domingo, 11 de marzo de 2018

DOMINGO IV DE CUARESMA (B)


-Textos:

       -Cro 36, 14-16. 19-23
       -Sal 136, 1-6
       -Ef 2, 4-10
       -Jn 3, 14-21

Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Venimos a la eucaristía con la mente cargada de noticias: Las javieradas, las manifestaciones feministas, el dolor de los enfermos, las desgracias de tantos emigrantes y refugiados. Y también el dolor de ver que tantos bautizados se han descolgado de la práctica religiosa y de la fe militante.

Nosotros, seguidores de Jesús, queremos seguir a Jesús cada día con mayor convencimiento y más coherencia. Y al mismo tiempo, sentimos el deseo de que el Evangelio y la fe en Jesucristo prendan en el corazón de la gente; que jóvenes y mayores sigan a Jesús con entusiasmo y lleguen a comprender que Jesús es la luz que ilumina el camino de la vida.

Para nosotros Jesús es luz y vida, y nos preguntamos con dolor: ¿Por qué otros no lo sienten como yo, y más y mejor que yo? ¿Qué puedo hacer para transmitir la fe a mis hijos, a mis nietos?

El diálogo de Jesús con Nicodemo da lugar a que Jesús revele verdades que meditadas con detenimiento y tomadas en serio atraen y convencen, pero al mismo tiempo desconciertan y escandalizan.

La primera verdad, la más sorprendente y escandalizadora, “La cruz de Cristo, fuente de salvación”: -“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”.

Para descubrir el sentido de la vida, para encontrar la felicidad, hemos de poner los ojos y creer en un crucificado. Mirado fríamente es un escándalo. Pero, si escuchamos la palabra de Dios y nos dejamos tocar por su gracia, tal como nos dice san Pablo, la cruz de Cristo y Cristo crucificado son la prueba máxima del amor de Dios: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”.

Dios nos ama, y es capaz de hacer que su Hijo divino, su único Hijo, baje al barro de esta tierra. Y este Hijo es capaz, no solo de hacerse uno de nosotros, sino de dar la vida por nosotros. “Porque Dios no mandó a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.

Es preciso prestar atención, humildes y bien dispuestos, para dar lugar a que esta palabras nos convenzan; que no nos quedemos dubitantes como Nicodemo. Jesús es tajante y radical: “El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios”. “Dichoso el que no se escandalice de mí” dice Jesús en otro lugar.

Hermanas benedictinas, hermanos todos: Las javieradas, las manifestaciones por la igualdad de hombres y mujeres, los desheredados esperando migajas de la mesa de los opulentos… tanto y tantos, todos en busca de una vida mejor.

Hoy se nos revela la luz que ilumina tanta confusión y tanto dolor: Superar el escándalo de la cruz, mirar al Crucificado: -“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”.

Esto es lo que tenemos que hacer estos días de cuaresma que nos quedan: pedir la fe, ejercitarnos en la fe y vivir con coherencia la fe en Jesucristo Crucificado, revelación suprema del amor de Dios.

Esto es lo que podemos hacer ahora al disponernos a participar en la eucaristía.