domingo, 3 de septiembre de 2017

DOMINGO XXII, T.O. (A)

-Textos:

       -Jer 20, 7-9
       -Sal 62, 2-6.8-9
       -Ro 12, 1-2
       -Mt 16, 21-27

-“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?

Queridas hermanas benedictinas, queridos hermanos todos:

Este pensamiento, propuesto por san Ignacio de Loyola a san Francisco Javier, cambió la vida de nuestro santo y lo convirtió de ambicioso universitario en misionero universal.

Este mismo pensamiento nos propone hoy Jesús a cada uno de nosotros:

-“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?

Niños y adolescentes vuelven al colegio, los jóvenes comienzan la universidad, poca gente queda que no hay gastado sus vacaciones, todos volvemos con mejor o peor ánimo a la vida ordinaria: y aquí, en la eucaristía del domingo, Jesús nos sale al encuentro para hacernos esta consideración: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?

Merece la pena que hoy y con frecuencia nos paremos a pensar delante de Dios y hagamos oración. Porque de la respuesta que demos a esta pregunta depende en gran medida nuestra felicidad.

Cierto que vivimos en este mundo y es necesario que trabajemos y luchemos por conseguir aquellos bienes materiales, alimentos, vestidos, y otros como la salud, el trabajo, y la preparación profesional, gozar de cierta estima de los demás, vivir con cierta holgura, y cierta seguridad para el futuro.

Pero a menudo sucede que estos bienes, que son condiciones razonables y medios para vivir bien, se convierten en objetivos absolutos que nos absorben y no nos dejan vivir.
Nos dejamos llevar de lo que piden los sentidos, y olvidamos los valores y las virtudes espirituales: Hacer de nuestros hijos hombres y mujeres de bien, cuidar y crecer en el amor y en la convivencia matrimonial, mantener la palabra dada, tratar con respeto a toda las personas, orar y escuchar la palabra de Dios, para formar mi conciencia en vez de dejarme llevar de lo que hacen y piensan la mayoría…, en una palabra, cumplir los mandamientos y vivir según la voluntad de Dios. Todo esto nos hace felices, incluso, aun cuando nos ocasionan sacrificios y sufrimientos.

Hermanos y hermanas, los bienes materiales de este mundo, se quedan en este mundo. El dinero, el coche, el prestigio no está a la medida de nuestro corazón. A la medida de nuestro corazón están las personas, está Dios. “Nos hiciste Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?

Comienza septiembre y nos enfrentamos de nuevo al desafío de la vida diaria. No tengamos miedo. El evangelio de hoy, además de darnos frase para pensar, nos hace una invitación: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”.


Dejar en segundo plano los valores materiales, y renunciar a los estímulos y a los modos de vida de una sociedad materialista, es difícil y requiere esfuerzos y sacrificios; no es lo que se lleva. Pero no estamos solos. Contamos con Jesucristo. Él nos llama y nos invita a seguirle. Él cuenta con nosotros y va el primero. San Pablo en la segunda lectura nos da ánimos, y nos dice: “No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto”.