domingo, 29 de noviembre de 2020

DOMINGO I DE ADVIENTO (B)

-Textos:

       -Is 63, 16c-17. 19c; 64, 2b-7

       -Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19

       -1 Co, 1, 3-9

       -Mc 13, 33-37

Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento”

Queridas hermanos benedictinas y queridos hermanos todos:

Estad atentos, vigilad…”. Esta es la consigna principal del evangelio de este primer domingo de adviento. Consigna que hemos venido escuchando en los últimos días del año litúrgico que acaba de concluir. ¿Por qué nuestra Madre Iglesia, y Dios mismo a través de ella nos recomienda tan insistentemente este mensaje? ¿Será que Dios y la Iglesia nos ven dormidos? Esta es la primera pregunta que conviene que nos hagamos al comenzar este tiempo de adviento.

Pensemos un poco, en España somos mayoría los bautizados como cristianos católicos, sin embargo el ambiente de la calle, los comportamientos de gran parte de la población es la de vivir como si Dios no existiera, y como si los bautizados tratáramos no más que flotar y sobrevivir sobre la marea imparable de secularismo y paganismo.

Dios, a través de la liturgia de la Iglesia nos grita en este tiempo de adviento: ¿Estad atentos, vigilad… no sea que venga inesperadamente el final y os encuentre dormidos”.

El adviento es un tiempo fuerte de gracia de Dios, que quiere disponer nuestro ánimo de la mejor manera, para prepararnos a la Navidad. Para que el misterio tan entrañable, tan inmenso y beneficioso, para la vida y la salvación del mundo que ocurre en Navidad, lo vivamos religiosa y cristianamente.

Muchos de nosotros ya nos estamos preguntando cómo podremos vivir la Navidad en este año del maléfico coronavirus. Para algunos da dificultad y la pena inevitable es que no podremos organizar cenas y banquete, y algaradas en las calles con champán y bien colocados. Porque eso son para ellos las navidades. Cierto que hay un aspecto profundamente humano y cristiano con las reuniones en familia que inevitablemente quedaran aminoradas, pero el corazón de la Navidad lo esencial de esta fiesta es el misterio de la encarnación, por el que el Hijo de Dios se hace hombre para que los hombres podamos llegar a ser hijos de Dios, ese misterio tan inimaginable, pero tan cierto y trascendental sí lo podremos celebrar. Y el covid 19 no tiene poder contra él.

Y para esto es el adviento, para prepararnos a una Navidad religiosa y santa, de la que salgamos más creyentes en Dios y más hermanos de nuestros prójimos.

Entonces, ¿qué tenemos que hacer para vivir bien el adviento? Nos convendrá a todos leer y meditar despacio la primera lectura del profeta Isaías que hemos escuchado. En dos palabras podemos sintetizar su mensaje: Oración y reforma de vida.

Oración: “¡Ven, Señor, Jesús! ¡Ven!” “¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses! ¡Ven!, porque nadie, ni dioses, ni ídolos ni hombres, han hecho por quien han esperado en ellos, como tú has hecho con nosotros. ¡Ven y sálvanos!

Reforma de vida: “He aquí que estabas airado y nosotros hemos pecado”. Adviento tiene una fuerte llamada a cambiar de vida. Mirar a los hijos y dar un más claro testimonio de fe, mirar a los pobres e imponernos un estilo de vida más austero, mirar a mi hermano y perdonarle o pedirle perdón: Adviento nos llama a invocar a Dios, a hacer más oración, y también a acudir a la confesión, al sacramento de la penitencia.

El adviento vivido de esta manera será una gracia de Dios grande para cada uno y nos dispondrá el alma para acoger y beneficiarnos de la gran gracia de la Navidad.

domingo, 22 de noviembre de 2020

FESTIVIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

-Textos:


-Ez 34, 11-12. 15-17

-Sal 22, 1b-3. 5-6

-1 Co 15-26. 28

-Mt. 25, 31-46


Pues Cristo tiene que reinar…”.


Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:


Fiesta solemne de Jesucristo Rey del universo, hoy termina oficialmente el año litúrgico. Año marcado por la pandemia, que comenzó en la cuaresma y todavía no nos ha dejado. Esperamos que el año que comenzará el próximo domingo, primero de Adviento, sea el año del final de la pandemia.

En el evangelio san Mateo nos presenta a Jesús como el Hijo del Hombre glorioso y Rey que, al final de los tiempos, examinará la vida de cada uno de nosotros según hayamos practicado los mandamientos de Dios y las obras de la misericordia.

Esta fiesta de Cristo Rey del universo anuncia también la meta de nuestra vida. Todos estamos destinados a participar del Reino iniciado por Cristo con su resurrección y que al final de los tiempos los establecerá plenamente.

Hoy es un día para levantar la vista, por encima de los problemas, las dificultades y las calamidades que encontramos en nuestra vida, un día para poner los ojos en la meta de nuestra vida que Cristo Rey nos prepara. ¿Quién puede caminar si no piensa a dónde quiere llegar?

Nuestra madre Iglesia en el prefacio de la misa de hoy proclama los contenidos de Reino que Jesucristo anuncia y promete realizar: “El reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”. Estas palabras será un día realidad.

Este proyecto de Reino de Dios que Jesucristo inicia y la Iglesia proclama es para nosotros un proyecto y una tarea: estamos llamados a heredar el Reino, y estamos llamados a colaborar y trabajar para construir este Reino en el mundo. Es una meta de felicidad que todos anhelamos, y es una tarea a la que todos estamos convocados por Jesús a poner en práctica.

Hermanos todos: Sí, dos objetivos: pensar y esperar en el Reino de cielo, pero con los pies bien plantados en la tierra. El mundo en el que vivimos no está para ensoñaciones: La pandemia que no acaba de hacer estragos, tantos trabajadores en paro y tantos enfermos sufriendo solos y sin compañía, las pateras en el Estrecho de Gibraltar, el hacinamiento hasta lo insufrible de los emigrantes en Canarias, tanta gente desconcertada, sin esperanza y que no acierta a invocar a Dios…

El evangelio propio de esta celebración es una revelación de lo que Jesucristo piensa de sí mismo y de los pobres; y es, al mismo tiempo, una consigna clara y comprometedora para los discípulos que decimos creer en Jesucristo y esperamos entrar en su Reino:

Él separará a unos de otros, como un pastor separa a las ovejas de las cabras… Entonces dirá: “Venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado… Porque tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me disteis de beber… fui forastero y me hospedasteis, enfermo y me visitasteis…: -Señor ¿cuándo te vimos con hambre y te dimos de comer…, y forastero y te hospedamos, enfermo y te visitamos?... En verdad os digo, cada vez que lo hicisteis con uno de estos hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.

Sí, pensar más y esperar con fe en la plenitud del Reino, pero poniendo en práctica con esfuerzo y coherencia lo que nos propone Jesús para implantarlo.


domingo, 15 de noviembre de 2020

DOMINGO XXXIII T.O. (A)

-Textos:

       -Prov 31, 10-13. 19-20. 30-31

       -Sal 127, 1b-5

       -1 Tes 5, 1-6

       -Mt 25, 14-30

Así pues, no nos entreguemos al sueño como los demás, sino que estemos en vela y vivamos sobriamente”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

San Pablo nos dice en la segunda lectura que ante el fin del mundo, es decir, ante la segunda venida del Señor, hay mucha gente que vive dormida.

No tienen esperanza alguna de que el Señor Jesús resucitado volverá al final de los tiempos y juzgará a vivos y muertos, y establecerá un cielo nuevo y una tierra nueva. Quienes piensan así están dormidos.

Pero nosotros los cristianos, dice san Pablo, somos hijos de la luz y del día. Por eso, concluye: “No nos entreguemos al sueño como los demás, sino que estemos en vela y vivamos sobriamente”.

Jesucristo también, como Pablo, habla de la importancia de vivir en este mundo alerta, vigilantes y bien preparados. En el evangelio plantea qué tenemos que hacer los hijos de la luz, en el tiempo hasta su segunda venida. Dice que lo nuestro debe ser estar vigilantes, pero con una vigilancia activa. Lo explica con la parábola de los talentos.

Jesús habla de un señor que encomienda a tres siervos suyos la administración de sus bienes. A dos de sus siervos les alaba su gestión.

Pero Jesucristo en su catequesis pone especial interés en desaprobar y condenar a aquel trabajador que esconde su talento por holgazanería, en vez de invertirlo, para que pueda rendir. No lo condena porque haya perdido algún talento, sino porque no lo ha puesto en activo para que produzca.

¿Qué nos enseña el Señor con esta reflexión sobre el administrador holgazán? Jesús intenta sacudir nuestra pasividad. Los discípulos de Jesús, los cristianos, tenemos que ser arriesgados, valientes y creativos; emplearnos a fondo y poner en juego todas nuestras capacidades, carismas y cualidades, naturales y sobrenaturales.

Parece que está leyendo la radiografía del cristianismo en muchos ámbitos de la sociedad actual. Un cristianismo que peca, sobre todo, de omisión. Dejar de hacer, dejar de hacer lo que es responsabilidad humana y cristiana.

Por qué los cristianos pecamos tanto de omisión? Eludimos el bulto y luego nos lamentamos. ¿Cuáles son los motivos?

Permitidme insinuar algunos: No desentonar de lo políticamente correcto, no parecer anticuado o ridículo, no quedar aislado de los círculos de influencia…

También se peca por omisión, porque el defender la fe y los valores cristianos, en el fondo, son menos importantes para algunos cristianos, que defender el negocio, el prestigio y la estima de las gentes de este mundo.

Si no somos muy, muy de Jesucristo, fácilmente y muchas veces eludiremos el bulto, y la presencia cristiana en la sociedad será cada vez más irrelevante. Es cierto, a los cristianos nos es cada día más difícil ser y vivir como cristianos de verdad en esta sociedad.

¿Qué hacer? No podemos olvidar que en la Iglesia somos familia de santos y de mártires; que lo nuestro es ser sal y fermento; y, sobre todo, agarrarnos a esta verdad: que nuestra esperanza no falla: el Día del Señor llegará, y el mundo se salvará.


domingo, 8 de noviembre de 2020

DOMINGO XXXII T.O. (A) (DÍA DE LA DIÓCESIS)


-Textos:

       -Sab 6, 12-16

       -Sal 62, 2-8

       -Tes 4, 13-18

       -Mt 25, 1-13

Por tanto, velad, porque no sabéis ni el día ni la hora”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¿Para qué estamos en la vida? ¿Os habéis hecho alguna vez esta pregunta? Si acudimos a la Palabra de Dios, que es la verdadera Sabiduría, y que hoy la encontramos en la parábola de las “Diez vírgenes”, que acabamos de escuchar, podemos responder: “En esta vida estamos para prepararnos para una boda”.

Cuánto tiempo, cuántas preocupaciones y también cuánto dinero empleamos cuando nos invitan a una boda. La fe cristiana nos dice que al final de la vida temporal, al final de los tiempos, se instaurará definitivamente el Reino de Dios, simbólicamente representado en un banquete de bodas de Cristo con su Iglesia en el cielo. A este banquete somos invitados todos los hombres. La invitación que nos hace Jesucristo es universal.

Pero en esta invitación hay un detalle muy singular y muy importante, esta invitación no tiene ni fecha ni hora. La invitación está hecha, y la boda y el banquete van a tener lugar con toda certeza y seguridad. Pero no se nos ha dicho ni el día ni la hora.

Se nos anuncia con antelación a todos para que estemos preparados.

Lo que pide Jesucristo con toda claridad y con toda seriedad es que estemos preparados, y bien preparados para la boda. Porque puede que el novio tarde en venir. Y es muy fácil que ante la tardanza a nosotros se nos venga el ánimo abajo y también la fe.

Algo de esto nos está pasando a muchos cristianos, y no cristianos, hoy en día. Muchos creyentes dicen: “Cierto que vamos a morir, pero vete a saber si hay algo después”. Y tanto creyentes como no creyentes sacan esta conclusión: “Comamos y bebamos que mañana moriremos”. Es decir, vivamos como viven los que se han desentendido de la Iglesia, de Jesucristo y de Dios; vivamos como nos pide el cuerpo y los intereses materiales.

A este modo de vida se llega, cuando no se piensa en la meta final a la que somos llamados, cuando nos rendimos a la tentación de creer solo en lo que se ve y se palpa, y cuando dudamos y desconfiamos de unas promesas que tardan en llegar, pero que las ha hecho Jesucristo mismo, que ha dado la vida por nosotros, ha resucitado y promete volver para juzgar a los vivos y a los muertos.

Jesucristo que es el novio, que ciertamente vendrá para celebrar el banquete de bodas del Reino, al que todos somos invitados en el evangelio que hemos escuchado.

Pero hemos dejado a un lado la cuestión primera: Si estamos en este mundo para prepararnos para esa boda, ¿qué tenemos que hacer?

La respuesta de Jesús es “Estad vigilantes, no os durmáis. Tiene la lámpara encendida y con aceite suficiente aquel que me sigue a mí, que cumple los mandamientos, las bienaventuranzas, las obras de misericordia…” Estos son los atuendos del traje de bodas, y los regalos que podemos presentar al novio, a Jesucristo, cuando llegue, para tomar a su novia, la Iglesia. Es decir, a todos los que le hemos seguido despiertos, vigilantes y con las lámparas encendidas. Él nos presentará elegantes y bien ataviados y ataviadas ante Dios, Padre, para celebrar el banquete.


Una pregustación, un anticipo, de este banquete es la eucaristía a la que ahora somos invitados. 

domingo, 1 de noviembre de 2020

FIESTA DE TODOS LOS SANTOS, DOMINGO XXXI

-Textos:

       -Ap 7, 2-4. 9-14

       -Sal 23, 1-6

       -1 Jn 3, 1-3

       -Mt 5, 1-12ª

Apareció en la visión una muchedumbre inmensa que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua de pie delante del trono y del Cordero”.

Innumerables, muchedumbre inmensa…, son muchísimos los salvados, que gozan de Dios en el cielo.

Este dato es Palabra de Dios, es verdad. La Iglesia de Jesús, de la que somos miembros, lo creemos y lo sabemos con toda certeza. Los salvados son muchedumbre, innumerable, incontable. No solo los santos de altar, sino tantos y tantos desconocidos, santos de nuestras familias, santos del portal de al lado, como dice nuestro papa Francisco; no han salido en los periódicos, han luchado por la vida, han pecado quizás, pero se han arrepentido, han sido buenos y han hecho el bien, han llegado al cielo, gozan de Dios y con Dios, felices para siempre.

Este dato nos llena de confianza: Eran como nosotros y se han salvado, nosotros también podemos salvarnos y alcanzar la felicidad que tanto buscamos.

Pero han sido salvados gracias al Cordero de Dios, nos dice el Apocalipsis, a Jesucristo que en el altar de la cruz fue sacrificado, y voluntariamente murió por nosotros. Su obra tiene valor infinito porque es Hijo de Dios, Dios con el Padre y el Espíritu Santo.

Por eso nuestra esperanza está bien fundada. Nosotros no tenemos fuerzas suficientes, pero si creemos de verdad en Jesucristo, él nos salva. “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; sin mí no podéis hacer nada”. Pero con Jesús y gracias a Jesús, lo podemos todo; podemos ciertamente alcanzar la salvación eterna y llegar al cielo.

En el plan de Dios sobre el mundo y la humanidad todos estamos destinado a alcanzar la felicidad de los santos. Todos tenemos vocación a la santidad. Lo dijo en su día el Vaticano II: “Todos en la Iglesia están llamados a la santidad, según las palabras del apóstol: “Lo que Dios quiere de vosotros es que seáis santos” (LG 39).

Ya nosotros, en el bautismo recibimos semillas de santidad, porque somos hijos adoptivos de Dios, y participamos de la vida del Hijo de Dios, Jesucristo. “Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!, hemos escuchado en la segunda lectura.

Por lo tanto, si estamos llamados a la santidad, caminemos por el camino de los santos; si somos hijos de Dios, vivamos conforme a nuestra vocación de hijos.

¿Qué tenemos que hacer?

Primero, cumplir los mandamientos: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”; Segundo, seguir por el camino de los santos, las bienaventuranzas: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos; dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedará saciados; dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios, dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan… por mis causa”; tercero, poner en práctica aquellas acciones de las que vamos a ser juzgados: “Porque tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me distéis de beber, fui forastero, emigrante, y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis”.

Hermanos y hermanas:

Fiesta de Todos los Santos, de los que están en el cielo gozando de Dios, y fiesta nuestra, de nosotros, que peregrinamos en la tierra, y que somos santos en proceso de santificación.

¡Podemos ser santos! ¡Seamos santos!

El cielo nos espera, y la tierra, este valle de lágrimas, también.