domingo, 12 de noviembre de 2017

DOMINGO XXXII, T.O. (A)

-Textos:

       -Sb 6, 13-17
       -Sal 62, 2-8
       -1Te 4, 12-17
       -Mt 25, 1-13

Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

La alegoría o comparación que Jesús no cuenta en el evangelio de hoy está sacada del ritual de las bodas judías. Pero a Jesús lo que le interesa comunicar a sus discípulos y a todos nosotros es un mensaje muy útil y muy importante: “Velad, porque no sabéis el día ni la hora”.

¿Os resulta agradable escuchar este mensaje? Para alguno es como una amenaza del mal gusto, porque lo interpreta como una advertencia de que vamos a morir y no sabemos cuándo.

En la mente de Jesús estas palabras tienen un sentido totalmente diferente. Recordemos aquellas palabras que otro evangelista, san Juan, pone en labios de Jesús: “No perdáis la calma, creed en Dios y creed en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, y voy a prepararos sitio: cuando vaya y os prepare sitio, volveré, y os llevaré conmigo”. No sabemos cuándo, ciertamente, pero estemos preparados y no perdamos la oportunidad, porque sabemos que al final de esta vida aquí en la tierra, Jesús nos sale al encuentro, nos tiende la mano para llevarnos con él a su Reino, al cielo”

Esta es nuestra fe. Y este es el significado más importante de la alegoría sobre las Vírgenes necias y las prudentes”.

Pero además, hay otra enseñanza de Jesús en esta alegoría: Jesús que está en el cielo y vendrá al final de nuestra vida y al final de los tiempos, está ya ahora, de diferente manera, pero está ya con nosotros, en el presente en esta vida. El Señor viene muchas veces a nuestra vida y también hemos de estar preparados y despiertos, para no desaprovechar el mensaje y la gracia que nos trae. Llega por la Palabra de Dios, por los sacramentos, por el buen ejemplo de tantas personas, por las inspiraciones que sentimos, por la convocatoria semanal o diaria a la Eucaristía… El Señor sale continuamente a nuestro encuentro, de muchas maneras y en muchas ocasiones. Es preciso estar en vela con las lámparas bien provistas de aceite. El aceite es la fe, que nos permite descubrir en los acontecimientos diarios de la vida la presencia de Dios, que nos envía a la misión, a trabajar por un mundo más justo y a practicar el amor a Dios y al prójimo, sobre todo, al prójimo pobre y necesitado.

En concreto, hoy, podemos pensar que Dios nos sale al encuentro precisamente en este “Día de la Iglesia Diocesana”.

Es cierto que este “Día”, tiene también una finalidad económica: que seamos los propios fieles quienes sostengamos plenamente a nuestra Iglesia.

Pero, en este día el Señor nos sale al encuentro y nos ofrece la gracia de crecer en la conciencia de comunión y en la conciencia de responsabilidad. La diócesis, como concreción de la Iglesia, es una fraternidad en la que todos los miembros nos ayudamos unos a otros a crecer en el seguimiento de Jesús, y a participar en la evangelización y transmisión de la fe.

La diócesis desde hace un año está embarcada, por iniciativa de nuestro arzobispo, en la tarea de hacer y poner en práctica un Plan diocesano de pastoral que renueve las estructuras parroquiales, incorpore a los seglares de manera más amplia y efectiva en la acción pastoral y permita a los sacerdotes atender de manera más eficaz a lo que son sus tareas propias. Tenemos que familiarizarnos ya con esta consigna: “Participar en el Plan diocesano de Pastoral”.


En la eucaristía, después de la consagración, decimos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor, Jesús! La eucaristía es el mejor alimento para nuestro camino y el mejor despertador de nuestra conciencia, porque nos recuerda de dónde venimos y a dónde vamos.