domingo, 3 de noviembre de 2019

DOMINGO XXXI T.O. (C)


-Textos:

-Sb 11, 22-12, 2
          -Sal 144, 1b-2. 8-11. 13c-14
          -Tes 1, 11-2,2
          -Lc 19, 1-10

Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

En el evangelio de hoy nos llama la atención espontáneamente Zaqueo. Zaqueo era ciertamente un hombre poco recomendable: él mismo confiesa haber cometido sustracciones indebidas para su bolsillo de los impuestos que cobraba. Pero Zaqueo, jefe de publicanos y rico, tenía mucho interés por ver a Jesús. Como era bajito, se sube a la higuera.

Es importante este detalle, las riquezas y el buen cargo no ahogan una gran inquietud. No sabemos por qué le pasa esto a Zaqueo: ¿es simple curiosidad? ¿Siente remordimientos de conciencia? ¿Por qué no pensamos que Zaqueo y nosotros y todo ser humano tenemos en el fondo del alma un deseo de inocencia, de perdón, de salvación y, en el fondo, de Dios?

Y Jesús lo sabe, y levanta los ojos y mira a Zaqueo. Jesús se fija en él, lo ve en la higuera, pero su mirada penetra hasta el fondo del corazón de Zaqueo. Por eso le dice algo que nos parece atrevido, provocativo, se invita él mismo a entrar en casa de Zaqueo. Zaqueo baja enseguida muy contento y le abre la puertas de su casa.

Jesús, en esta ocasión, deja de lado a los que lo siguen y lo observan, y va al encuentro de un pecador. Y lo hace de tal manera que el pecador, Zaqueo, encuentra la salvación.

El encuentro personal con Jesús, la presencia de Jesús en su casa es gracia de Dios, gracia y fuerza de Dios. Con Jesús ha entrado en su casa y en su corazón el Reino de Dios. El reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.

Queridas hermanas y queridos hermanos todos:

Nuestra situación, y probablemente tampoco nuestra conciencia, son las de Zaqueo. Pero, ¿dejamos que aflore en nuestra conciencia la palabra más verdadera que resuena en nuestro corazón? Porque, ya sabemos, “nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Dios”. Sin duda no somos pecadores del mismo modo que era Zaqueo. Pero quizás estamos instalados en un modo de vida demasiado cómodo, y un modo de practicar la fe sin inquietud alguna; nos creemos buenos, y no sentimos necesidad de esforzarnos por conocer a Jesús.

Y entonces, nos perdemos la llamada provocativa de Jesús: “Baja enseguida, date prisa, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”.

Sí, Jesús, nos hace esta petición, esta mañana, en esta eucaristía. Jesús quiere ser nuestro huésped. Y ante esta petición, nosotros respondemos:”Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa”. Recibir a Jesús como huésped tiene como consecuencia sacudir de nuestro corazón cualquier ídolo, el dinero, la comodidad, los malos quereres, incompatibles con la presencia de Dios, en nuestra conciencia y en nuestra vida.