domingo, 23 de diciembre de 2018

DOMINGO IV DE ADVIENTO (C)


-Textos:

       -Mi 5, 1-4ª
       -Sal 79, 2-3.15-16.18-19
       -Heb 10, 5-10
       -Lc 1, 39-45

En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

A un día de la Navidad, estamos sin duda pensando los últimos detalles antes de que llegue la fiesta: el pescado, la carne, el turrón; cuántos, por fin, nos vamos a juntar… Pero, ¿esto es todo? ¿No nos falta ningún detalle? ¿Hemos contado con lo que nos dice la palabra de Dios, a la hora de preparar la Navidad?

La escena del Evangelio, la visita de la Virgen María a su prima Isabel, es encantadora, rezuma alegría y está llena de sabiduría. Ella, mejor que ninguna otra recomendación, nos muestra lo que de ninguna manera puede faltar en la fiesta de Navidad.

Tres consignas: la fe, la alegría y el servicio a los hermanos:

Vamos a empezar por la última frase del evangelio: “Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá”. La fe es mirar la fiesta desde la palabra de Dios. Lo que contaron los apóstoles y los primeros testigos, los que tenemos la buena suerte de escuchar en la liturgia de la Iglesia, estos relatos son los que nos llevan a la esencia y a la identidad de la fiesta. La buena mesa contenta nuestro paladar, pero sólo la Palabra de Dios, saciará el hambre y la sed de nuestro corazón. Activar nuestra fe, refrendarla escuchando la historia de lo que vivieron María e Isabel, de lo que pasó en Belén y Nazaret es lo mejor y más importante que podemos hacer en esta Navidad. Ahora, sobre todo, cómo estamos viendo que hasta el nombre de la fiesta pretenden algunos silenciar y otros se avergüenzan de pronunciar.

La alegría de la Navidad, ¿de dónde nos viene? ¿De la buena mesa, de los regalos, de la familia reunida? Hoy la palabra de Dios y la fe nos dicen que la fuente de la verdadera alegría es Jesús. “En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre”. La exclamación alborozada de Isabel nos invita a acercarnos hoy y siempre, y hoy más que nunca a María, causa de nuestra alegría, porque es ella la que nos lleva a la fuente de la verdadera alegría: Jesús, Salvador del mundo y revelador del amor y de la misericordia de Dios.

La alegría de Jesús no está reñida, todo lo contrario, está dando fondo, alma y consistencia a las alegrías de una comida especial, a la armonía de la reunión familiar, a las visitas y a los saludos que refuerzan la amistad de nuestras relaciones personales. Sí, desde Jesús nuestras alegrías se llenan de alma y sentido, y no nos dejan ni vacío ni tristeza.

Finalmente el servicio de amor al prójimo. Dice el evangelio: “En aquellos mismos día, María se levantó y se puso en camino de prisa hacía la montaña”. Es decir, María, corre a casa de su prima para compartir las alegrías mutuas y ayudar a Isabel, embarazada ya de seis meses.

Si tenemos la dicha y el privilegio de poder celebrar las fiestas de Navidad en la fe y en la armonía familiar, no podemos dejar de pensar en tantos hombres y mujeres, familias enteras que no tienen posibilidad de disfrutar de estos dones preciosos de Dios.

Cáritas nos pide, sí, pero Cáritas nos hace un gran favor al invitarnos a servir y a compartir alimentos, dinero, salud, familia, amistad, tatos bienes que tenemos, ofrecerlos y compartirlos con tantos prójimos, hermanos nuestros, personas como nosotros, pero que carecen de ellos. María se puso en camino y fue aprisa a la montaña.

Fe, alegría de Jesús, servir y compartir: ¿Cómo preparamos la Navidad?