domingo, 13 de marzo de 2022

DOMINGO II DE CUARESMA (C)

-Textos:

            -Gn 15, 5-12. 17-18

            -Sal 26, 1bcde. 7-9d. 13-14

            -Fil 3, 17-4,1

            -Lc 9, 28b-36

 

 “Hablaban del éxodo que Jesús había de consumar en Jerusalén”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy el evangelio nos ha presentado el milagro tan significativo y tan comentado de la Transfiguración del Señor.

En un cierto momento, el relato evangélico nos dice que estaban con Él, resplandecientes de gloria, Moisés y Elías, que hablaban del éxodo que Jesús había de consumar en Jerusalén. El éxodo de Jesús, según todos los intérpretes, significa su muerte liberadora, que iba a sufrir en Jerusalén, y su resurrección, preanunciada en este episodio de la transfiguración.

Queridos hermanos: Jesús resucitó, y los que, por el bautismo hemos sido vinculados a la muerte de Cristo, vamos a resucitar. “Porque, si hemos sido injertados con Cristo en una muerte como la suya, también compartiremos su resurrección (Rom 6, 4-5).

Esta es nuestra fe y nuestra firme esperanza: vamos a resucitar.

La guerra irracional y sin sentido que tanto dolor y muerte está provocando en Ucrania; y tantas consecuencias  sociales y económicas provoca en el resto del mundo; la pandemia del coronavirus que no acaba  de desaparecer. Estas y otras circunstancias tientan al desaliento y a la desesperanza.

Necesitamos  razones para la esperanza. La palabra de Dios nos las propone esta mañana: Pongamos los ojos del corazón fijos en Jesús. Jesús, en oración, se transfigura, y deja que brille toda la gloria divina que le corresponde por ser Hijo de Dios. Lo atestiguan los testigos mejor acreditados del Antiguo Testamento, Moisés y Elías; lo atestigua, sobre todo, Dios mismo, su Padre y Padre nuestro, a quien  le oímos decir: “Este es  mi Hijo, el Elegido, ¡escuchadle!”.

Pongamos los ojos fijos en Jesús transfigurado, Él es nuestra esperanza. Él ha marcado el camino cierto y seguro  de vida y salvación para todos. Cumplir la voluntad de Dios, amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos,  trabajar por la justicia, socorrer al necesitado, dar de comer al hambriento, perdonar, ser compasivo y  misericordioso, es el camino. Muchas veces incomprendido y hasta ridiculizado y perseguido, pero es el camino que conduce a la vida verdadera. 

Jesús nos promete un “cielo nuevo y una tierra nueva”, un mundo diferente, alternativo, un mundo transfigurado. Desde esa esperanza, creemos que es posible una sociedad donde la dignidad de la persona humana sea respetada como fundamento de las leyes y las relaciones humanas; el diálogo y no las armas  sea el instrumento para solucionar los conflictos entre los individuos y las naciones. Es posible una sociedad donde las familias puedan pensar en transmitir valores éticos y la fe en Dios.

Hoy es Dios mismo, Padre de Jesús que nos dice: “Este es  mi Hijo, el Elegido, ¡escuchadle!”.

No es un sueño, es una tarea. Y Jesucristo, no sólo en la montaña orando, sino aquí, sobre el altar, en la eucaristía, se hace presente, a fin de que pongamos manos a la tarea y mantengamos firme nuestra esperanza.