domingo, 3 de marzo de 2019

DOMINGO VIII T. O. (C)


-Textos:

       -Eclo 27, 4-7
       -Sal 91, 2-3. 13-16
       -1Co 15, 54-58
       -Lc 6, 39-45

¿Por qué e fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?... Cada árbol se conoce por sus frutos”.

El evangelio que hemos escuchado es el pasaje final del Sermón de la Montaña, el programa que propone Jesús a sus discípulos y a todos los hombres para establecer el reinado de Dios en el mundo. Los políticos, esta temporada, están ofreciendo promesas y programas de gobierno para mejorar la sociedad. El programa de Jesús nos es político, es espiritual y moral; son el espíritu y las normas que deberían impregnar cualquier programa político para que sea un proyecto que mejore nuestra vida y la sociedad.

Jesús, en este pasaje evangélico, nos da unos consejos de sentido común, incluso echa mano de algunos refranes populares, que nos hablan del arte de vivir y convivir en la sociedad. Pero, en el fondo, son normas necesarias para poder cumplir el mandamiento supremo del amor a Dios y al prójimo.

Subrayo dos. El primero: “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermanos en el ojo y no reparas en la viga que tienes en el tuyo?”

Nos suele ocurrir a todos, y muchas veces. Vemos los defectos ajenos y juzgamos a los otros. Queremos enmendarnos, pero una y otra vez, tropezamos en la piedra de juzgar al prójimo. ¿Cómo corregir este defecto?

Pues, como nos enseña Jesús: Mirarnos primero a nosotros mismos. Cuando nos miramos a nosotros mismos, consideramos que también nosotros tenemos defectos, pero, a la vez, solemos pensar que, a pesar de todo, merecemos que los demás sean comprensivos con nosotros y que sigan apreciándonos, como si no los tuviéramos. Este tipo de reflexión nos puede ayudar a ser también comprensivos con los demás y a evitar malos juicios.

El segundo dicho del Señor: Cada árbol se conoce por sus frutos… El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal…”

Hermanas y hermanos, no nos quedemos en la superficie, no pongamos la atención sólo en lo que hacemos. Pongamos la atención en lo que somos. Examinemos nuestro corazón. ¿Cuáles son los amores profundos de nuestro corazón? ¿El dinero, la vida cómoda, el brillo social?

O por el contrario: ¿Qué lugar ocupan en mi vida el respeto y la delicadeza con los que convivo en casa, el pedir perdón sinceramente, el alterar mi ritmo de vida para atender al que necesita y solicita mi ayuda, el introducir en mi presupuesto económico la justicia con que merecen ser tratados el trabajador, el emigrante, el refugiado que huye de la guerra?

¿Dónde está nuestro corazón? De los motivos de fondo, de los amores verdaderos y buenos que regulan mi vida salen las buenas obras; de los ídolos y pasiones malas que me dominan, salen las obras malas y los pensamientos y sentimientos malos. “De la abundancia del corazón habla la boca”. Termina el mensaje del Señor hoy.

Pero ante estos interrogantes que nos inquietan o deben inquietarnos, no olvidemos el grito de san Pablo en la segunda lectura: “¡Gracias a Dios que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!... Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor, convencidos de que vuestro esfuerzo no será vano en el Señor”.