domingo, 8 de noviembre de 2015

DOMINGO XXXII, T.O. ( B)


“Los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.
Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Hoy la Palabra de Dios nos envía su mensaje a través de dos mujeres, que, además, son viudas, y además, económicamente pobres y necesitadas.
La primera es la Viuda de Sarepta, tal como nos la presenta la primera lectura. Tiene un hijo pequeño hambriento, pero no tiene ni pan, sólo un puñado de harina y un poco de aceite en la alcuza. El profeta Elías le pide agua y pan y le promete que Dios no la va a dejar morir de hambre. Para esta viuda el profeta es el que habla la palabra de Dios. Dios habla por el profeta. Para ella Dios es muy importante. Y esta viuda se fía de Dios. Se quita el pan de su boca y de la de su hijo, y atiende a la petición del profeta. Y Dios no la defrauda. Dios hizo el milagro: Comieron los tres, y “ni la orza de harina  se vació, ni la alcuza de aceite se agotó”.
En el evangelio vemos a otra viuda echando limosna en el cepillo del templo. Otros muchos echan limosnas, y algunos ricos echan en cantidad notable. Ella, sin embargo, es una pobre viuda, y echa una cantidad exigua de dinero, dos reales.
Pero fijaos hermanos qué valoración hace Jesús de este caso: “Os aseguro que esta pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.
El comentario de Jesús es tan certero y tan admirable que esta frase ha quedado en la memoria colectiva de  tanta gente.
Permitidme alguna consideración a propósito del modo de proceder de estas dos mujeres, viudas y pobres.
La primera: Para una y otra mujer, Dios es muy importante en su vida; lo más importante, el primero en su vida. Sobre todo, confían en él. Confían en Dios más que en los bienes materiales y más que en el dinero. No temen quedarse en la mayor miseria. Primero es Dios, su culto y su palabra;  su vida está en las manos de Dios.
¿Qué peso específico tiene Dios en nuestras vidas? Hoy en día, ¿Qué cuenta Dios en la conciencia de mucha gente, a la hora rezar y darle culto, de tomar decisiones, de educar a los hijos, de votar a los gobernantes, de pagar un sueldo a los trabajadores, o la contribución al estado?
La segunda consideración: Para Jesucristo, para Dios, lo que cuenta es la persona y su corazón. Dar dinero, sí, pero ¿dónde está tu corazón? ¿Dónde está tu confianza, en Dios o en el dinero? Las limosnas, sí, pero, ¿desde qué motivos? ¿Por qué contribuyes a Caritas o a Manos unidas? ¿Por vanidad? ¿Para tranquilizar tu conciencia? ¿Por qué no desestabiliza para nada tu economía? Lo que Dios quiere es que te entregues a él con todo el corazón, con todas tus fuerzas con toda tu alma. No importa tanto lo que haces, sino cómo te das tú mismo en lo que haces. Un pequeño gesto, pero delicado, puede decir mucho de lo que amas y te interesas por tu prójimo. Un regalo valioso puede ocultar el deseo que tienes de desentenderte del problema de tu hermano. Para Jesucristo, para Dios, quien importa eres tú: ¿dónde está tu corazón?
Estamos celebrando la eucaristía, ahora pasamos al altar. No olvidemos: Así nos ama Jesucristo. Él nos dice por boca del sacerdote: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros; este es el cáliz de mi sangre derramada por vosotros”. Jesucristo no sólo dio lo que tenía para vivir, dio su propia vida por nosotros; se dio a sí mismo.