viernes, 14 de abril de 2017

VIERNES SANTO (A)

-Textos:

       -Is 52, 13-53, 12
       -Sal 30, 2.6.12-17.25
       -Hb 4, 14-16; 5, 7-9
       -Jn 18, 1-19, 48

Todo está cumplido”

Hermanas, hermanos todos: Viernes Santo, silencio, ha muerto el Señor.

Pero Jesucristo crucificado es el Verbo de Dios, es la Palabra de Dios. El silencio de Cristo crucificado es silencio que habla, silencio elocuente.

Contemplemos primero, dos diálogos: Jesús es interrogado por Pilato: ¿“Conque tú eres rey”? Jesús, sabe que se juega la vida, pero confiesa paladinamente su identidad: "Sí, soy Rey. Para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad". Otro diálogo: Pedro es interrogado por una mujer, la portera del pretorio: -“¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?”. Pedro oculta su identidad, responde falsamente: “No lo soy”.

Hermanos, ¿damos la cara por Cristo? ¿Ocultamos nuestro bautismo? ¿Disimulamos nuestra identidad cristiana?

Sin embargo, el mal y el pecado son mucho más atrevidos y se manifiestan en el mundo sin vergüenza ninguna: “Queréis que os suelte al rey de los judíos? –“A ese, no, a Barrabas”. Muchos de los que gritaban de esta manera, sin duda, habrían visto a Jesús que pasaba haciendo el bien, expulsando demonios y curando a los enfermos. ¡Qué fácilmente prende el mal en los corazones débiles; y cuánta habilidad manifiesta para hacer daño y pervertir la conciencia, cuando prende en el corazón de los malvados!

Ayer por la tarde, no sé si en la misma catedral derruida por el atentado, se sentaban con nosotros y como nosotros, en la mesa de la Cena del Señor, hermanos nuestros coptos, llenos de fe, pero con el corazón sangrante todavía por el dolor de los hermanos que el domingo de Ramos habían muerto víctimas de la locura terrorista. La fuerza del mal y del pecado: ¡Somos familia de mártires! ¿Caemos suficientemente en la cuenta?

Pero al fin, hermanos, el Verbo de Dios crucificado interrumpe el silencio y nos habla.

Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Esa mujer es María, ese hijo soy yo; esa mujer es la Iglesia, con mayúsculas, ese hijo soy yo. “Hijo, ahí tienes a tu Madre”. ¡María es Madre mía! ¡la Iglesia es Madre mía! Guardemos silencio, no puede ser más elocuente.

Y sigue Jesús: “Tengo sed”; Tengo sed de ti. Santa Teresa de Calcuta oyó esta voz contemplando al Crucificado y se lanzó a recoger en sus brazos a todos los pobres del mundo.

Todavía, guardemos silencio, la última palabra de Jesús: “Todo está cumplido”. A los ojos de los hombres todo es un fracaso. A los ojos del Padre Dios, todo está cumplido. Todo: porque he cumplido con la máxima perfección la voluntad de Dios; todo, porque he amado a todos los hombres hasta el extremo, hasta dar la vida por ellos.

Aquí está el secreto y la sabiduría de la cruz: En el más cruel e ignominioso de los delitos humanos, resplandece la máxima revelación del amor divino.


Que el Espíritu Santo que nos entregas al expirar tu último aliento nos conceda la gracia de encontrar en lo hondo de nuestro espíritu y en el silencio de la fe la Palabra encarnada que vence al miedo y al pecado, que enamora mi vida e ilumina mi sendero.