domingo, 15 de enero de 2017

DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

Textos:

       -Is 49,3.5-6
       -Sal 39,2.4.7-10
       -1Cor 1,1-3
       -Jn 1,29-34

Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

San Juan el Bautista, el que prepara los caminos del Señor, nos presenta también al Señor. Y nos lo presenta con este nombre: “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
El pecado está presente y actúa con una fuerza enorme en el mundo. Nosotros reconocemos que el pecado existe y actúa en muchos casos a sus anchas porque hay muchos que no quieren reconocerlo y no se defienden de él.

En el origen de muchos de los males y sufrimientos que afectan a esta humanidad nuestra está el pecado. Las guerras, las migraciones, los refugiados… tienen como una de las causa principales el pecado. O los pecados de muchos que anteponen el afán del dinero, la ambición de poder, el prestigio y la voluntad de dominar, por encima de los límites de la justicia, la dignidad de la persona, y del respeto a los mandamientos de Dios. El pecado deshumaniza. Podéis leer la enjundiosa Carta que nos ha escrito nuestro Señor Arzobispo en “La Verdad”, esta semana.

También nosotros contribuimos a que el pecado reine en el mundo. Posiblemente, en una medida no muy grande, pero real y verdadera: Cuando contestamos en mal tono, porque nos dejamos llevar de la impaciencia; cuando podemos hacer un favor y nos excusamos por comodidad; cuando asentimos a lo negativo que se dice de una persona solo por ir al hilo de la conversación…

El pecado existe, ya lo creo, y su fuerza consiste en la acumulación de los pecados personales de cada uno de nosotros.

Jesucristo es el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” Porque donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Es decir, la gracia de Dios, la misericordia de Dios, el amor de Dios, que son mucho más fuertes que los pecados de todos los hombres, se han manifestado en Cristo Jesús.

El Bautista, hoy en el evangelio, además de decirnos que Jesucristo es el Cordero de Dios, nos dice, que Jesucristo tiene el Espíritu de Dios, y por fin, en la cumbre de la revelación, dice que Jesucristo es el Hijo de Dios: “Yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”, termina diciendo.

Por eso, en Jesús y con Jesús nosotros podemos vencer toda tentación y evitar todo pecado; en Jesús y con Jesús nosotros podemos vivir la esperanza de que nuestros pecados pueden ser perdonados, por grandes que sean.

Cada vez que venimos a misa, no sé si ponemos suficiente atención, en la última parte, cuando nos preparamos para la comunión, en dos momentos aludimos al Cordero de Dios: Cuando después de la paz, repetimos tres veces: “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros”, y en la tercera, “Danos la paz”; y enseguida, cuando el sacerdote invita a comulgar, nos dice solemnemente: “Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.


Cuando comulgamos, recibimos al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”: Él nos da fuerza para vencer toda tentación y vivir permanentemente la gracia de Dios.