domingo, 10 de septiembre de 2017

DOMINGO XXIII, T.O. (A)

-Textos:

       -Ez 33, 7-9
       -Sal 94, 1-2.6-9
       -Ro 13, 8-10
       -Mt 18, 15-20

Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

La corrección fraterna, es decir, advertir al hermano del daño moral que está haciendo a los hermanos o se está haciendo a sí mismo, ayudarle a mejorar su conducta, levantarle el ánimo para que recupere la alegría de vivir la fe y se incorpore con entusiasmo a participar en los trabajos por extender el evangelio, es una acción, que, cuando se ve necesaria, debería ejercitarse con normalidad entre los cristianos miembros de la comunidad de seguidores de Jesús.

La práctica de la corrección fraterna es exponente del nivel de fe, de esperanza y de caridad que vive una comunidad cristiana. Pero no es fácil hacerla, y tampoco es frecuente.

La fe cristiana genera comunidad y nos incorpora a la familia de los hijos de Dios. No se puede ser cristiano sin sentirse hermano de todos los que creen en Jesús y siguen a Jesús. El bautismo nos hace hijos de Dios en Jesucristo y por lo tanto, hermanos de todos los que como nosotros son hijos de Dios. “Una fe, un bautismo, un Dios, Padre de todos”, nos dice san Pablo. Todos formamos un solo Cuerpo, el cuerpo místico de Cristo, pues, todos participamos de un mismo pan, la eucaristía.

Nosotros mismos no somos suficientemente conscientes de lo que es una comunidad cristiana. Contamos con la presencia de Jesús resucitado en medio de nosotros: “Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Contamos con la fuerza del Espíritu Santo que actúa en la Iglesia para que ésta pueda “atar y desatar en la tierra”, es decir, perdonar los pecados y juzgar los que es conforme al evangelio de Jesús. Contamos con la palabra de Dios animada por el Espíritu y que escuchamos reunidos en la asamblea o solos en la oración.

En estas riquezas de la Iglesia y de las comunidades que componemos la Iglesia se fundamenta la eficacia de la ayuda y la corrección fraterna.

No somos cristianos por libre. A Jesús solo se le sigue en comunidad. El individualismo radical de nuestra cultura no forma parte de la cultura cristiana. Respeto a la conciencia y la intimidad de cada uno sí, pero palabra amiga, de fe, y de caridad, que advierte al hermano del error o del camino que le lleva a su desgracia, también.

El papa Francisco, ahora en Colombia, ha dicho en otra ocasión: “A los cristianos de todas las comunidades del mundo, quiero pediros especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractiva y resplandeciente. Que todos puedan admirar cómo os cuidáis unos de otros, cómo os dais aliento mutuamente y como os acompañáis: “En esto conocerán que sois mis discípulos, en el amor que os tengáis unos a otros”.

Ante estas palabras de nuestro papa Francisco en su encíclica, “la alegría del evangelio”, podemos hacernos muchas preguntas nosotros los que por ser bautizados somos miembros de la Iglesia, y nos sentimos convocados cada domingo a participar como miembros de la comunidad en la eucaristía: ¿Participar en la comunidad eucarística me despierta la responsabilidad de ayudar a fortalecer en la fe, a mis prójimos también creyentes y hermanos en la fe?

Las hermanas benedictinas lo saben muy bien. En la tradición monástica ha sido un empeño continuo practicar la corrección fraterna. No es fácil, lo sabéis muy bien. Requiere sobre todo amor verdadero, respeto, prudencia, delicadeza y humildad, un clima comunitario donde se vive la Confianza en Dios y en la fuerza del Espíritu Santo.

Pero así, en este intento de vivir la comunidad monástica como comunidad cristiana, os convertís en testimonio y profecía en la Iglesia para todos los cristianos.

Monjas, monjes, consagrados y seglares, la comunidad cristiana, la Iglesia entera nos sentimos interpelados para que se pueda decirse de nosotros hoy, lo que los paganos decían de los primeros cristianos: “Mirad cómo se aman”.