jueves, 3 de diciembre de 2020

FESTIVIDAD DE SAN FRANCISCO JAVIER

-Textos:

       -Is 52, 7-10

       -Sal 95, 1-3; 7-8ª. 10

       -1 Co 9, 16-19. 22. 23

       -Mt 28, 16-20

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva…!

Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos…”

Esta mañana resuenan estas palabras para nosotros, para recordarnos la misión que tenemos desde que fuimos bautizados; que es la razón principal por la que hemos sido bautizados y por la que el Espíritu de Dios nos ha dado la gracia de la fe.

¡Los misioneros y misioneras de Navarra. Han escrito, sin duda, una de las páginas más hermosas, admirables y nobles de las páginas de nuestra tierra!

No trato de fomentar el orgullo de los navarros, sino para provocar una reflexión y una sobre el vigor de nuestra fe y su calidad. La fe, si se vive de verdad, es incontenible y se profesa y se proclama espontáneamente. Pidamos por nuestra fe y la fe de nuestra Iglesia.

Entonces, ¿cuál es mi paga? Precisamente dar a conocer el evangelio…”

¡Qué vigor de fe, y qué locura de amor a Jesucristo revelan estas palabras de San Pablo! Él mismo lo demuestra en las afirmaciones siguiente: “Porque siendo libre como soy me he hecho esclavo de todos. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles, me he hecho todo a todos, para ganar, como sea, a algunos. Y hago todo esto por el evangelio, para participar yo también de sus bienes”·

Es un retrato de San Pablo, pero es un retrato también de San Francisco Javier: Cantando el padrenuestro y seguido de los niños de los pueblos pobres del litoral de los puertos en la India y discutiendo de teología con los sacerdotes y nobles de Japón.

Nos salen los colores de vergüenza a la cara, ante estos ejemplos, reconociendo lo timoratos que somos hoy en día y en algunas ocasiones a la hora de declarar y proponer nuestra fe en los círculos familiares o de amigos, y ante el desafío de comportarnos como cristianos en el mundo del trabajo y de los negocios.

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva…!

Sin embargo qué alegría y que satisfacción hemos sentido cuando hemos sido capaces de anunciar el evangelio con franqueza, con respeto, pero también con libertad. Lo hemos comprobado en los misioneros y misioneras de nuestra tierra, cuando vuelven de las misiones y nos cuentan cómo trabajan o han trabajado en las tierras donde no está asentado todavía el evangelio de Jesús. Se los ve contentos de la obra que hacen o han hecho, aun en medio de dificultades que ha tenido que enfrentar. Nosotros, pienso, que tenemos también la experiencia de la alegría de confesar la fe y de proponerla a los hijos a los jóvenes y a las jóvenes, en nuestros círculos de relación y de trabajo, aun cuando no hayamos encontrado eco o incluso hayamos sentido rechazo.

Decir lo que pensamos y sentimos, cuando lo que pensamos y sentimos es que Jesucristo ha dado la vida por nosotros, que Dios es amor, que la fe en Jesucristo es garantía de vida eterna, y que el amor cristiano y el perdón es la base de la mejor convivencia entre los hombres, siempre deja en el alma la alegría y la paz de quien anuncia una buena noticia, que es nada más y nada menos que el evangelio de Jesús.