domingo, 19 de junio de 2022

FIESTA DEL CUERPO Y DE LA SANGRE DE JESUCRISTO

-Textos:

            -Gn 14, 18-20

            -Sal 102, 1b-4

            -1 Co 11, 23-36

            -Lc 9, 11b-17

 Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

La fiesta del “Corpus Christi” pone el acento no tanto en la celebración de la eucaristía, de la misa,  como  en su prolongación: la presencia permanente con nosotros del Señor eucarístico, como alimento disponible para los enfermos, y como signo sacramental continuado de su presencia en nuestras vidas, (Aldazabal).

 Esta presencia real, permanente y continuada de Jesucristo en la eucaristía nos atrae, y provoca en nosotros dos actitudes, dos disposiciones profundamente humanas y profundamente religiosas: la adoración y el compromiso.

La adoración es un gesto humano  que implica a la persona enteramente. Adorar a Dios por amor, reconociendo  que somos criaturas y que Dios es nuestro creador y nuestro Padre amoroso y providente, es el gesto que mejor expresa nuestra identidad como personas humanas y como creyentes. El gesto que mejor responde a nuestra vocación, que mejor despliega el sentido de nuestra vida y que mejor nos dispone para nuestra misión en el mundo. Somos criaturas limitadas, pero criaturas de Dios y también hijos de Dios. Todo esto decimos cuando consciente y sinceramente nos arrodillamos ante  el Santísimo Sacramento, nos inclinamos o nos postramos y adoramos.

Para que en nosotros surja con convicción y con afecto el gesto de adoración es necesario  admirar y dejarnos impactar por el misterio que queda patente y expuesto en  la presencia real de Jesucristo eucaristía.

Solo un detalle: Jesucristo en la Última Cena, en una situación extremadamente angustiosa y dolorosa: Sabía que Judas estaba preparando el modo de entregarlo a los que buscaban para él la sentencia de muerte. “Yo os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”. En esta situación crítica: “Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo”, y dijo: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”. El misterio de la eucaristía es un misterio de amor  nacido precisamente en una noche oscura de odio y de traición.

¡Cuánto amor podemos descubrir mirando al sagrario  o contemplando al Santísimo Expuesto sobre la custodia!

Pero el evangelio que hoy la Iglesia nos invita a escuchar y meditar es el de la “Multiplicación de los panes y los peces”. Un milagro clamoroso de Jesús, que los mismos evangelistas nos lo cuentan haciendo  alusiones a la eucaristía celebrada por Jesús en la Última Cena; alusiones que desvelan el significado de la eucaristía. Ante una muchedumbre necesitada y hambrienta, Jesús dice a los discípulos: “Dadles vosotros de comer”,  y acepta una pequeña aportación humana y humilde: cinco panes y dos peces.

La eucaristía,  en la voluntad de Jesús, es para todos los hambrientos, todos los necesitados de cualquier necesidad. Y además, el repartir y compartir la eucaristía es una labor, una misión que Jesús pide y encomienda a sus discípulos, a nosotros, bautizados y comprometidos a seguirle. Comulgar en la misa nos compromete a abrirnos al hermano, compartir nuestros bienes y ayudarlos a la medida de nuestras posibilidades.

La eucaristía manifiesta plenamente su misterio y su virtualidad en la celebración de la misa. Pero ya hemos visto que el amor de Jesús le lleva a que podamos prolongar su virtualidad y sus beneficios, al adorarle más allá de la misa.

Hoy festividad del corpus Christi podemos y seremos afortunados si honramos y disfrutamos de la eucaristía en una y otra manifestación; las dos queridas y dispuestas por Jesús.