa posibilidad nos la dio Jesucristo al encarnarse en una familia, y la alcanzamos mediante la fe.

Pero es cierto y no podemos olvidar que este amor tan admirable tiene también aplicaciones sociales comprometidas y muy exigentes.

Volvamos a la escena final del evangelio de hoy: La sagrada familia tuvo que refugiarse y emigró a Egipto, y después, a la vuelta, tuvo que andar de un sitio para otro buscando el mejor modo de poder vivir y trabajar.

El Hijo de Dios se ha encarnado en la experiencia de emigrante y refugiado para redimir esas experiencias tan dolorosas. A los ojos de Dios los refugiados y emigrantes merecen redención. Por eso, nosotros desde la fe, tenemos que decir que es posible solucionar esos problemas y evitar la tragedia humana que encierran. Porque Jesucristo ya ha aportado toda la gracia y el favor de Dios para que sean redimidas. Es ahora un reto para los cristianos y para todos los hombres de buena voluntad aplicarse con sinceridad a solucionarlos.

Ya veis, queridas hermanas y hermanos, todos: La fiesta de la Sagrada Familia nos sitúa con realismo en lo que el misterio de la Navidad implica como gracia y estímulo para vivir en nuestra familia y a lo que nos compromete para contribuir a una sociedad más humana y a un mundo mejor.

domingo, 22 de diciembre de 2019

DOMINGO IV DE ADVIENTO (A)


-Textos:

       -Is 7, 10-14
       -Sal 23, 1b-4b. 5-6
       -Rom 1, 1-7
       -Mt 1, 18-24

“… y le pondrás por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

He aquí el mensaje trascendente e importantísimo que nos trae la liturgia de este domingo cuarto de adviento.

Salimos a la calle y vemos a tanta gente corriendo de una tienda a otra, de una mercado a otro, de un gran almacén a otro; luces por la noche que dibujan siluetas de no se sabe qué, pero que suplantan las figuras pertinentes de la Navidad.

Por otra parte, Cáritas nos comunica que hay muchos prójimos nuestros que no encuentran trabajo, y otros, jóvenes sobre todo, que sí tienen trabajo, pero el sueldo no les llega para poder pagar un piso ni sufragar los gastos que exige traer hijos al mundo y educarlos.

Y nosotros, los que estamos aquí reunidos, hoy tenemos todavía los sentimientos de sorpresa y de pena por la muerte inesperada de nuestro querido Rafael, sacerdote, hermano, compañero y amigo querido.

Y en estas circunstancias, el Señor nos regala la gracia de escuchar el relato de los acontecimientos y los sentimientos íntimos que vivieron María y José en aquellos días previos a la primera Navidad.

Envueltos los dos en la penumbra del misterio, María, la Virgen Inmaculada, guarda silencio, espera y confía en Dios. José se siente perplejo y desconcertado, no duda de María, su duda está en que no sabe cómo debe comportarse ante el misterio que tiene delante, que le sobrecoge y le sobrepasa. Está a punto de tomar una decisión, él es un Israelita creyente, un hombre Justo. Y en esta situación, tan comprometida, Dios le sale al encuentro, y Dios le explica el misterio por medio de un ángel: “No temas acoger a María, tu mujer, la criatura que hay en ella es obra del Espíritu Santo”. Dios no defrauda a los que confían en él.

Tomemos nota de esta verdad, Dios es fiel y sale valedor de los que quieren cumplir su voluntad. Dios a José no sólo le disipa las dudas, sino que además le encomienda una misión: “Dará a luz un hijo y tú le podarás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados. O como dice el profeta: “Le pondrás por nombre Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”.

Hermanas y hermanos: Este es el mensaje que tenemos que retener, a dos días que nos encontramos, de la Navidad, Dios con nosotros, cercano, perceptible, tangible. Para librarnos de la dependencia más letal y tóxica que nos amenaza, el pecado.

Y este mensaje es el que explica la razón de por qué y para qué estamos los cristianos en medio de esta sociedad paganizada, que intenta iluminarse con luces, que solo logran dejar patente la terrible oscuridad de un universo sin Dios. Nuestra misión, hoy, más necesaria que nunca es gritar en público y en privado, en todo lugar: “Dios ha venido a salvarnos”; es posible la inocencia, la justicia, la paz. Merece la pena trabajar para que haya trabajo y salarios justos para todos; merece la pena contribuir a un mundo más fraterno, porque “Dios con nosotros” va a construir un cielo nuevo y una tierra nueva.

Y al terminar traemos de nuevo a la memoria a nuestro querido Rafael: bautizado, hijo de Dios, sacerdote. Somos testigos y recordamos el entusiasmo y la convicción con que proponía a todos, pero sobre todo a los jóvenes, que Jesucristo era, sí, Emmanuel, Dios con nosotros; que Dios es misericordioso, que no defrauda, que su mano providente nos guía por los vericuetos de nuestra vida y nos salva.

En esta eucaristía de adviento pedimos a Dios que cumpla con nuestro querido Rafael la verdad del evangelio que hoy hemos escuchado y que Rafael con tanta sencillez y convicción vivió y predicó.

domingo, 15 de diciembre de 2019

DOMINGO III DE ADVIENTO (A)


-Textos:

       -Is 35, 1-6ª.10
       -Sal 145, 6c-10
       -St 5, 7-10
       -Mt 11, 2-11

¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Nuestras hermanas benedictinas nos han introducido en la eucaristía con una agradable invitación a la alegría, un famoso canto gregoriano: “Gaudete in Domino semper”, “Alegraos siempre en el Señor”.

En este tiempo de adviento la Iglesia nos ha recomendado para preparar la venida del Señor en Navidad intensificar la oración, practicar la austeridad y la penitencia y conformar más coherentemente nuestra vida con la voluntad de Dios y con el amor al prójimo.

La Iglesia supone que estamos cumpliendo estas recomendaciones que nos someten a un plan de vida un tanto duro y sacrificado. Por eso hoy, en este domingo, nos propone que descansemos un poco de ese programa de vida exigente, y nos recomienda un día más relajado, para estar en forma a la hora de entrar en el sprint final previo a la Navidad.

Por eso ha comenzado la eucaristía con este canto: “Gaudete in Domino semper”, “Alegraos siempre en el Señor”. Nos invita a la alegría , y al mismo tiempo, nos dice claramente donde podemos encontrar la verdadera alegría: “en el Señor”. Y luego insiste y da la razón: “De nuevo os digo: estad alegres. El Señor está cerca”.

Así hemos comenzado la eucaristía, pero el evangelio nos introduce en el corazón mismo del adviento con una pregunta que Juan el Bautista mandó que sus discípulos hicieran a Jesús y que nosotros hoy la hacemos nuestra, porque a nosotros también nos intriga: “Eres tú, Jesús, el que tiene que venir o hemos de esperar a otro? “¿Eres tú, Jesús, el prometido y el enviado por Dios, para salvar este mundo, o hemos de esperar a otro?” ¿Eres tú, Jesús? Las revistas, los medios de comunicación dedican grandes titulares a investigadores, a dirigentes de empresas supranacionales, a políticos que prometen cumplir los sueños de todos… muchos y muchas, jóvenes, especialmente esperan a los avances técnicos siempre novedosos y más completos…

Eres tú, Jesús, el que tiene que venir o hemos de esperar a otro?“ Y Jesús nos responde: “Id y anunciad lo que estáis viendo: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres quedan evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandaliza de mí!” .

Si, hermanas y hermanos todos: Esto dijo Jesús a los discípulos de Juan y esto está haciendo Jesús hoy, en el presente, ante nuestros ojos: Y si no, comprobad: Qué hacen los misioneros y misioneras, que continúan la misión de Jesús, cuando llegan a un pueblo pagano y menos desarrollado? Es un ejemplo claro, pero muy sintomático. Quien de verdad cree en Jesús y pone en práctica el evangelio, pone a Dios en su vida, se hace el mismo más humano y humaniza a sus prójimos y a la sociedad.

Los seguidores de Jesús hemos de continuar su obra. Y, efectivamente, del evangelio de Jesús brota el amor, el perdón, el impulso para hacer la paz, luchar por la justicia, y mantener la fe en la vida eterna, en la llegada del Reino de Dios, de un cielo nuevo y una tierra nueva.

Sí, Jesús es el que vino, el que ha de venir y el que está viniendo.

Termino con palabras de la primera lectura: “Fortaleced la manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes, decid a los inquietos: “Sed fuertes, no temáis. ¡He aquí a vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona, no temáis.

domingo, 8 de diciembre de 2019

FESTIVIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN, DOMINGO II DE ADVIENTO


-Textos:

       -Ge 3, 9-15. 20
       -Sal 97, 1. 2-4
       -Ro 15, 4-9
       -Lc 1, 26-38

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy, segundo domingo de Adviento, celebramos en España la fiesta grande de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Fiesta que ha cuajado en el alma del pueblo cristiano quizás como ninguna otra y que también quizás como ninguna ha producido frutos de gracia y de fe en los fieles que la celebramos con gozo.

La Virgen María, por especial privilegio del amor de Dios, en previsión de los méritos de su Hijo, desde el mismo instante de su concepción ha sido preservada de todo pecado, libre hasta del pecado original, es Inmaculada.

Dios, desde toda la eternidad, amó a María con amor infinito y, porque la amó y la quiso para madre suya, la llenó de gracia plenamente; tan plenamente que en ella no cabe espacio alguno para el pecado. Toda hermosa con la hermosura más espléndida que podemos contemplar, sin sombra de pecado, con la gracia de la santidad.

Así ella pudo decir sí a Dios; y enteramente confiada y obediente, dijo al ángel: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

Poder celebrar la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, es una gracia de Dios que acrecienta y fortalece la vida cristina y la fe de los que la celebramos.

¿Qué nos dice la Madre de Dios y Madre nuestra, María Inmaculada, en esta fiesta?

En esta fiesta y en todos los días del año y de nuestra vida nos conviene acercarnos a María; acercarnos para que su santidad, la gracia de Dios que la llena plenamente, se nos contagie; para que a la luz de su pureza virginal y del cúmulo de virtudes que la enriquecen nosotros descubramos y avivemos nuestra vocación. Porque ciertamente, nosotros hemos nacido con el pecado original, no como la Purísima Virgen Maria, pero hemos recibido el bautismo que nos ha librado de él. Somos hijos de Dios, hemos recibido el don del Espíritu Santo; en nosotros están sembradas las semilla de todas las virtudes, y nuestra vocación es la santidad. Cierto que no podrá desarrollarse esta vocación sin esfuerzo, y afrontando la lucha contra el pecado, el demonio y las fuerzas del mal hacen que el cultivo de la virtud y la práctica del evangelio nos suponga esfuerzo, sacrificio y cruz. Por eso nosotros hemos de acudir a la purísima Virgen María, que nos ayude a vivir la vida de hijos de Dios.

Frente a un mundo tan agresivo y hostil en el que las fuerzas del mal nos invitan al pecado, acercarnos a María nos libra del desaliento, nos despierta lo mejor de nuestra condición de criaturas de Dios y de discípulos de Jesús que hay en nosotros. María Inmaculada nos lleva a Jesús, y con ella y Jesús podemos alcanzar de la cima de nuestra vocación, la santidad. La atmósfera que respiramos en esta sociedad en la que vivimos no nos invita a alimentar estos deseos y a comprometernos con estos ideales. Más bien todo lo contrario. Pero María Inmaculada nos deja patente cual es nuestra vocación y dónde vamos a encontrar de verdad la felicidad.

Estamos en tiempo de adviento. San Pablo en la segunda lectura nos exhorta para que “a través de nuestra paciencia y del consuelo que dan la Escrituras mantengamos la Esperanza”. Nosotros ahora, en la plegaría eucarística vamos a pedir que “ con María, la Virgen Madre de Dios…, merezcamos, por su Hijo Jesucristo, compartir la vida eterna y cantar sus alabanzas”.


martes, 3 de diciembre de 2019

FESTIVIDAD DE SAN FRANCISCO JAVIER


-Textos:

       -Is 52, 7-10
       -Sal 95, 1-3. 7. 8a. 10
       -1 Co 9, 16-19. 22. 23
       -Mt 28, 16-20

No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el evangelio!”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

En la segunda lectura, san Pablo nos dice una frase que define a san Francisco Javier en su experiencia de fe más íntima y en su temple misionero: “No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el evangelio! Está tan convencido del bien que es para los hombres conocer a Jesús, y tan importante para construir un mundo más humano, animado, además, por la esperanza de una felicidad eterna, que no tiene más remedio, que no puede pasar sin anunciarlo. Él, como Pablo, se ha hecho “débil con los débiles y todo a todos, para ganar como sea a algunos”.

Los biógrafos de S. Francisco cuentan como en Malaca tuvo un encuentro providencial con un joven japonés, llamado Angiro, que buscaba a san Francisco Javier atraído por la fama que le rodeaba al santo y por cuanto había oído de él. Tanto Angiro, como también muchos navegantes portugueses le hablaron a Francisco de lo interesante que sería predicar la fe a los japoneses, porque eran gente muy deseosa de saber y muy racionales; duros para convencer, pero, una vez convencidos, muy coherentes con sus convicciones.

Desde este momento, a san Francisco Javier, tan saturado de trabajos y viajes, que tenía tantas cosas que atender en la India, le nace un sueño, y ya no parará hasta conseguir llegar a Japón y, después, intentar entrar en China. “No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el evangelio!

Hermanas y hermanos, vamos a quedarnos con una pregunta. ¿Qué peso específico tiene en nuestro ánimo transmitir la fe en Jesucristo? Sé muy bien, queridas hermanas, que tenéis muy asimilado y que practicáis el espíritu misionero que desde siempre y especialmente los papas modernos han predicado: que la oración es el fundamento mejor, el más necesario, a la hora de anunciar el evangelio.

Pero atendiendo a los cristianos laicos, padres de familia y educadores de la fe, a los jóvenes que se plantean su vocación y su misión en la vida, los papas constatan que ha descendido el temple misionero de la comunidad cristiana.

Todos tenemos que dejarnos interpelar por la exclamación de san Pablo, de la que san Francisco dio un testimonio tan admirable: “No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el evangelio! Y todos tenemos que afirmarnos en la convicción de que no podemos transmitir mejor noticia para el mundo que la que pregonó tan bellamente el profeta Jeremías: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: “Tu Dios es Rey”!

domingo, 1 de diciembre de 2019

DOMINGO I DE ADVIENTO (A)


-Textos:

       -Is 2, 1-5
       -Sal 121, 1b-2. 4-9
       -Ro 13, 11-14ª
       -Mt 24, 37-44

Comportaos reconociendo el momento en que vivís…, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy comenzamos el tiempo de adviento; tiempo de preparación para la Navidad. Es un tiempo de gracia. Un tiempo en el que Dios tiene la voluntad de dispensar su gracia y su favor sobre nosotros en una medida mucho más abundante que en el tiempo normal u ordinario. En este tiempo nosotros tenemos la oportunidad de fortalecer nuestra identidad cristiana para dar, en la sociedad de hoy, testimonio de amor a Dios y al prójimo, sobre todo al pobre y al necesitado, como lo hizo Jesucristo. Entonces, ¿qué tenemos que hacer?

El adviento, antes que a hacer cosas, nos invita a entrar dentro de nosotros mismos y descubrir el deseo más profundo que bulle en nuestro interior. Pensemos un poco: ¿Qué es lo que de verdad añoramos, aquello que obtenido, nos aquietaría del todo, y nos haría felices? ¿Qué es? ¿Lo sabemos?

Deseamos una jubilación asegurada, deseamos una vida de familia en armonía, deseamos que nuestros hijos hereden la fe y los valores en los que nosotros creemos. Vemos también que la gente desea le caiga la lotería, consumir y gastar en el “viernes negro”, tener dinero, tener buena imagen, tener salud… son deseos ciertamente, pero el conseguirlos ¿nos aquietan el corazón, nos dejan plenamente satisfechos?

El deseo verdadero y genuino del corazón humano, de todo corazón humano, es el deseo de Dios. Hemos oído muchas veces la frase célebre de san Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

Vosotras, queridas hermanas, lo sabéis muy bien. Ese deseo explica vuestra vocación. Nuestro papa Francisco nos ha dicho claramente: “La búsqueda del rostro de Dios atraviesa la historia de la humanidad… El hombre y la mujer, en efecto, tienen una dimensión religiosa indeleble que orienta su corazón hacia la búsqueda del absoluto, hacia Dios”. Deseo de Dios, ese es el anhelo hondo que nos inquieta y que da lugar a que nada de este mundo nos deje plenamente satisfechos.

El adviento, hermanos todos, es el tiempo propicio para tomar conciencia de este deseo, expresarlo, y suplicar al Señor que venga a colmarlo y satisfacerlo.

Una manera óptima de vivir el adviento puede ser: repetir una y mil veces, a cualquier hora del día y en cualquier circunstancia, esta súplica: “Ven, ven Señor Jesús; ven y sálvanos”.

La palabra de Dios hoy nos dispone y nos despierta el deseo de Dios para que nuestro corazón grite el grito que más quiere gritar: “Ven, ven Señor Jesús; ven y sálvanos”.

Isaías nos anima: “Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor”; San Pablo nos dice: “Ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando comenzamos a creer”. Y, por fin, Jesucristo, en el evangelio: “Por tanto estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”.

Sea, pues, nuestro grito en este adviento: “Ven, ven Señor Jesús; ven y sálvanos”. Después de la consagración vamos a poder decirlo de otra manera: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor, Jesús!



domingo, 24 de noviembre de 2019

FESTIVIDAD DE CRISTO REY


-Textos:

       -2 Sam 5, 1-3
       -Sal 121, 1b-2. 4-5
       -Col 1, 12-20
       -Lc 23, 35-43.

Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy, último domingo del año litúrgico, el próximo domingo comenzamos el adviento. En este domingo celebramos la fiesta de Jesucristo Rey del Universo.

En medio de una sociedad en que tantos viven como si Dios no existiera, convencidos de que olvidados de Dios se evitan problemas de conciencia, se siente cada individuo más libre, nosotros proclamamos a Jesucristo Rey del universo, y rey de nuestros corazones y rey de nuestro diario vivir.

Ponemos los oídos atentos y la fe despierta para contemplar el precioso himno que san Pablo escribe al comienzo de la carta a los Colosenses: Jesucristo es Rey del universo por quien Dios ha querido reconciliar consigo a todos los seres del cielo y de la tierra; Jesucristo es el primogénito de toda criatura, el primero en todo, y en quien se mantiene todo. Estaba junto a Dios, creador del universo, y vino al mundo para liberarnos del pecado y de la muerte.

Dejamos que la mente y el corazón se empapen de la contemplación de este retrato de Jesús, para terminar haciendo un acto de fe: Sí, Jesucristo es Rey en el cielo y en la tierra y es el Rey de mi vida; creo y le sigo porque él es “el camino, la verdad y la vida”, y sé que “quien le sigue no anda en tinieblas”.

Jesucristo, Rey y Señor de mi vida, libera mi libertad, para que yo me enseñoree de mí mismo, sea dueño y señor de mi vida. Otros reyes falsos, que no son reyes sino tiranos y explotadores, pretenden dirigir la vida de las personas a precio de empeñar su libertad: sexo, droga, placer, imagen, ofrecen libertad y felicidad, pero crean adición, dependencia y esclavitud.

Solo Jesucristo es rey que reina precisamente liberando la libertad de cada uno de los que creemos en él y le seguimos. Porque él por su muerte y resurrección ha vencido a la muerte y al pecado, y así, Él reina precisamente dándonos su Espíritu, para que nosotros podemos igualmente vencer al pecado y alcanzar la vida que no muere, la vida eterna. Jesucristo es Rey de nuestro corazón y da lugar a que nosotros podamos ser reyes y señores de nosotros mismos.

Pero Jesucristo es Rey desde la cruz. “Hacían muecas a Jesús, diciendo: “A otros ha salvado que se salve a sí mismo”.

Desde la cruz, Jesús disipa toda ambigüedad. No reina por la fuerza de las armas, ni sobornando con dinero, ni haciendo promesas imposibles. Él gobierna desde la cruz, obedeciendo por amor a Dios, su Padre, y dando la vida por nosotros, y por amor a nosotros. Jesucristo ha apostado por el amor. Él revela y afirma que el amor vence al mundo, y él apuesta por el amor para ganar nuestros corazones, sin coartar nuestra libertad.

Así nos enseña a todos los que le seguimos cómo hemos de vivir para ser señores de nosotros mismos, colaboradores con nuestros hermanos y co-creadores con Dios de un mundo nuevo, donde reine la paz, la justicia, el amor y la verdad.

Esto vamos a cantar en el prefacio.



domingo, 17 de noviembre de 2019

DOMINGO XXXIII T.O. (C)


Textos:

       -Mal 3, 19-20ª
       -Sal 97, 5-9
       -2Tes 3, 7-12
       -Lc 21, 5-19

Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Estamos a punto de acabar el año litúrgico. El próximo domingo, fiesta de Cristo Rey, será el último domingo del año; después, entramos ya en el adviento como preparación para la Navidad.

En estos días finales del año, la liturgia nos habla del final del tiempo y de la historia. Este mundo se acabará para dar lugar a que se despliegue el mundo nuevo del Reino de Dios. Pero en el entretiempo van a pasar muchas cosas.

En el evangelio de hoy vemos que Jesucristo, a propósito de anunciar lo que va suceder con el magnífico templo de Jerusalén, predice también lo que va suceder en el mundo material y en la historia concreta que está viviendo la humanidad.

La verdad es que estas predicciones son muy poco halagüeñas. Pero comprobamos que no predice cosas y acontecimientos muy distintos de los que han ocurrido a lo largo de la historia y están ocurriendo ahora, en el presente: “Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos y en diversos países hambres y pestes”. Y otro aspecto lamentable de nuestra historia, la persecución contra los seguidores de Jesús: “Os echará mano, os perseguirán… y os odiarán a causa de mi nombre”.

Pero en medio de esta selva amenazante, llena de sucesos tristes, Jesús enseñó a sus discípulos, y nos enseña a nosotros, a afrontar nuestro mundo con serenidad, confianza y esperanza.

En primer lugar, él, Jesús, está con nosotros, en este mundo, en esta historia, como defensor y garante de nuestra victoria: “Yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro”. Nos viene a la memoria otras palabras suyas a Pedro en otro contexto: “Edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.

Otra palabra iluminadora, que no podemos pasar inadvertida: “Esto servirá de ocasión para dar testimonio”. Jesús nos invita a adoptar ante la historia una postura militante, misionera y constructiva; no podemos quedar ni pasivos ni asustados. Las calamidades naturales, las guerras, las enfermedades, el hambre, la injusticia y también las persecuciones religiosas, no son solo hechos lamentables, son oportunidades de gracia, llamadas del Señor a la misión: “Esto os servirá de ocasión, dice el Señor, para dar testimonio”.

Y una tercera palabra, que todos hemos acogido con alivio, y que por ser el broche final del evangelio, se nos ha grabado profundamente: “Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá, con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. En medio de las contradicciones, perseverar firmes en la fe y firmes en el cumplimiento de los mandamientos de Dios y en las consignas de nuestro Señor Jesús.

En el corazón de la plegaria eucarística vamos a encontrar ahora mismo el manantial de nuestra esperanza, cuando recemos: “Al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo”.

domingo, 10 de noviembre de 2019

DOMINGO XXXII, T.O. (C)


-Textos:

       -2Mac 7, 1-2. 9-14
       -Sal 16, 1bcde, 5-6. 8.15
       -2Tes 2, 16-3.5
       -Lc 20, 27-38

Se acercaron alguno saduceos, los que dicen que no hay resurrección”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Después de esta vida terrena hay otra vida. Esta otra vida no es solo vida para siempre. No es lo mismo vida para siempre que vida eterna. Dios tiene dispuesto para todos los hombres que la vida después de la muerte sea vida eterna, es decir vida divina, vida que es la misma vida de amor infinito y de felicidad infinita que tiene Dios.

Hoy en día son muchos los que se muestran escépticos respecto a si hay vida o no hay vida después de la muerte. Las razones y los motivos para este escepticismo son muchos y muy variados. El más común o el que se suele formular abiertamente es que “no sabemos”, “nadie ha vuelto de allí”, “mejor es no darle vueltas”.

Sin embargo, el concilio Vaticano segundo dice en la Gaudium et Spes: “Ante la actual evolución del mundo, cada vez son más numerosos los que plantean o advierten con agudeza nueva las cuestiones totalmente fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, de mal, de la muerte…? ¿Qué seguirá después de esta vida terrena?” Y sigue: “La Iglesia cree que Cristo, muerto y resucitado, da al hombre luz y fuerza por su Espíritu, para que pueda responder a su máxima vocación” (GS, 10).

Estos interrogantes son inevitables para todo ser humano. No hay por qué acallarlos. Es mejor afrontarlos con serenidad y escuchar a Jesús: Él, Jesucristo, en el evangelio, a propósito de una objeción que le ponen los que no creen en la resurrección, responde diciendo: “Los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro… ya no pueden morir, ya que son como ángeles, y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección… Y termina: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos”.

La fe en la resurrección, reafirma el Catecismo, descansa en la fe en Dios, que “no es un Dios de muertos sino de vivos”. Y Dios ha amado tanto al mundo que envió a su propio Hijo, para que todos los que creen en él tengan vida y vida eterna” (Jn 3, 16).

Y Jesucristo que murió, que dio la vida por nosotros, que resucitó y venció a los dos enemigos más poderosos del hombre, el pecado y a la muerte, nos ha dicho: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá, y todo el que cree en mí no morirá para siempre”.

Nosotros creemos en la vida eterna y esperamos alcanzarla y vivirla plenamente. Nuestra fe en la vida eterna y en la resurrección se asienta, más que en la razón, en el amor infinito de Dios y de Jesucristo.

Sí, Jesucristo, por el Espíritu Santo, nos ha dado ya esa vida divina de manera incipiente en este mundo por el bautismo. Somos hijos de Dios, en nosotros bulle la vida de Cristo resucitado. Por eso, los creyentes vivimos en este mundo la esperanza firme de alcanzar, después de la muerte, esa misma vida eterna, pero en plenitud y para siempre.


domingo, 3 de noviembre de 2019

DOMINGO XXXI T.O. (C)


-Textos:

-Sb 11, 22-12, 2
          -Sal 144, 1b-2. 8-11. 13c-14
          -Tes 1, 11-2,2
          -Lc 19, 1-10

Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

En el evangelio de hoy nos llama la atención espontáneamente Zaqueo. Zaqueo era ciertamente un hombre poco recomendable: él mismo confiesa haber cometido sustracciones indebidas para su bolsillo de los impuestos que cobraba. Pero Zaqueo, jefe de publicanos y rico, tenía mucho interés por ver a Jesús. Como era bajito, se sube a la higuera.

Es importante este detalle, las riquezas y el buen cargo no ahogan una gran inquietud. No sabemos por qué le pasa esto a Zaqueo: ¿es simple curiosidad? ¿Siente remordimientos de conciencia? ¿Por qué no pensamos que Zaqueo y nosotros y todo ser humano tenemos en el fondo del alma un deseo de inocencia, de perdón, de salvación y, en el fondo, de Dios?

Y Jesús lo sabe, y levanta los ojos y mira a Zaqueo. Jesús se fija en él, lo ve en la higuera, pero su mirada penetra hasta el fondo del corazón de Zaqueo. Por eso le dice algo que nos parece atrevido, provocativo, se invita él mismo a entrar en casa de Zaqueo. Zaqueo baja enseguida muy contento y le abre la puertas de su casa.

Jesús, en esta ocasión, deja de lado a los que lo siguen y lo observan, y va al encuentro de un pecador. Y lo hace de tal manera que el pecador, Zaqueo, encuentra la salvación.

El encuentro personal con Jesús, la presencia de Jesús en su casa es gracia de Dios, gracia y fuerza de Dios. Con Jesús ha entrado en su casa y en su corazón el Reino de Dios. El reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.

Queridas hermanas y queridos hermanos todos:

Nuestra situación, y probablemente tampoco nuestra conciencia, son las de Zaqueo. Pero, ¿dejamos que aflore en nuestra conciencia la palabra más verdadera que resuena en nuestro corazón? Porque, ya sabemos, “nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Dios”. Sin duda no somos pecadores del mismo modo que era Zaqueo. Pero quizás estamos instalados en un modo de vida demasiado cómodo, y un modo de practicar la fe sin inquietud alguna; nos creemos buenos, y no sentimos necesidad de esforzarnos por conocer a Jesús.

Y entonces, nos perdemos la llamada provocativa de Jesús: “Baja enseguida, date prisa, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”.

Sí, Jesús, nos hace esta petición, esta mañana, en esta eucaristía. Jesús quiere ser nuestro huésped. Y ante esta petición, nosotros respondemos:”Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa”. Recibir a Jesús como huésped tiene como consecuencia sacudir de nuestro corazón cualquier ídolo, el dinero, la comodidad, los malos quereres, incompatibles con la presencia de Dios, en nuestra conciencia y en nuestra vida.


viernes, 1 de noviembre de 2019

FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS


-Textos:

       -Ap 7, 2-4. 9-14
       -Sal 23, 1b-4b. 5-6
       -1 Jn 3, 1-3
       -Mt 1, 1-11

Después de esto vi una muchedumbre inmensa…”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

La fiesta solemne y alegre que celebramos hoy es fiesta en el cielo. Conviene releer el texto del Apocalipsis y percibir una imagen que, en alguna manera, podemos entender y nos acerca a algún aspecto de lo qué es el cielo: Ángeles y Santos, muchedumbre innumerable, todos en torno al trono de Dios cantando cantos de alegría, gozo y reconocimiento de la majestad y el amor de Dios.

Es también nuestra alegría; miles y miles y millones de fieles cristianos, unos reconocidos y venerados en los altares, otros desconocidos, pero felices de Dios. Creyeron en Jesucristo, cumplieron con amor la voluntad de Dios. Algunos dejaron estela de evangelio, de buenas obras en la tierra, otros no dejaron sus obras, sino su amor a Dios y a los hombres. Entre ellos están muy probablemente antepasados nuestros. Esto nos llena de esperanza y de alegría. Y también de gratitud a Dios por ellos y a ellos, por lo que nos han dejado de Dios y del Evangelio.

Hoy es la fiesta del triunfo de Jesucristo. Murió como un malhechor, pero resucito para gloria del Padre y beneficio de todos los hombres. Mártires, santos y santas, cristianos seguidores de Jesús que experimentaron la felicidad que da amar a Dios sobre toda las cosas y al prójimos como Jesucristo nos ama. Experimentaron la felicidad y el dolor, sí, pero infinitamente más grande y plena la felicidad que gozan eternamente, que el dolor que ya terminó y quedó enterrado en este mundo.

Hoy es día de celebrar nuestra suerte, la de los creyentes que vivimos en este mundo, y a quienes nos ha tocado la herencia de ser hijos de Dios, en el Hijo Jesucristo, triunfador del pecado, de la muerte y primicia de todos los que le han seguido y hoy gozan con él en la Presencia de Dios, en el cielo. Como personas somos criaturas amadas de Dios, seres para la eternidad; como bautizados corre por nuestras venas la vida de Cristo, destinados a la comunión de vida divina en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, vida que es amor y amor que es divino. Nuestro destino es el cielo.

¿Qué tenemos que hacer? En la fiesta de hoy, la liturgia nos propone un camino, y si queréis mejor, un programa de vida, un proyecto, que tiene dos páginas: en la primera página están los mandamientos de la ley de Dios, que se resumen en amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos; en la segunda están las bienaventuranzas y el Sermón de la Montaña, que se resumen en obedecer a Dios y amar al prójimo, como Jesús obedeció a su Padre, y nos amó a nosotros.

Recordemos: somos familia de Dios y familia de santos y de mártires.

Ahora en torno al altar nos estamos solamente quienes nos encontramos reunidos en asamblea festiva, están con nosotros los ángeles, los santos, también los hermanos que se disponen para poder disfrutar sin sombra ninguna de Dios en el purgatorio. Y nosotros, por Cristo, con él y en él, en la unidad del Espíritu Santo, dedicamos al Padre todo honor y toda gloria.



domingo, 27 de octubre de 2019

DOMINGO XXX T.O. (C)


-Textos:

       -Eclo 35, 12-14. 16-19a
       -Sal 33, 2-3. 17-19.23
       -2 Tim 4, 6-8. 16-18
       -Lc 18, 9-14

Porque el que se ensalce será humillado y el que se humilla será ensalzado”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

La humildad es la base la santidad, el humus, la buena tierra donde crecen la fe, la esperanza, la caridad y todas las virtudes. La humildad es la mejor disposición para acoger y recibir la gracia, alcanzar una amistad verdadera y provechosa con Dios, y también con los hombres.

¿Cómo ser humildes? ¿Cómo alcanzar esta virtud tan fundamental?

San Pablo nos dice: “Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios… y se humilló a sí mismo hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó…”

La humildad, hermanas y hermanos, es un don de Dios y se adquiere, sobre todo, mirando a Jesucristo, escuchando sus enseñanzas, dejándonos ganar por su ejemplo y cultivando su amistad.

La parábola que nos ha contado hoy en el evangelio de este domingo no puede ser más ilustrativa: Al fariseo lo vemos orgulloso de sus obras, seguro de su buena conducta, se cree bueno y de ahí le nace el menospreciar a los demás, a los pobres. 

Jesús dice que Dios no da la gracia del perdón a esta persona; y no es que Dios no quiera, sino que el orgullo y autosuficiencia cierra el corazón del fariseo y le impide reconocer quién es Dios y cómo es Dios, y por lo tanto le impide recibir su gracia.

En agudo contraste vemos al publicano, en el último rincón, humilde, temeroso; no lo dice, pero demuestra que cree en un Dios, que se alegra por haber encontrado una oveja perdida más que por las noventa y nueve que están bien guardadas en el redil, un Dios capaz de perdonar a los pecadores, un Dios que atiende a los arrinconados y mal-vistos por los hombres, y se dirige a él con una oración impresionantemente sincera, humilde y salvadora: “Oh Dios, ten compasión de este pecador “ Este, dice el Señor salió justificado, el otro no. Y la primera lectura refuerza la sentencia de Jesús al afirmar: “El Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas…, sino que escucha la oración del oprimido”.

Y antes de terminar una aplicación más y muy útil: La primera y más necesaria condición para saber orar es ser humildes. Nos ha dicho el libro del Eclesiástico: “La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino. No desiste hasta que el Altísimo la atiende…”.

Vengamos al altar y unámonos a las palabras de la plegaria eucarística: “Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad”


domingo, 20 de octubre de 2019

DOMINGO XXIX T.O.(C) DOMUND


-Textos:

       -Ex 17, 8-13
       -Sal 120, 1b-8
       -2Tim 3, 14-4,2
       -Lc 18, 1-8

Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante Él día y noche?” “Bautizados y enviados”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy es domingo, día del Señor, pero es un domingo especial, domingo del DOMUND, y esto, dentro del mes especialmente misionero que ha promovido el papa Francisco.

Él piensa, primero, en aquellos países que no tienen historia y tradición cristiana, antes llamábamos paganos, y piensa también en los países nuestros del mundo Occidental, que tenemos una larga historia y profunda cultura cristiana, pero que ahora se están descristianizando. Piensa también en los misioneros y misioneras que han dejado casa, padres y hermanos y hermanas y está anunciando el evangelio y contribuyendo a la promoción humana en países lejanos y en culturas muy diferentes a la nuestra.

Ante esta situación con tantos frentes, tan amplios y tan complejos que se plantean a la misión de la Iglesia, el papa quiere sacudir y avivar la conciencia y la responsabilidad misionera de todo el pueblo cristiano, y ha lanzado la consigna: “Bautizados y enviados”.

Este binomio es inseparable, hemos sido bautizados para ser enviados. Nuestra Iglesia ha sido fundada para la misión. Jesucristo llamó a los primeros discípulos y los fue preparando a lo largo de su vida pública para enviarlos a la misión. El evangelista Mateo termina su evangelio con el mandato de Jesús: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo… Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos”.

Jesucristo nos ha llamado y ha tenido a bien atraernos hacia sí, para enviarnos a la misión de evangelizar. “Bautizados y evangelizados”. Tenemos que pensarlo muy bien y examinarnos sobre nuestra vocación cristiana y muestra misión en esta vida.

El drama y la tragedia de los cristianos de Occidente en estos tiempos es que no sólo hemos perdido en buena parte el temple misionero, sino que incluso muchos de los que han sido bautizados, han abandonado la fe. Los que hemos llevado hasta hace muy poco años el evangelio por el mundo entero, ahora necesitamos ser evangelizados. La tarea de evangelizar la tenemos en casa. Esta realidad debe sacudir nuestra conciencia.

Pero no puede ser excusa para encerrarnos en nuestras viejas iglesias de tan rica tradición, pero inmersas y contagiadas por una sociedad individualista y opulenta. Escuchemos la voz del Espíritu Santo que nos llega de las iglesias jóvenes, muchas de ellas pobres materialmente pero ricas en la fe.

Ellas acogen el evangelio de Jesús como respuesta a su más hondo sentimiento religioso y como experiencia de liberación y de libertad. Algunas de ellas están sufriendo persecución y martirio.

Hermanas y hermanos:¡Meditemos! Somos familia de mártires: Ahora mismo, miembros de nuestra Iglesia, de nuestra familia de fe, están siendo perseguidos y martirizados. Y nosotros, ¿qué fe vivimos? ¿Dónde tenemos el impulso misionero?

El evangelio de hoy nos pide que oremos. Es lo primero. Que oremos para que la evangelización se extienda más y más a todo el mundo; pidamos para que nosotros, los bautizados de esta sociedad occidental y opulenta despertemos y recobremos la dimensión misionera de nuestra vocación cristiana, y cumplamos con nuestra misión esencial de transmitir la fe. Pidamos por aquellas comunidades cristianas perseguidas y por sus perseguidores. ¡Queda tanto por hacer a la hora de impregnar el mundo con la savia del evangelio! Recordemos: “Bautizados y enviados”.


domingo, 13 de octubre de 2019

DOMINGO XXVIII T.O. (C)


-Textos:

       -2 Re 5, 14-17
       -Sal 97, 1b-4
       -2 Tim 2, 8-13
       -Lc 17, 11-19

¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están?

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos?

Permitidme, para comenzar, una pregunta: ¿Qué modo de orar predomina en vuestra relación con Dios: la petición o la acción de gracias? La petición es perfectamente legítima, pero la acción de gracias es la más propia de los creyentes con fe cristiana. “Verdaderamente es justo y necesario darte gracias siempre y en todo lugar”, decimos al comienzo de la plegaria eucarística.

Y me permito todavía una pregunta más, que yo me hago a mí mismo: En vuestra vida de fe, ¿qué predomina más; cumplir los deberes para con Dios, o confiar en Dios, en Jesucristo, y cultivar una relación de amistad con él? El evangelio de esta mañana nos lleva también a esta reflexión.

Recordemos brevemente: Los diez leprosos piden a Jesús que los cure, y Jesús les dice: “Id a presentaros al sacerdote”. Los diez obedecen la norma que les da Jesús y, mientras van de camino, antes de llegar al sacerdote, quedan curados de su enfermedad física, de la lepra. Nueve de ellos ven lógico que Jesús les mande ir al sacerdote, así decía la ley. Ellos ponen la atención en la ley y en cumplir la ley.

Uno, sin embargo, que no es judío, descubre a Jesús. Entiende que es de Jesús de quien sale el poder que sana y salva. Deja de lado el ir hasta el sacerdote, y, dice el evangelio, “se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias”.

Su actitud no es solo un acto de humildad, sino de adoración. Reconoce que Jesús es mucho más que un curandero, mucho más incluso que un maestro de la ley; en la persona de Jesús descubre la presencia de Dios, y lo adora. Él cae en la cuenta de que no es la ley lo que le ha curado, sino Jesús, la persona misma de Jesús. Es Jesús quien salva.

Él ha obedecido a la orden de Jesús, se puso en camino como los otros nueve, pero dio preferencia a la persona de Jesús: primero Jesús, reconocerle, agradecerle, después, lo que él diga. Y, ¿qué dice Jesús?: “Levántate, vete. Tu fe te ha salvado”.

Hermanas y hermanos: La persona de Jesús, el encuentro personal con él, reconocerle, agradecerle es lo primero, y lo principal. Cuidar la fe, pedirla, ponerla en práctica. La práctica de la moral, de las obligaciones y las leyes sin el impulso, sin el fuego ardiente de la fe, son una pesada carga que nos agota y nos tienta al abandono. La Ley de Dios, las bienaventuranzas, las exigencias de Jesús, desde una fe firme, agradecida, que nos llena de confianza en Jesucristo, en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, son un camino de luz, de alegría y de plenitud de sentido, que entraña esfuerzo y sacrificio ciertamente, pero que no cansa ni entristece, sino que se cumple con paz y alegría.

Hermanos, vengamos a la eucaristía, a la acción de gracias, adoremos a Jesús en el altar, y sintamos que él nos sale al encuentro para decirnos: “Levántate, sal a la calle, tu fe te ha salvado”


domingo, 6 de octubre de 2019

DOMINGO XXVII T.O. (C)


-Textos:

       -Hab 1, 2-3; 2, 2-4
       -Sal 94, 1-2. 6-9
       -2Tim 1, 6-8. 13-14
       -Lc 17, 5-10

Auméntanos la fe”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Señor, auméntanos la fe”. Sin duda todos hemos dirigido esta súplica a Jesús muchas veces. Es sumamente recomendable que la recemos. “Creer en Cristo Jesús y en Aquel que lo envió para salvarnos es necesario para obtener esa salvación” dice el Catecismo de la Iglesia. La fe es un don de Dios, es abrir las puertas de mi corazón a Dios. La fe da lugar a que toda la corriente de vida divina, de amor, de perdón, de gracia y de fuerza para el bien, nos alcance y nos transforme. Esa corriente de vida y de gracia divinas Jesucristo la consiguió para nosotros, cuando murió por nosotros, resucitó y venció a la muerte y al pecado.

Ahora esta corriente, este tesoro de gracia la tiene nuestro Padre Dios en sus manos generosas y quiere con todo el amor de su corazón darla y derramarla a toda la humanidad y a la creación entera.

Si alcanzamos esa gracia de las manos de Dios, nosotros podemos amar, perdonar, dar la vida por los hermanos, trabajar por un mundo mejor; alcanzamos, en una palabra, la felicidad plena y la vida eterna.

Esta gracia tan esencial y tan necesaria para nosotros nos llega por la fe. Por eso es tan importante y decisivo creer en Jesús y en su Padre Dios que lo envió para salvarnos. Y dejarnos llevar del Espíritu Santo, el Espíritu del Padre y del Hijo, y pedir una y mil veces: “Señor, auméntanos la fe”.

La fe es don de Dios, pero la fe es también un acto nuestro. Dios quiere darnos todo lo mejor su vida divina que nos hace plenamente humanos y plenamente felices. Pero Dios quiere siempre, y como lo ha hecho siempre contar con nosotros. Quiere contar con nosotros como contó con María, modelo perfecto de nuestra fe. La Virgen María, que no comprendía plenamente el misterio, pero sí entendía que Dios pedía su consentimiento, se fío de Dios y dijo: “Hágase en mí según tu palabra”.

La fe es don de Dios, pero nosotros tenemos que disponernos de la mejor manera a recibir ese don y a acrecentarlo. ¿Qué podemos hacer para recibir y cultivar la gracia de la fe?

No podemos decir todo en una homilía, pero el último versículo de la primera lectura nos aporta una clave esencial para poder creer: “Mira, el altanero no triunfará, pero el justo por su fe vivirá”. La soberbia es el mayor obstáculo para la fe. La fe requiere humildad. La autosuficiencia de cierta mentalidad moderna, que pone toda su confianza en la ciencia y en los avances técnicos, induce la sensación en muchas gentes de que reconocer que somos limitados, que somos criaturas y no somos dioses, que creer en Dios e invocarle es innecesario y humillante… y claro, quienes piensan así están dominados por la soberbia y no pueden creer.

La fe requiere vivir en la humildad de la verdad: Somos criaturas limitadas y pecadoras. A partir de este reconocimiento, nos abrimos a la fe y aceptamos la consoladora verdad: “Venimos de Dios, vamos a Dios, Jesucristo es el “camino, la verdad y la vida”.

Y aclamamos con gozo en cada eucaristía: Anunciamos tu muerte proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús”.