domingo, 26 de noviembre de 2017

DOMINGO XXXIV, FESTIVIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

-Textos:

       -Ez 34, 11-12. 15-17
       -Sal 22, 1-6
       -1 Co 15, 20-26ª. 28
       -Mt 25, 31-46

Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre…”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy, último domingo del año litúrgico, fiesta solemne de Jesucristo Rey del Universo. Es una fiesta de alegría y de esperanza.

Alegría por lo que esta fiesta nos dice de Jesucristo.

Él, que mientras estuvo físicamente en este mundo no hizo alarde de su categoría de Dios y se rebajó hasta la muerte y muerte de cruz, hoy, en esta celebración, se nos presenta como Rey y Señor del universo.

Este anuncio despierta también esperanza: Toda la creación, el universo entero, disfrutará de la salvación de Dios. Nuestra historia, la historia de la humanidad, tan tortuosa y con tantos acontecimientos que nos inducen al pesimismo, acabará bien. Aparecerá Jesucristo de nuevo como Señor y Rey e inaugurará un cielo nuevo y una tierra nueva.

Pero los textos de la liturgia de hoy nos aportan otros aspectos muy importantes, que son parte de nuestra fe como seguidores de Jesús y miembros de su Iglesia.

Porque Jesucristo, en esta fiesta, aparece no sólo como Rey, sino también como Juez, Juez y Pastor. El credo que profesamos los cristianos dice: “(Jesucristo) subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre; desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”.

Puede que a algunos incomode recordar estas verdades. Pero no debe ser así, porque Jesucristo, Rey que juzga, sigue siendo el Pastor que cuida y protege, como dice la primera lectura: “Yo buscaré a las ovejas perdidas, haré volver a las descarriadas, curaré a las enfermas”.

Es cierto, el mundo pasará, y nuestra vida en este mundo también pasará. Y cada uno seremos juzgados según nuestras obras. Pero estas verdades de nuestra fe no deben inducirnos miedo, sino responsabilidad.

Si somos verdaderamente responsables, el sentido de responsabilidad nos lleva a hacer la pregunta más pertinente a Jesús: “Señor, ¿qué tenemos que hacer para que un día tengamos el gozo de oír de tus labios: “Venid, benditos de mi Padre; heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”?

Y ved que Jesús nos da una respuesta extraordinariamente reconfortante, que hace injustificados todos los miedos y nos llena de esperanza: “Venid, benditos,… Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.

Jesús se identificó con cada uno de nosotros hasta el punto de que cuanto hacemos a nuestros prójimos necesitados, él lo toma como hecho a él mismo. El prójimo, especialmente el prójimo necesitado, es presencia quasi-sacramental de Jesucristo, presencia de Jesús.

Todos conocemos aquella frase que resume esta enseñanza del evangelio de hoy: “Al atardecer de tu vida te examinarán en el amor”.

Amar es lo que más desea nuestro corazón. Pues bien, lo que más desea nuestro corazón, eso es lo que nos manda Dios por medio de Jesús. Y de eso, justo de eso, se nos va a pedir cuentas, al final de nuestra vida. ¿Qué miedo podemos tener?


Y me diréis: “Pero es que no es fácil amar”. Y Jesús nos responde: “Venid: tomad y comed; yo soy el pan de vida; “El que come de este pan, vivirá para siempre”. Jesucristo, Rey, Juez y Señor, que nos pide que amemos, él se nos da, y nos da fuerzas para amar. Vengamos a la eucaristía.