miércoles, 1 de noviembre de 2017

FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS

-Textos:

       -Ap 7, 2-4. 9-14
       -Sal 23, 1-6
       -1 Jn 3, 1-3
       -Mt 5, 1-12ª

Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente: ¡La victoria es de nuestro Dios!

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy celebramos una fiesta grande y gozosa. Y ojalá que todos los niños y niñas que ayer participaban en las escuelas en el “halowey” ese, sean traídos a participar de esta fiesta cristina tan significativa y aleccionadora, que celebramos hoy, los católicos en nuestras iglesias.

Es una muchedumbre inmensa, incontable, los hombres y mujeres que disfrutan plenamente felices en el cielo de la compañía y del amor de Dios. Con la virgen María, con los ángeles, con multitud de hermanos y hermanas, que están allí porque, mientras estuvieron en este mundo, guiados por el Espíritu Santo, amaron a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismos, y como Jesucristo mismo les enseñó a amar.

Creyeron, esperaron, y Dios no les ha defraudado: y ahora los colma de amor divino y felicidad infinita. Visten vestiduras blancas, porque recibieron el bautismo y han vivido según el evangelio, muchos llevan palmas en las manos, porque murieron mártires de la fe, dieron la vida por declararse valientemente cristianos.

Están en el cielo: Donde, como dice san Agustín: “Allí descansaremos y contemplaremos, contemplaremos y amaremos, amaremos y alabaremos”.

Todos los Santos”, fiesta que celebra el triunfo de Dios y los éxitos admirables de tantísimos hermanos y hermanas nuestros. Es una fiesta que pone ante nosotros los resultados extraordinarios que ha obtenido Jesucristo con su muerte y resurrección, con su triunfo sobre el pecado y la muerte. “Dio la vida por nosotros y por muchos”, y ahí vemos el fruto: los santos, innumerables, felices, infinitamente felices por toda la eternidad.

Pero conviene tomar nota de lo propio de esta fiesta: Porque los santos a los que hoy conmemoramos no son solamente aquellos que han sido reconocidos por la Iglesia y subidos a los altares, y a los que se les dedica una fiesta en el calendario litúrgico; hoy celebramos, sobre todo, a aquellos creyentes y seguidores de Jesús que no han sido reconocidos especialmente por la Iglesia, pero cuya vida y conducta ha quedado guardada, bien guardada, en el corazón de Dios; personas sencillas y silenciosas, que en la oración y el trato con Dios, en la familia donde vivieron y que formaron, en el trabajo por ganarse el pan de cada día, en las relaciones que mantuvieron con parientes, con los ricos y con los pobres, en todo, cumplieron la voluntad de Dios. Nadie diría que tenían madera de santos, eran personas de nuestra talla, como nosotros.

Por eso esta fiesta es una oportunidad para que nosotros pensemos: Nosotros podemos ser santos, tenemos vocación de santos. Si a alguno no le suena bien la palabra, lo diremos de otra manera: Nosotros estamos destinados y podemos alcanzar la felicidad que da el amor infinito de Dios y la amistad de tantísima gente que ya viven felices en el cielo.

Y para eso, ¿qué tenemos que hacer? Seguir a Jesús, creer en Jesús y ser como Jesús. Él es “el camino, la verdad y la vida”; él ha ido a prepararnos lugar, y va a volver para tomarnos de la mano y llevarnos con él.


Así nos enseña nuestra madre, la Iglesia; esto aprendemos cuando escuchamos la Palabra de Dios y celebramos, como hoy, la eucaristía de la fiesta de Todos los Santos.