domingo, 2 de enero de 2022

DOMINGO II DE NAVIDAD

-Textos:

            -Eclo 24, 1-2. 8-12

            -Sal 147, 1-13. 19-20

            -Ef 1, 3-6. 13-18

            -Jn 1, 1-18

 “Pero a cuantos lo recibieron, le dio poder de ser hijos de Dios”/ “Para que fuéramos santos e irreprochables ante él por el amor”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Permitidme una pregunta: ¿Qué sentido tiene nuestra vida?. El Concilio Vaticano II tiene un  párrafo que debiéramos saber todos de memoria: “Cada vez son más los que plantean con una agudeza nueva las cuestiones totalmente fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos, todavía siguen subsistiendo?... ¿Qué seguirá después de esta vida terrena?... -La Iglesia cree que Cristo muerto y resucitado por todos, da al hombre luz y fuerzas.., para que pueda responder a su  máxima vocación”.

Todavía, en la liturgia de este domingo,  estamos viviendo el rescoldo de la Navidad. Y los textos que hemos escuchado plantean y responden a estos interrogantes que son de siempre y en nuestro tiempo los ha hecho el Concilio.

Dios, en Jesucristo, se ha hecho hombre, Dios ha traspasado el abismo entre lo humano y lo divino. El misterio de la Navidad nos ha recordado a todos los hombres nuestra vocación; esa voz que resuena en lo más profundo del corazón del ser humano. San Agustín dijo un pensamiento conocido por todos: “Nos hiciste, Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

Pero gracias al misterio de la Navidad, ese pensamiento adquiere un sentido mucho más pleno e ilusionante. En el prólogo de san Juan hemos escuchado: “A cuantos lo recibieron, les dio  poder de ser Hijos de Dios”. Hijos de Dios por el bautismo, hijos en el Hijo, dicen los teólogos. San Pablo lo dice mejor: “Vivo yo, pero no yo, es Cristo quien vive en mi”.

Nuestra vocación, la de todos, hombres y mujeres, es llegar a ser hijos de Dios; que la vida del Hijo de Dios, Jesucristo, transforme nuestra vida y la dirija hacia aquel objetivo, al que la voz del corazón nos llama: a ser hijos de Dios. El bautismo injerta en nosotros semillas de la vida del Hijo de Dios, Jesucristo, para que la vayamos cultivando y desarrollando  a lo largo de nuestra vida. Por eso, también, hemos escuchado hoy: Lo dice san Pablo: “(Dios) nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e irreprochables  ante él por el amor”. Nuestra vocación es Cristo.

Hermanos, somos hijos de Dios en Cristo, y la tarea de nuestra vida es el amor, “ser santos e irreprochables por el amor”.

Se dice que hay cada vez más gente que no encuentra sentido a su vida; que este mal es causa de muchos suicidios, y que este mal afecta sobre todo a los jóvenes.

El Concilio Vaticano II lo dijo muy claro: -La Iglesia cree que Cristo muerto y resucitado por todos, da al hombre luz y fuerzas.., para que pueda responder a su  máxima vocación”. Y la liturgia de la Navidad ha dicho lo mismo desde hace dos mil años: “A cuantos lo recibieron, les dio  poder de ser Hijos de Dios”. Y con san Pablo: “(Dios) nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e irreprochables  ante él por el amor”.

La pena es, pienso yo, que en estos tiempos, y en el año 2022, son muchos hombres y mujeres, adultos y jóvenes que no se hacen estas preguntas, han perdido la capacidad de hacérselas, o si les vienen al pensamiento las rechazan como inútiles e inservibles.

Sin embargo, estas preguntas son las más útiles y abren el espíritu humano para descubrir las ganas de vivir y el sentido de la vida: ¡Nuestra vocación y nuestra vida es Cristo! Merece la pena vivir, porque la tarea de la vida es amar, amar de verdad, como Cristo nos ha amado.