domingo, 15 de octubre de 2017

DOMINGO XXVIII, T.O. (A)

-Textos:

       -Is 25, 6-10ª
       -Sal 22, 1-6
       -Flp 4, 12-14. 19-20
       -Mt 22, 1-14

“… todo está a punto. Venid a la boda”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy estamos de boda. El Señor Jesús nos dice en el evangelio: “Venid a la boda”.

Es muy frecuente en el Antiguo Testamento, y Jesús, sigue esta tradición, asemejar el Reino de Dios prometido a unas bodas o a un banquete de bodas.

No nos es nada fácil imaginar cómo será el cielo que esperamos y al que estamos todos destinados. Isaías en la primera lectura habla de que, cuando llegue el cumplimiento de las promesas, “el Señor preparará para todos los pueblos…, un festín de majares suculentos, un festín de vinos de solera, manjares enjundiosos, vinos generosos…”.

Jesús, en el evangelio de hoy nos dice expresamente que “el Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo”.Dios quiere y tiene preparado para nosotros un destino feliz.

Hoy en día, parece que mucha gente ya no piensa, ni quiere pensar en el cielo, no quiere pensar en el más allá de la muerte, cree que se vive mejor y más despreocupadamente. Pensar en el más allá asusta y complica la vida.

Mucha gente está muy lejos de pensar que Dios tiene preparado para todos los hombres un destino feliz; con una felicidad difícil de imaginar, que sólo Dios puede dar y quiere dar. Dios que nos creó porque nos amó; que nos dio a su propio Hijo, Jesucristo, el cual dio la vida para enseñarnos el camino de la verdadera felicidad; Dios, Padre de misericordia, puesto a organizar una boda y una fiesta para esa boda, ¿qué no será capaz de hacer y de preparar para colmarnos de felicidad y de alegría?

Antes de terminar, dejadme presentaros otro mensaje que está en el fondo de esta parábola que nos propone hoy Jesús. Porque habla de unos invitados que rechazan la invitación y de otros que sí la aceptan y entran al banquete.

Aquí el banquete representa al Reino de Dios, no en el más allá de la muerte, sino tal como está empezando a implantarse en este mundo.

Los que entran al banquete son los que seguimos a Jesucristo y lo tomamos a Él como “camino, verdad y vida” para nuestra vida, aquí en este mundo. ¡Qué suerte tenemos y cuantas gracias hemos de dar a Dios por haber entrado al banquete de la fe en Jesucristo, por ser cristianos y tener como alma de nuestro proyecto de vida el espíritu del evangelio!

Pero Jesús termina su catequesis dándonos a nosotros precisamente una advertencia muy importante: Al banquete de las bodas del Reino de Dios en este mundo no se puede ir de cualquier manera, hay que llevar un traje apropiado. ¿Cuál es este traje? El traje es nuestra conducta, la que corresponde a un cristiano de verdad, un cristiano que vive y practica el Evangelio de manera radical y coherente.

Hemos hablado de muchos que no creen en la vida eterna y no quieren pensar en ella. ¿Por qué será? Nosotros, cristianos, bautizados, miembros de la Iglesia, la Esposa del Señor, los que hemos aceptado la invitación, ¿mostramos la alegría propia de un invitado a bodas tan importantes? ¿Damos razón de la esperanza que nos anima? O, quizás, todo lo contrario, ¿escandalizamos con nuestra manera incoherente de vivir la fe?


Hermanas y hermanos todos: Para que podamos portarnos como invitados dignos y vivir una vida a la altura de nuestra vocación y de nuestra esperanza, Jesús, hoy y ahora, nos invita al banquete de la eucaristía, que es de manera real, prenda y anticipo del banquete futuro del cielo.