domingo, 27 de diciembre de 2020

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

-Textos:

       -Ge 15, 1-6; 21, 1-7

       -Sal 127, 1b-5

       -Col 3, 12-21

       -Lc 2, 22-40

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Domingo de la Sagrada Familia: la liturgia nos propone esta mañana, después de habernos acercado el día de Navidad al portal de Belén, trasladarnos a Galilea y visitar a la Sagrada Familia en su casita de Nazaret. Jesús, María y José; y Jesús, el Hijo de Dios e Hijo de María, en el centro, llenando el ambiente que se respira y dando sentido a toda la actividad que se observa en la casa.

Esa escena, que tenemos hoy delante de nosotros, una familia con Dios en medio es el mensaje.

Demos gracias a Dios si hemos tenido la gracia y el regalo de nacer, crecer y vivir en una familia donde Dios era el centro, lo primero y lo más importante. Sí, claro, la salud, el trabajo, la tarea de educación, los problemas económicos, las relaciones con los parientes, pero Dios en el centro, la luz y la referencia que regula toda la vida familiar.

No es lo mismo, es radicalmente diferente, una familia sin Dios y una familia con Dios.

Dios influye decisivamente en dos vivencias fundamentales, que tienen lugar en la vida familiar: el amor y el dolor.

En una familia cristiana se entiende el amor desde Jesucristo: amar como Cristo nos ha amado. Un amor que trata de hacer el bien, y que incluso olvidándose de sí mismo, se desvive por hacer felices a los demás. Y en amar así, intentando hacer feliz al otro, pensando más en el otro que en sí mismo, encuentra su propia felicidad. Pensar así del amor, sentir y practicar un amor así, solo es posible en una familia como la de Nazaret, en la que Dios está en el centro, por medio de Jesucristo, o viviendo por el Espíritu de Dios, los valores del evangelio.

En una familia que pone a Dios en el centro puede entender y afrontar el dolor de manera muy diferente a una familia en la que Dios y la visión cristiana de la vida no cuentan de manera efectiva.

El dolor es un misterio, hemos de luchar contra el dolor, Dios nos propone un destino donde no habrá ni llanto ni luto ni dolor sino paz y alegría sin fin.

Pero en este mundo el dolor nos sobreviene en muchos momentos y circunstancias, y si en estas situaciones contamos con Dios, es Jesús, que vivió en Nazaret, quien nos sale al encuentro en el viacrucis de la vida, nos alienta y nos da fuerzas para afrontar el dolor, como lo afrontó él: desde el amor y desde la esperanza, desde un amor extremo a los hombres y una confianza incondicional en su Padre Dios.

Sí, hermanos y hermanas: Dichosa la familia, como la familia de Nazaret, que tiene a Dios en el centro de su casa. En el amor y en el dolor Jesucristo será su luz y la familia de Nazaret su escuela.