domingo, 22 de marzo de 2020

DOMINGO IV DE CUARESMA


-Textos:

       -Sam 16, 1b. 6-7. 10-13ª
       -Sal 22, 1-6
       -Ef 5, 8-14
       -Jn 9, 1-41

Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”.

Queridas hermanas benedictinas, y queridos hermanos todos:

Hoy, día 22 de Marzo, estamos casi solos en esta capilla vuestra. La tarea de contención contra el coronavirus y a la que todos tenemos que incorporarnos responsablemente, ha dado lugar a que cada uno se confine en su casa y no salga a la calle, si no es por necesidades extremas y elementales.

Actuar con escrupulosa responsabilidad, es la primera llamada que nos hace el Señor ante esta situación de pandemia mundial que estamos sufriendo.

¿Pero es solo eso lo que nos está pidiendo el Señor? Dios nos está hablando con fuerza en esta calamidad que estamos padeciendo. “Señor, ¿qué quieres tú de mí hoy y aquí? Es una pregunta pertinente que nos debemos hacer en estas circunstancias; y hacérnosla desde dentro del corazón, comprometiendo en ella toda nuestra persona, sintiéndonos responsables las autoridades competentes, ante la familia y ante Dios.

Nos está llegando información abundantísima de análisis científicos que se están haciendo y de opiniones menos científicas; también, gracias a Dios, nos están llegando invitaciones a recurrir a Dios y a rezar.

Pero los creyentes tenemos además otra fuente de información, con la que debemos conectar, e incluso de la que debemos hablar y compartir con otros, sean creyentes o no, para que conecten y alcancen a ver las cosas desde otro punto de vista.

Esta fuente de información es Jesucristo. Hoy, en el evangelio que hemos escuchado, le hemos oído decir: -“Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. La frase nos puede parecer demasiado pretenciosa, exagerada, pero no nos encontramos en las mejores condiciones para desoír y rechazar anuncios como este de Jesús.

Los fariseos se creían seguros, poseedores de la verdad, jueces capaces de decidir quién era digno de pertenecer a la comunidad y quien debería ser excluido de ella. Estos fariseos prepotentes no se enteraron de quién era Jesús y no se beneficiaron ni de su mensaje, ni de su capacidad para curar y salvar plenamente a los hombres.

Por otra parte, vemos en el evangelio al ciego de nacimiento, necesitado, mal visto y mal juzgado por los sabios fariseos, también por los discípulos de Jesús, y mal defendido por sus mismos padres. Este fue atendido y curado por Jesús, y éste llegó hasta reconocer a Jesús como Señor y Dios, y adorarlo.

El coronavirus nos está llevando a una consideración más humilde de nosotros mismos y, sin duda, más verdadera: Nos creíamos todopoderosos, autosuficientes, confiados quizás excesivamente en la ciencia y en la técnica. Dios no nos hacía falta. “Comamos y bebamos que mañana moriremos” Y ved que un virus minúsculo nos está reduciendo a una más justa dimensión de lo que somos en realidad: Criaturas limitadas y frágiles, que no dominamos la vida plenamente; personas muy dependientes de la naturaleza, del prójimo, y sí, también y, sobre todo, de Dios. “En Dios vivimos, nos movemos y existimos”, nos escribió hace dos mil años S. Pablo. El ciego pobre y humilde recibió de Jesucristo la curación y la fe. Reconoció que Jesucristo era el Señor y Dios; que Jesucristo era “La luz del mundo”.

Si desde la humildad aceptamos a Jesús como “Luz del mundo”, desde su Cruz y resurrección podremos entender la cruz de la pandemia que nos aflige; desde su acercamiento al pobre, al ciego y al marginado, podremos ver toda la profundidad y el alcance que tiene el testimonio de tantos sanitarios y otros trabajadores, que están arriesgando su vida por los enfermos infectados. Desde Jesús, “Luz del mundo”, pobre y trabajador humilde en Nazaret, podremos descubrir la necedad de tanto tiempo dedicado al devaneo, a la ostentación y al consumo superfluo; desde Jesús, humilde trabajador en la familia de Nazaret, podremos reconocer el valor de la familia, la importancia de las relaciones de amistad, la alegría de pertenecer a la clase humilde o a la clase media.

Sí, Jesús se viene hoy a nuestro encuentro y nos dice con absoluta convicción: -“Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. ¿Creemos en él o arrogantes y autosuficientes, menospreciamos su envite?