domingo, 2 de diciembre de 2018

DOMINGO I DE ADVIENTO (C)


-Textos:
       
       -Jer 33, 14-16
       -Sal 24, 4-5.8-9.14
       -Tes 3, 13-4,2
       -Lc 21, 15-28. 34-36

Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Primer domingo del santo tiempo de Adviento; tiempo que activa el suspiro más hondo del alma humana: “Mi alma tiene sed de Dios, ¿cuándo llegaré a ver su rostro?” (Sal 42).

El adviento es también tiempo de esperanza. Hemos escuchado en la primera lectura: “Ya llegan días -oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá”.

No podemos vivir sin esperanza. La esperanza de sanar aumenta en muchos enfermos las posibilidades de alcanzar la salud, nos comunica ánimos y temple para seguir trabajando aunque no veamos los frutos, y luchando por conseguir el sueño y los proyectos que nos hemos propuesto.

Pero, a veces, las circunstancias y las dificultades son muy grandes y nos desanimamos y se debilita nuestra esperanza.

La fe en Jesucristo genera en nosotros una esperanza que no sucumbe por grandes que sean los obstáculos y las contrariedades que asaltan nuestra vida. El adviento, que nos prepara a la Navidad, es también tiempo propicio para reanimar nuestra esperanza.

La esperanza cristiana surge de la promesa de Jesucristo: “Entonces veréis al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria”. Esta es la promesa firme que escuchamos de labios de Jesús en el evangelio de hoy: La venida salvadora del Señor no es, como imaginan algunos, un fin del mundo catastrófico, sino es el retorno del Señor resucitado, vencedor de la muerte y del pecado, que reconstruye la creación según el proyecto inicial de Dios, es la victoria definitiva de su Espíritu de amor, de justicia, de confianza, de paz; la realización plena de la historia de salvación.

Esta es la promesa firme que escuchamos hoy de labios de Jesús, que afianza nuestra esperanza, porque es promesa de Jesús, que merece toda confianza. Porque Jesucristo es fiel y cumple lo que promete. Jesucristo es el “sí” de Dios a los hombres. San Pablo dice en una de sus cartas: “Sé de quién me he fiado”(2 Tim 1,12).

Que no hay vocaciones, que las generaciones jóvenes, en muchos casos, se desentienden de la fe de los mayores, que hay grupos políticos que quieren eliminar la educación cristiana de los centros educativos… Nada de esto nos desalienta. “Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”.

Nuestra esperanza se asienta en la promesa de Jesús, que dio la vida por nosotros, murió, resucitó y nos dejó el Espíritu Santo, y la Iglesia, y los sacramentos, y su Evangelio.

No vivimos de lo que dicen algunos voceros especialistas en acaparar los titulares de los medios de comunicación, nuestra esperanza se alimenta de la Palabra de Dios y de las promesas de Jesús.

Entonces, ¿qué podemos hacer en este adviento, para ganar en esperanza?

Dos prácticas me atrevo a proponeros: Practicar la caridad y escuchar la palabra de Dios, la oración: “Que el Señor Jesús os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos…, de modo que os presentéis ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables en la venida del Señor Jesús con todos sus santos”. “Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida… Estad pues despiertos”, es decir, en oración: “A ti, Señor, levanto mi alma”, hemos cantado.

Comencemos bien el Adviento, vengamos a la eucaristía.