domingo, 14 de mayo de 2023

DOMINGO VI DE PASCUA (A)

-Textos:

            -Hch 8, 5-8.  14-17

            -Sal 65, 1b-3a,   4-7a.  16. 20

            -1 Pe 3, 15-18

            -Jn 14, 15-21

“Le pediré al Padre que os dé otro paráclito, (abogado-defensor)”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Estamos a siete días de la ascensión definitiva del Señor a los cielos. Jesús ve a sus discípulos temerosos de quedarse solos. Jesús quiere tranquilizarlos prometiéndoles que desde el cielo les enviará el Paráclito, el Defensor, el Espíritu Santo. Y así es: en la Iglesia y en el mundo tenemos al Espíritu Santo y podemos contar con él. El Espíritu Santo rebasa los límites de la Iglesia, pero está especialmente en la Iglesia y particularmente en cada bautizado.

En los hechos de los apóstoles, San Pedro en su segundo discurso en Jerusalén, concluye con unas palabras valientes y claras, y les dice: “Conozca toda la casa de Israel que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías”. En aquel momento los oyentes, lejos de sentirse ofendidos e irritados, preguntan: “¿Qué tenemos que hacer, hermanos?”. Pedro contestó: “Que cada uno se haga bautizar en nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch 2, 38). Pedro les propone una acción sumamente importante: Bautizarse en nombre de Jesucristo, y esta acción produce dos efectos igualmente importantes: la remisión de los pecados, que convierte a los bautizados en hijos de Dios, y el don del Espíritu Santo.

El bautismo nos perdona los pecados y nos reconcilia con Dios. Consecuentemente nos hace hijos adoptivos de Dios, porque nos comunica la vida misma de Jesucristo, que es vida divina, porque Jesucristo es Hijo  de Dios.

Pero, atención: la consigna que da San Pedro, añade algo importante, dice: Y recibiréis el Espíritu Santo. Jesucristo, en el evangelio de hoy nos ha dicho refiriéndose al Espíritu Santo: “Le pediré al Padre que os dé otro Paráclito. Este abogado defensor o paráclito es en labios de Jesús, el Espíritu  Santo.

Todos sabemos que el bautismo nos hace hijos de Dios, nos da una vida nueva, vida sobrenatural. Pero no solemos tener en cuenta que el bautismo nos da también el Espíritu Santo. En los planes de Dios el Espíritu Santo es la fuerza, la energía para poder dar vigor y desarrollar la vida sobrenatural que nos hace hijos, en el Hijo de Dios, Jesucristo.

El Espíritu Santo tiene la misión de mantener en nosotros una fe viva, que no caigamos en la rutina, que no nos quedemos en vivir la fe infantil tal como la aprendimos al prepararnos para la primera comunión; que si nos trasladamos por razones de trabajo a otra ciudad o a otra nación, sepamos mantener nuestras convicciones de fe, incluso renovarlas, para seguir creyendo y practicando la misma fe, pero renovada y adaptada al nuevo ambiente en que vivo. Necesitamos la fuerza del Espíritu Santo, que es el Espíritu de Jesús para no dejarnos llevar del ambiente de abandono de la práctica de la fe en medio de un ambiente en que  se dice que la fe está pasada de moda o en el que parece que nadie cree.  El Espíritu Santo que es el Espíritu de Jesús nos ayuda a descubrir una verdadera amistad con Jesucristo, con la Virgen, con Dios, como   verdadero Padre que nos da firmeza y carácter en medio de tantos que no encuentran sentido a la vida, ni criterio para saber oponerse a lo que va contra su conciencia personal.

En estas y en otras circunstancias parecidas puede actuar el Espíritu Santo, que es el Espíritu mismo de Jesús.

Y para que veamos hasta  qué punto merece la pena invocar al Espíritu Santo, en la misa, en la eucaristía el sacerdote invoca al Espíritu Santo en los momentos más importantes de la misa: para que ocurra el milagro de la consagración del pan y del vino, y para que ocurra el milagro de  la conversión de cada uno de los que participamos en la misa en una verdadera comunidad, y en verdaderos miembros del pueblo de Dios.