viernes, 25 de diciembre de 2015

NAVIDAD, 2015

 
Lecturas:

            -Is 52, 7-10

            -Heb 1, 1-6

            -Jn 1, 1-18

-El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros”
¡Feliz Navidad, hermanas y hermanos todos!

Feliz Navidad, hermanos, porque al participar en la liturgia propia de esta gran fiesta, nos acercamos a la fuente que genera felicidad y bebemos realmente de ella.
En estos tiempos, mejor que en tiempos pasados, tomas conciencia de la gracia que es celebrar la Navidad religiosamente y cristianamente a través de la liturgia de la Iglesia y participando en la eucaristía.  Ahora, que convivimos con gentes y también autoridades públicas, que pretenden celebrar comuniones civiles sin comulgar con Cristo, bautismos sociales sin bautizar, y los Reyes Magos con “magas”, ahora, nos damos cuenta cuántas gracias tenemos que dar a Dios de haber venido a la eucaristía, para vivir a fondo y realmente el misterio de esta fiesta, cuya fuerza transformadora se manifiesta en la cultura y civilización cristiana  que ha creado y en la  extensión universal , incluso en ámbitos no cristianos, que ha alcanzado.

¿Dónde  reside el secreto de la fuerza transformante que encierra el misterio de la Navidad? La celebración de la Navidad es una manifestación máxima del amor y de la misericordia de Dios a los hombres.
La Navidad nos revela la fidelidad y la misericordia de Dios Padre: Estábamos perdidos, habíamos desobedecido a Dios, y Dios, lejos de abandonarnos,  se compromete a salvarnos, y envía a su propio Hijo para salvarnos.

La Navidad nos revela el amor del Hijo de Dios, Palabra cabal del Padre, que no hace alarde de su condición divina y ,por  salvar a los hombres, se humilló a sí mismo hasta la muerte y muerte de cruz.
La Navidad nos revela el amor del Espíritu Santo, que inunda de gracia a María, para que pueda ser  virgen y madre a la vez; el Espíritu santo manifiesta también su amor en la  luz de fe y de gracia que despliega sobre los pastores, y en Ana y en Simeón, y en las gentes humildes que contemplan al Niño en brazos de María, y en los Magos que vienen del extranjero, para que descubra en un niño pequeño a Dios, en una  pobre e indigente criatura, al Salvador del mundo.

Pero el misterio de la Navidad es, además, revelación, que explica con hechos elocuentes, la grandeza y la dignidad del hombre.
Dios, queridos hermanos, ha considerado que merece la pena para él hacerse uno de nosotros, y enviarnos a su Hijo que nos  enseñe el camino de la verdad y la justicia, y que, incluso dé la vida por nosotros.

Somos mortales y pecadores, pero a los ojos de Dios somos muy dignos de ser amados, y respetados, y salvados.
La Navidad, además, nos anuncia que podemos llegar a ser hijos de Dios, partícipes por el bautismo, de la misma vida del Hijo de Dios, Jesucristo. Y si nuestro corazón herido por el pecado está inclinado al mal, por el bautismo se nos injerta la vida misma de este Niño inocente de Belén, que tiene y nos proporciona gracia divina, para que practiquemos el bien. Los bautismos civiles, ¡qué esperpento y cuánta ignorancia!; ¡los bautizados que abandona la Iglesia, qué dolor y cuánto se pierden!

El Hijo de Dios se hace hombre, para que los hombres podemos llegar a ser hijos de Dios. Este es el secreto de la fuerza transformadora de la Navidad, que ha dado lugar a tantos mártires y santos, y que ha sido capaz de transformar una civilización, que ahora dolorosamente vemos que se desdice de sí misma.
Pero nosotros, los que hemos contemplado su gloria,  celebramos la Navidad y participamos de la eucaristía, para recibir la gracia que brota de la cuna de Belén y continuar anunciando a este mundo que la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo