domingo, 1 de diciembre de 2019

DOMINGO I DE ADVIENTO (A)


-Textos:

       -Is 2, 1-5
       -Sal 121, 1b-2. 4-9
       -Ro 13, 11-14ª
       -Mt 24, 37-44

Comportaos reconociendo el momento en que vivís…, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy comenzamos el tiempo de adviento; tiempo de preparación para la Navidad. Es un tiempo de gracia. Un tiempo en el que Dios tiene la voluntad de dispensar su gracia y su favor sobre nosotros en una medida mucho más abundante que en el tiempo normal u ordinario. En este tiempo nosotros tenemos la oportunidad de fortalecer nuestra identidad cristiana para dar, en la sociedad de hoy, testimonio de amor a Dios y al prójimo, sobre todo al pobre y al necesitado, como lo hizo Jesucristo. Entonces, ¿qué tenemos que hacer?

El adviento, antes que a hacer cosas, nos invita a entrar dentro de nosotros mismos y descubrir el deseo más profundo que bulle en nuestro interior. Pensemos un poco: ¿Qué es lo que de verdad añoramos, aquello que obtenido, nos aquietaría del todo, y nos haría felices? ¿Qué es? ¿Lo sabemos?

Deseamos una jubilación asegurada, deseamos una vida de familia en armonía, deseamos que nuestros hijos hereden la fe y los valores en los que nosotros creemos. Vemos también que la gente desea le caiga la lotería, consumir y gastar en el “viernes negro”, tener dinero, tener buena imagen, tener salud… son deseos ciertamente, pero el conseguirlos ¿nos aquietan el corazón, nos dejan plenamente satisfechos?

El deseo verdadero y genuino del corazón humano, de todo corazón humano, es el deseo de Dios. Hemos oído muchas veces la frase célebre de san Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

Vosotras, queridas hermanas, lo sabéis muy bien. Ese deseo explica vuestra vocación. Nuestro papa Francisco nos ha dicho claramente: “La búsqueda del rostro de Dios atraviesa la historia de la humanidad… El hombre y la mujer, en efecto, tienen una dimensión religiosa indeleble que orienta su corazón hacia la búsqueda del absoluto, hacia Dios”. Deseo de Dios, ese es el anhelo hondo que nos inquieta y que da lugar a que nada de este mundo nos deje plenamente satisfechos.

El adviento, hermanos todos, es el tiempo propicio para tomar conciencia de este deseo, expresarlo, y suplicar al Señor que venga a colmarlo y satisfacerlo.

Una manera óptima de vivir el adviento puede ser: repetir una y mil veces, a cualquier hora del día y en cualquier circunstancia, esta súplica: “Ven, ven Señor Jesús; ven y sálvanos”.

La palabra de Dios hoy nos dispone y nos despierta el deseo de Dios para que nuestro corazón grite el grito que más quiere gritar: “Ven, ven Señor Jesús; ven y sálvanos”.

Isaías nos anima: “Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor”; San Pablo nos dice: “Ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando comenzamos a creer”. Y, por fin, Jesucristo, en el evangelio: “Por tanto estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”.

Sea, pues, nuestro grito en este adviento: “Ven, ven Señor Jesús; ven y sálvanos”. Después de la consagración vamos a poder decirlo de otra manera: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor, Jesús!