domingo, 2 de octubre de 2022

DOMINGO XXVII T.O. (C)

-Textos:

            -Hab 1, 2-3; 2, 2-4

            -Sal 94, 1-2. 6-9

            -2 Tim 1, 6-8. 13-14

            -Lc 17, 5-10

 “Auméntanos la fe”.

 “Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos”:

La fe, queridos hermanos crece o decrece, aumenta o disminuye y se agota. La fe es un don de Dios, una gracia, una energía, que se desarrolla, da sentido a la vida, e ilumina. 

La fe en Dios, en Jesucristo, en las verdades que emanan de lo que Jesucristo nos enseñó con sus palabras, su ejemplo de vida, y que ahora recibimos en la Iglesia, es un don de  Dios y la más preciosa herencia que recibimos y podemos transmitir. Por eso, tenemos que cuidarla, cultivarla y acrecentarla. Si no, el tesoro precioso de la fe se debilita y acaba perdiéndose.

No sé si apreciamos debidamente el gran tesoro de la fe: la fe cambia la manera de vivir, de pensar y de reaccionar ante las circunstancias de la vida: a la hora de tomar unas decisiones u otras sobre la profesión, el trabajo, el dinero, la salud. No es lo mismo  pensar que vivimos para siempre y que, como criaturas humanas, somos seres para la eternidad, que pensar que todo se acaba, cuando, más tarde o más temprano, nos morimos.

La fe cristiana, cuando es viva, activa, cuando cuenta de verdad en nuestra vida, nos hacer reaccionar de manera muy distinta ante el dolor, la enfermedad o la desgracia imprevista. Pero, sobre todo, la fe nos ayuda a vivir en una relación personal  de amistad con Dios, con Jesucristo, con  la Virgen y los santos. La fe nos enriquece nuestra vida afectiva, nos descubre y nos hace sentir la amistad con Dios.

La fe en Dios fomenta y potencia el amor al prójimo. Fomenta la caridad y la solidaridad. Mi prójimo no es mi rival, sino mi hermano. Para crecer en el amor es sumamente conveniente, incluso necesaria, la fe. Y para crecer en la fe es, necesario practicar la caridad, la misericordia, la solidaridad, la justicia y todas las virtudes.

Este impulso que da la fe hacia la caridad y hacia la práctica del deber y del bien no nace primeramente de nuestros buenos sentimientos, sino del corazón de Dios. Dios es amor y es el sembrador del amor en el campo de nuestro corazón. Pero además, sí, nuestra fe tiene que ser activa. Pide y mueve la voluntad para practicar, la verdad, la justicia, la piedad y la oración. Nos da serenidad y firmeza para manifestar, cuando es oportuno o necesario que somos creyentes y queremos cumplir en  todo la voluntad de Dios.

Los cristianos, verdaderamente creyentes somos todos llamados y urgidos por Jesucristo a trasmitir la fe que hemos recibido. Debemos pensar que  trasmitir la fe a nuestros hijos y a las generaciones jóvenes merece mayor empeño y más dedicación que tratar de darles unos estudios y prepararlos profesionalmente. Todo es importante, pero los estudios son solo para esta vida, la fe es para saber vivir en esta vida y para alcanzar la vida eterna.

La Iglesia nos enseña que la fe es don de Dios, y que hay que pedirla en la oración, en la práctica de los sacramentos, sobre todo, en la eucaristía de cada domingo o diaria.