domingo, 28 de agosto de 2016

DOMINGO XXII, T.O. (C)

Textos:

      -Si 3,17-18.20.28-29
      -Heb 12,18-19.22-24a
      -Lc14,1.7-14

Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos

Mucha gente, y a veces también nosotros, nos gloriamos de ser amigos de un político influyente, del director general de una gran empresa, y de gente así. Y nos satisface que nos pongan en la mesa número uno de la boda. Luego comentamos estas circunstancias entre amigos y familiares con mucha satisfacción.

Jesús, sin embargo, nos dice hoy: “Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal…”.

Mucha gente tiene a gala invitar a la boda de la hija o a la fiesta de cumpleaños a personajes relevantes del mundo de la política, o de los negocios o que salen con frecuencia en la tele.

Jesucristo, sin embargo nos dice: “Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados y ciegos.

La propuesta que Jesús es chocante para cualquiera, y abiertamente opuesta a los modos de pensar, de sentir y de comportarse de la sociedad en la que vivimos.

A todos nos gusta ser importantes. Tenemos que decir más: todos necesitamos sentirnos importantes, gozar de buena reputación y sentir que los que nos conocen nos aprecian y nos valoran positivamente.

El problema viene cuando el ser importante se pone encima de todas las cosas y de todas las personas. Cuando el destacar, ocupar puestos de honor y adquirir fama o renombre es una fiebre desenfrenada, un ídolo, que lleva a dar codazos contra amigos y enemigos, a sobornar a quien sea, a aparentar lo que no se es o adular al que puede aupar... El problema viene cuando no se respeta al que tiene tanto derecho como yo, y cuando nos olvidamos del pobre, del necesitado y del que nunca ha tendido acceso a una oportunidad.

Para Jesucristo somos importantes cuando nos acordamos del pobre cuando ponemos en marcha nuestras cualidades y talentos al servicio de los demás. Para Jesucristo, somos importantes, cuando servimos por amor y de buena gana, y no porque ocupamos la presidencia.

El que quiera ser el primero entre vosotros sea vuestro servidor”, dijo en otra ocasión. Para Jesucristo, el primero y el más importante es aquél que sirve por amor y de buena gana.

El evangelio de hoy nos llama a la humildad: “Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

Nuestras hermanas conocen muy bien el capítulo séptimo de la Regla de San Benito. Un capítulo que ha marcado profundamente la espiritualidad cristiana, y aún podríamos decir, la espiritualidad universal. En él propone el santo nada menos que doce grados de humildad. Una vez que ha expuesto los doce grados, acaba diciendo: “Subiendo… todos estos grados de humildad, el monje (y el cristiano, cabe decir) llegará enseguida a aquella caridad de Dios que, siendo perfecta, excluye todo temor; por ella todo cuanto antes observaba con dificultad empezará a guardarlo sin trabajo alguno, como naturalmente y por costumbre”.

La humildad lleva a la caridad, y la caridad y la humildad hacen fácil la práctica de todas las demás virtudes. Podríamos decir, hacen accesible a todos la santidad.


domingo, 21 de agosto de 2016

DOMINGO XXI, T.O.(C)


Textos:

      -Is 66, 18-21
      -Heb 12, 5-7. 11-13
      -Lc 13, 22-30

Señor, ¿serán pocos los que se salven? “Entrad por la puerta estrecha”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Sin duda alguna esta pregunta nos la hemos planteado todos alguna vez: “¿Serán pocos los que se salven? ¿Me salvaré yo?”. Jesús no responde directamente a la pregunta. Parece decir: “Eso depende de mi Padre Dios.

Pero la pregunta que vosotros debéis plantearos es otra: ¿Qué puedo hacer yo para acoger la salvación que Dios me ofrece?”

Nos viene a la memoria la pregunta del joven rico: ¿Maestro, qué debo hacer para heredar la vida eterna?

A esta otra pregunta Jesús responde claramente: “Entrad por la puerta estrecha”. Para comprender el significado de estas palabras, es preciso situarnos en el ambiente y en las circunstancias en que se movía Jesús, cuando las pronunció.

Jesús en ese momento se encuentra en abierta polémica con los sacerdotes del templo y con los fariseos. Sabe que están urdiendo la trama para matarlo. Pero él no se amilana, todo lo contrario, se crece y habla con toda claridad. Viene a decirles: “Ni porque sois judíos de raza, ni porque profesáis la religión de Moisés, tenéis la salvación asegurada”. Se salva quien cumple la voluntad de mi Padre. Y esta es la voluntad de mi Padre, que creáis en el que él ha enviado. Es decir que creáis en mí y en mis palabras”.

Si queremos actualizar el sentido de este mensaje a nuestro tiempo y a nuestra situación concreta, podríamos parafrasear: “Ni porque os hayáis bautizado ni porque vengáis a misa tenéis asegurada la salvación. Lo que importa es que cumpláis siempre y en todo la voluntad de mi Padre, Dios. Y la voluntad de Dios es que creáis en mí y pongáis en práctica mi evangelio”.

Ya sabemos todos lo que supone seguir a Jesús y practicar lo que él nos ha enseñado: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos y como Jesús mismo nos ama; perdonar a los que nos insultan y nos odian, socorrer al pobre y al enfermo, como el Buen Samaritano, servir a Dios, y no al dinero; orar a Dios insistentemente, anunciar el evangelio y bautizar…

Con otras palabras, y dirigiéndose a sus seguidores más cercanos, dijo algo que nos concierne a todos y que va en la misma línea del evangelio de hoy: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Y si esto nos asusta un poco, conviene que recordemos también otras que nos reconfortan: “El Reino de Dios se parece a una perla preciosa o a un tesoro escondido en un campo, que por obtenerlos merece venderse todo…”

Porque hay un matiz, en el evangelio de hoy que debemos tomarlo muy en cuenta: Al decirnos “Entrad por la puerta estrecha” nos está diciendo: “Estáis ante una oportunidad única, esforzaos y no perdáis la ocasión. Si queréis salvaros, si queréis disfrutar del tesoro o de la perla, cumplid la voluntad de Dios, creed en mí y poned en práctica mi evangelio”.

En este sentido de urgencia y de esfuerzo para no perder la ocasión hemos de entender algunas de las frases que hemos escuchado: “Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera… y él os responderá: No sé quiénes sois. No os conozco”.

Que viene a decir: No os conforméis con recibir el bautismo: recordad y vivid que en el bautismo habéis recibido mi Espíritu, y sacad todas las consecuencias que esa realidad encierra; no os conforméis con haber estado en misa: dejaos transformar por la Palabra que escucháis y la comunión que recibís, y dad ejemplo de coherencia con aquello a lo que la eucaristía os compromete.”


lunes, 15 de agosto de 2016

FESTIVIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA


-Textos:

-Ap 22, 19ª; 12, 1-3.10ab
-1 Co 15, 20-27ª
-Lc 1, 39-56

Proclama mi alma la grandeza del Señor”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Festividad del misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. Fiestas patronales en muchos pueblos de Navarra y de España.

Ascendida en cuerpo y alma a los cielos por los méritos y el cariño de su Hijo, Jesucristo, la Virgen María disfruta plenamente, con toda la capacidad de disfrutar que puede tener una criatura humana, de la dicha, la felicidad y el amor de Dios en el cielo.

Este es el misterio admirable que celebramos hoy con alegría. Porque se trata de algo muy bueno que le está ocurriendo ya a nuestra madre y madre de Dios, la Virgen María.

Pero, ¿Qué enseñanzas podemos sacar de este misterio? ¿Qué nos dice la Virgen de la Asunción en su fiesta?

Os invito a poner la atención solamente en dos virtudes que muestra la Virgen María en el “Magnificat”: la gratitud para con Dios y la humildad.

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava”.

Ante el acontecimiento imponente y excepcional de la encarnación del Hijo de Dios en su seno, ante los elogios preciosos y verdaderos que le dedica su prima Isabel, lo primero que se le ocurre a la Virgen es dar gracias a Dios, atribuir a Dios, y no a ella, todo lo que le ha sucedido y todo lo que dicen de ella.

¡Qué importante y qué provechoso es dar gracias a Dios para nuestra vida de creyentes! Caemos muy fácilmente en la tentación de la vanidad y de la soberbia: Cuando nos felicitan por lo que hacemos, cuando nos elogian nuestras cualidades, la simpatía, los éxitos que tenemos, la fortaleza que hemos demostrado en alguna circunstancia difícil…, fácilmente caemos en la tentación de apropiarnos de esos dones, sin reconocer que son dones de Dios, y que lo que corresponde es darle gracias.

No es que con falsa humildad tengamos que negarlos; cuando son ciertos, lo natural es reconocer que sí, que son nuestros, pero que se los debemos a Dios.

La acción de gracias a Dios supone humildad: “Todo me lo da el Señor”. El orgulloso cree que todo lo que tiene, y él mismo, es mérito suyo. No tiene en cuanta a Dios para nada. La humildad, que es la verdad de lo que somos, nos hace agradecidos. Y la acción de gracias a Dios nos hace humildes, nos cura de la vanidad y del orgullo.

Estas dos virtudes, la humildad y la acción de gracias a Dios, nos disponen para que la gracia y los dones de Dios continúen derramándose sobre nosotros.

El orgullo nos lleva al endiosamiento, al egoísmo y al olvido de los demás; la acción de gracias a Dios y la humildad, nos llevan a Dios, y a compartir con los demás los dones que hemos recibido.

Si somos humildes y agradecidos con Dios, podremos ser humildes y agradecidos con el prójimo.

En el evangelio de hoy tenemos parte de la oración del “Ave María”, que tantas veces hemos rezado y siempre nos conviene rezar. Y tenemos también el “Magnificat”. El canto de los humildes que cantan la acción de gracias a Dios con la Virgen María y unidos a los hermanos.


Y ahora, por supuesto, en esta fiesta grande y gozosa de la Asunción de la Virgen, tenemos el canto de acción de gracias por excelencia que cantamos los pobres y pecadores, la eucaristía.

domingo, 14 de agosto de 2016

DOMINGO XX, T.O. (C)

Textos:

            -Jer 38, 4-6. 8-10
            -Hb 12, 1-4
            -Lc 12, 49-53

“He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! ¿Pensáis que he venido a traer paz al mundo? Pues no, sino división”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¡Vaya  evangelio el de hoy, en unos días de verano, de vacaciones y de bosques ardiendo!

La verdad es que necesitamos una explicación:
Jesús no quiere ni la guerra ni la división. Él es nuestra paz, dice san Pablo, él ha venido a establecer la comunión con Dios, con el mundo y entre nosotros. Jesucristo, con estas frases tan radicales está mostrando el entusiasmo, la pasión, el interés que tiene por implantar en el mundo el Reinado de Dios cuanto antes y en todas partes. El reinado de Dios es el amor de Dios, su misericordia, su gracia, que llegan con fuerza arrolladora y se nos ofrecen en la persona de Jesús.

 Pero este proyecto de Dios para el mundo que nos propone Jesucristo choca muchas veces con la manera  de pensar, de sentir y de comportarse que  tiene el mundo.

En los años del siglo primero, cuando san Lucas escribía su evangelio, los hijos de familias judías que se bautizaban como seguidores de Jesús eran considerados entre sus parientes como herejes que se apartaba en muchas cosas importantes de la fe  de los antepasados, de la fe verdadera, el judaísmo.

Ante esta situación san Lucas recuerda y cuenta estas palabras tan duras de Jesús, que sin duda las pronunció, porque Jesús mismo había sufrido la incomprensión de sus parientes y las acusaciones y protestas de los escribas y fariseos.

Hoy en día tenemos dolorosamente situaciones parecidas en los cristianos que viven en territorios donde predomina la religión islámica.

Si venimos aquí, los casos pueden ser diferentes, pero el fondo es el mismo. Jesucristo dice que amemos a Dios sobre todas las cosas y al prójimos tanto y más que a nosotros mismos; que tengamos una preferencia con los más pobres y necesitados; que no se puede servir a Dios y al dinero. Jesús nos dice que debemos dar culto a Dios y respetar el domingo y venir a misa; que hay vida eterna más allá de la muerte; que hay que perdonar al hermano; que hay que tener dominio de las pasiones y del sexo para respetar  al otro; que no se puede robar ni sobornar al vecino para triunfar en los negocios… Y otras muchas normas que derivan del evangelio y que conocemos muy bien.

Pero en la sociedad se respira otro ambiente, y se ven comportamientos muy distintos: Los jóvenes que vienen a misa tienen que salirse del plan de diversión que tiene el resto de sus amigos; en algunos casos la cuadrilla trata de disuadir a la pareja de novios que les anuncia que se van a casar por la iglesia; y les dicen que “para qué”, que eso ya no se lleva; hay veces que en las entrevistas y en algunos medios de comunicación no se considera políticamente correcto mencionar a Dios o declararse creyente y católico…

Gracias a Dios muchas familias y muchas amistades piensan como nosotros y nos animan con su ejemplo a seguir a Jesús; gracias a Dios en la sociedad crece la solidaridad y el voluntariado, y también en muchos ámbitos el respeto a la persona y a la libertad.

Pero también es verdad, y lo vemos palpablemente, en muchas situaciones hoy en día ser de verdad seguidor de Jesús, ser cristiano y católico supone nadar contra corriente…


Jesucristo, en el evangelio de hoy nos dice: “He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! ¿Pensáis que he venido a traer paz al mundo? Pues no, sino división”.

domingo, 7 de agosto de 2016

DOMINGO XIX, T.O. (C)

Textos

       Sb 18, 6-9
       Hb 11, 1-2. 8-19
       Lc 12, 32-48

 “Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Mucha gente de vacaciones, han comenzado los Juegos Olímpicos de Río, ha terminado felizmente el encuentro de los jóvenes con el papa, el panorama político sombrío… Todos estos acontecimientos están presentes en nuestras conversaciones, pero no impiden que prestemos atención a la importante advertencia que Jesús nos transmite hoy en el evangelio:

Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.

No es una amenaza y no debe inducirnos miedo; es una llamada a vivir nuestra vida cristina en la perspectiva del futuro que nos espera, que es ni más ni menos que el encuentro definitivo con Dios por medio de Jesucristo, que vendrá ciertamente al final del tiempo y al final de nuestra vida para invitarnos a participar en el banquete de bodas de él mismo, como esposo, con su Esposa la Iglesia, es decir la comunidad de todos los seguidores  de Jesús en este mundo.

Los cristianos vivimos ante la perspectiva de  la vida eterna. Todo lo de este mundo es efímero, el tiempo pasa, nosotros esperamos “un cielo nuevo y una tierra nueva” y la vida eterna con Cristo en Dios.

Y mientras vivimos de paso en este mundo nos preparamos para ese encuentro y para llegar a esa meta.

¿Cómo?

En la segunda lectura hemos escuchado un texto precioso de la Carta a los Hebreos sobre la fe.  Nos conviene leerlo. La fe es un don de Dios, un don precioso, que saca del hombre creyente lo mejor de sí mismo, y le da valor para acometer las más valientes y valiosas empresas. Pero la fe es también un acto humano y libre de cada uno: Es preciso cultivar la fe, cuidarla, dar lugar a que crezca y se desarrolle. Es como una planta delicada, y hoy en día y en nuestro entorno cultural, en un medio hostil y un clima poco propicio para ella. Por eso hemos de poner mayor cuidado que nunca en cuidar y cultivar la fe. Por la fe recibimos la semilla de la vida eterna, mediante la fe damos lugar a que esa semilla vaya desarrollándose hasta que lleguemos a nuestra patria verdadera que es el cielo.

Otro modo imprescindible para  prepararnos al encuentro definitivo con Cristo son los sacramentos. El bautismo es el fundamental, pero de hecho, y una vez bautizados, la eucaristía es  el sacramento  necesario para alimentar la vida eterna iniciada en el bautismo. La eucaristía es mucho más que una obligación adquirida porque somos cristianos; es el alimento absolutamente necesario para  dar vigor a nuestra fe y desarrollar la vida nueva de hijos de Dios iniciada en el bautismo.

Y cuando, por fragilidad hemos pecado y hemos actuado  conscientemente contra nuestro propio bien y contra la voluntad de Dios, el sacramento de la penitencia, el medio dispuesto por Dios para que tengamos la experiencia real de Dios que es Padre de Misericordia, y nos facilita, mientras vivimos en este mundo, retomar el camino de la felicidad verdadera que nos lleva hasta la vida eterna.

Las obras buenas: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, cumplir los mandamientos de Dios, tener como programa las bienaventuranzas, las obras de misericordia, orar como Jesús y con Jesús…, este modo de llevar la vida es otro medio esencial para prepararnos al encuentro final y feliz con el Señor.

Así  nosotros atendemos la consigna de Jesús: “Tened ceñida la cintura y encendidas las  lámparas… Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.