martes, 1 de enero de 2019

FIESTA DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS


-Textos:
      
        -Nu 6, 22-27
       -Sal 66, 2-3. 5-6. 8
       -Gal 4, 4-7
       -Lc 2, 16-21

María, por su parte, conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¡Feliz y próspero Año Nuevo!

Cuántas veces hemos dicho ya, y vamos a decir, esta frase a lo largo de este primero de enero de 2019. Los deseos retratan a la persona y manifiestan su calidad humana. Este buen deseo de felicidad demuestra el aprecio que tenemos de la persona a la que nos dirigimos, pero además, deja patente una faceta muy buena y muy positiva de nuestra personalidad. De todas formas el “Feliz y próspero Año Nuevo”, tan repetido hoy crea un ambiente de alegría, y deja al descubierto mucho de lo bueno que tenemos las personas. Y esto sin duda lo bendice Dios.

Pero, la liturgia que los cristianos celebramos en este primero de año nos invita en llenar de contenido precioso los buenos deseos que pronunciamos.

Hoy celebramos, “La Jornada por la paz”. Así lo estableció el papa san Pablo VI. A decir verdad, la paz no es algo que se desea, es algo que se hace. Desear la paz es comprometernos a hacer la paz y a vivir en paz.

Paz, en primer lugar, en nosotros mismos, que requiere, paz con Dios, y coherencia con nuestros principios y valores.

Paz también con los demás; con nuestra familia, amigos, compañeros de trabajo, y hermanas de comunidad, también. Hacer la paz con todos, supone pensar, si las queremos y cuánto las queremos.

Paz también a nivel global. No digamos fácilmente: “Yo poco puedo hacer para parar las guerra, o para solucionar la emigración”. Podemos dar una opinión en una conversación, aportar una ayuda a una campaña, formar parte de una asociación, que me merece toda confianza. No podemos olvidar lo que nos ha dicho también san Pablo VI: “Si quieres la paz, lucha por la justicia”.

Y dejó para el final el tema más importante de la fiesta litúrgica de hoy: Santa María Madre de Dios. María es invocada con el título de Madre de Dios tanto en la Iglesia Occidental como en la Oriental; es el título que nos lleva al núcleo central del misterio de María. Todas las demás gracias y prerrogativas de María, Dios se las regaló para hacerla, eso, Madre de Dios, Madre suya.

La imagen de María, Madre de Dios, con Jesús en los brazos, tan conocida, expresa muy bien todo el misterio que celebramos. María concibió a Jesús y lo amó como nadie lo ha amado. Su corazón inmaculado tenía todas las virtudes: era generoso, activo, fiel al servicio de Jesús desde que lo concibió y sintió en su seno, en el anonimato de Nazaret, en la manifestación de la Bodas de Caná, en el Calvario, al pie de la cruz: Nadie ha amado y ama a Jesús, como María.

Precisamente por eso, nadie mejor que María puede ofrecer su Hijo a nosotros, los hombres y mujeres de esta tierra que necesitamos a Jesucristo para llegar al cielo. María, Madre de Dios, es para nosotros Madre de todas las gracias, y la más poderosa abogada e intercesora que podemos tener ante Dios en el cielo y en la tierra.

Esta mañana, en torno al altar, más que nunca, vamos a sentir, junto a nosotros, a la Madre de Dios y Madre nuestra, María, en el acto supremo de acción de gracias que, por Jesucristo podemos hacer los cristianos, la eucaristía.