domingo, 17 de noviembre de 2019

DOMINGO XXXIII T.O. (C)


Textos:

       -Mal 3, 19-20ª
       -Sal 97, 5-9
       -2Tes 3, 7-12
       -Lc 21, 5-19

Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Estamos a punto de acabar el año litúrgico. El próximo domingo, fiesta de Cristo Rey, será el último domingo del año; después, entramos ya en el adviento como preparación para la Navidad.

En estos días finales del año, la liturgia nos habla del final del tiempo y de la historia. Este mundo se acabará para dar lugar a que se despliegue el mundo nuevo del Reino de Dios. Pero en el entretiempo van a pasar muchas cosas.

En el evangelio de hoy vemos que Jesucristo, a propósito de anunciar lo que va suceder con el magnífico templo de Jerusalén, predice también lo que va suceder en el mundo material y en la historia concreta que está viviendo la humanidad.

La verdad es que estas predicciones son muy poco halagüeñas. Pero comprobamos que no predice cosas y acontecimientos muy distintos de los que han ocurrido a lo largo de la historia y están ocurriendo ahora, en el presente: “Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos y en diversos países hambres y pestes”. Y otro aspecto lamentable de nuestra historia, la persecución contra los seguidores de Jesús: “Os echará mano, os perseguirán… y os odiarán a causa de mi nombre”.

Pero en medio de esta selva amenazante, llena de sucesos tristes, Jesús enseñó a sus discípulos, y nos enseña a nosotros, a afrontar nuestro mundo con serenidad, confianza y esperanza.

En primer lugar, él, Jesús, está con nosotros, en este mundo, en esta historia, como defensor y garante de nuestra victoria: “Yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro”. Nos viene a la memoria otras palabras suyas a Pedro en otro contexto: “Edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.

Otra palabra iluminadora, que no podemos pasar inadvertida: “Esto servirá de ocasión para dar testimonio”. Jesús nos invita a adoptar ante la historia una postura militante, misionera y constructiva; no podemos quedar ni pasivos ni asustados. Las calamidades naturales, las guerras, las enfermedades, el hambre, la injusticia y también las persecuciones religiosas, no son solo hechos lamentables, son oportunidades de gracia, llamadas del Señor a la misión: “Esto os servirá de ocasión, dice el Señor, para dar testimonio”.

Y una tercera palabra, que todos hemos acogido con alivio, y que por ser el broche final del evangelio, se nos ha grabado profundamente: “Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá, con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. En medio de las contradicciones, perseverar firmes en la fe y firmes en el cumplimiento de los mandamientos de Dios y en las consignas de nuestro Señor Jesús.

En el corazón de la plegaria eucarística vamos a encontrar ahora mismo el manantial de nuestra esperanza, cuando recemos: “Al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo”.