domingo, 31 de marzo de 2019

DOMINGO IV DE CUARESMA


-Textos:

       -Jos 5, 9a. 10-12
       -Sal 33, 2-7
       -2 Co 5, 17-21
       -Lc 15,1-3. 11-32

Era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo…, Estaba perdido y lo hemos encontrado”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Conocemos todos muy bien esta parábola del “Hijo pródigo”, que hoy en día muchos prefieren llamar del “Padre de la misericordia”.

Es conmovedora la escena que maravillosamente describe Jesús cuando el hijo pequeño llega a su casa maltrecho, desengañado y con la autoestima por los suelos. 

Él va preparando las palabras que va a decir para que su padre lo acepte: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti no merezco llamarme hijo tuyo”. Jesús nos muestra la reacción admirable, conmovedora del padre: “Se le conmovieron las entrañas; y echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos”. No le echa en cara el pecado ni la malversación de la herencia, todo lo contrario, se preocupa de que se arregle y quede vestido como hijo, y organiza un banquete de fiesta.

San Juan Pablo II, comentando esta escena, dice que el gesto tan lleno de amor y de misericordia que tuvo el padre, hizo que en ese momento el hijo cayera en la cuenta que para el padre él había sido y seguía siendo siempre hijo. Su mala vida no le había borrado su dignidad de hijo. Él era más que su pecado. El padre lo amaba de tal manera que despertó en el hijo lo mejor de sí mismo, la dignidad de hijo. Y concluye san Juan Pablo II: Así debemos también amar y perdonar nosotros a nuestros prójimos, de tal manera que demos lugar a que el otro descubra lo mucho bueno y lo mejor que tiene dentro de sí mismo.

Y yo me permito añadir: Nosotros, en esta cuaresma podemos tener la misma experiencia del hijo pródigo, retomar la alegría de ser hijos de Dios, si nos acercamos al amor y a la misericordia de Dios en el sacramento de la penitencia.

Pero permitidme todavía resaltar la figura del padre, desviviéndose y derrochando amor y misericordia también con el hijo mayor: “Hijo, tú estás siempre conmigo, todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse”. Es como si le dijera: “Hijo mío, entra en mi corazón y trata de entenderme. Hay otra manera de entender la vida y otros valores mucho más esenciales. Soy tu padre, y este es tu hermano, somos familia. No es un contrato laboral lo que nos une. Es el amor y la misericordia el secreto y el alma de nuestra vida y de nuestra casa. “Es preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida”.

Hermanos, así terminó Jesús esta parábola. No sabemos si el hijo mayor hizo caso a los argumentos del padre. Pero sí sabemos que Jesús esta mañana nos invita a un banquete donde él, por amor, se nos da como alimento.