domingo, 18 de marzo de 2018

DOMINGO V DE CUARESMA (B)


-Textos:
       -Jer 31, 31-34
       -Sal 50, 3-4.12-19
       -He 5, 7-9
       -Jn 12, 20-33

Señor, quisiéramos ver a Jesús”

Queridas hermanas benedictinas, queridos hermanos todos:

Hoy es el “Día del Seminario”. Pero coincide con el quinto domingo de cuaresma, domingo de Pasión se decía antes. El próximo domingo entramos ya en la Semana Santa con la procesión de los ramos.

Quisiéramos ver a Jesús”: La súplica que formulan estos paganos es sin duda la mejor fórmula para recorrer esta etapa final de la cuaresma. Conocer a Jesús, es la gracia propia que nos prepara la celebración de la Semana Santa y del Triduo Pascual. Ya lo conocemos y queremos seguir, pero lo conocemos a medias, y sin llegar a darle del todo el corazón, ni comprometernos demasiado en la misión a a la que nos invita: anunciar el evangelio a todas las gentes. Siempre podemos conocer más y mejor a Jesús. Él es el camino, la verdad y la vida”, “Quién le sigue no anda en tinieblas”. Nunca nos acabamos de convencer de que estas palabras suyas sean verdad. ¡Qué hermosa y fructífera disposición, entrar en la Semana Santa con este deseo: “Queremos conocer a Jesús”.

Quisiéramos ver a Jesús”: Estas palabras explican también la vocación de aquellos que se sienten, y nos hemos sentido, llamados a ser sacerdotes. La vocación al ministerio sacerdotal, antes que ser un encargo para ejercer una actividad hermosa y esencial al servicio de los hombres, es un regalo y un atención especial que Dios ha tendido con nosotros, y tiene con los jóvenes o adultos que quieren prepararse para ser sacerdotes. Un especial atractivo por la persona de Jesús, que va unido inseparablemente a la misión de Jesús. Ser de Jesús y ser para la misión de Jesús, es un todo uno, que no se puede separar.

La Iglesia de las naciones ricas del Occidente tradicionalmente cristiano estamos atravesando una extrema y alarmante escasez de vocaciones sacerdotales. Lo vemos todos, lo palpamos. Y nos preocupa.

¿Qué podemos y qué debemos hacer? Primero, orar. La fe nos asegura que es la acción más eficaz: “Rogad al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies”. Pero, en segundo lugar, hemos de poner el mayor esfuerzo en otra tarea: crear un clima propicio para que broten y se desarrollen la vocaciones al sacerdocio.

Esta labor corresponde en primer lugar, a los padres, en casa, en el hogar; que los niños puedan percibir que ser sacerdote, ser consagrado, ir a misiones o atender una parroquia, son trabajos muy dignos, muy nobles, que dan un sentido muy pleno a la vida de un joven.

Y en continuidad con el clima de la familia, también a la parroquia y los colegios les corresponde esta labor: crear un ambiente, en el cual se pueda escuchar la llamada de Jesús al ministerio sacerdotal y se perciba como un ideal de vida que merece la pena dedicarse entera y exclusivamente a proponer el evangelio de Jesús a los no creyentes, ayudar especialmente a los pobres y enfermos, y promover comunidades cristianas que continúen la misión de Jesús en el mundo.