domingo, 5 de diciembre de 2021

DOMINGO II DE ADVIENTO (C)

-Textos:

         -Ba 5, 1-9

         -Sal 125, 1b-6

         -Fil 1, 4-6. 8-11

         -Lc 3, 1-6

 “Preparad el camino al Señor”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¡Qué deseable y qué entrañable es el tiempo de adviento! Estamos llenos de deseos, de deseos y de insatisfacciones, de deseos insatisfechos. Y qué gracia tan grande es la que se nos ha dado, al menos a todos los que estamos aquí: desear que venga el Señor; que venga  a nuestro corazón, a nuestra familia, a nuestra comunidad.

Estos días, cuántos miles de desplazamientos, de la ciudad al campo, a la playa, a las casas rurales, a los hoteles; salir, salir, salir de nosotros mismos, de nuestras ocupaciones, de  nuestra preocupaciones, dejar de lado nuestros miedos a la pandemia, nuestras angustias por el encarecimiento de los gastos y la penuria de los ingresos… Es natural buscar estas salidas, y dichosos los que pueden hacerlas y vuelven más descansados y sin lamentar ninguna desgracia. Es el puente de la Constitución o de la Inmaculada.

A nosotros se nos ha concedido la gracia de desear vivir el adviento, esperar que el Señor vuelva, que venga a nuestro corazón, a nuestra familia, a nuestra comunidad.

No es incompatible la salida buscando descanso, y el adviento cristiano suspirando y pidiendo que venga el Señor. “Una voz grita en el desierto: Preparad el camino al Señor, allanad su sendero”.        

Las salidas y los cambios de ambiente pueden sernos beneficiosos, pero son pasajeros, si logramos que en este tiempo de adviento y navidad  quedemos más llenos de Dios y crecemos en el amor y en la virtud, esta gracia es duradera, no se pasa fácilmente porque es gracia que responde a deseos del corazón, y se posa en fondos profundos del espíritu humano: “Nos hiciste, Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto  hasta que descanse en ti”.

Ojalá, queridos hermanos, ojalá que todos los que salen y viajan para pasar el largo puente de la Inmaculada y los que nos quedamos en casa: todos los que formamos parte del pueblo de Dios, escuchemos la voz del Señor y supliquemos con todas las fuerzas que venga el Señor Jesucristo, a cada uno de nosotros y a nuestro mundo; que no nos quedemos solo en salir de viaje, en comprar regalos y calcular los gastos de las comidas y cenas que podemos hacer en esta navidad.

Y aquí estáis vosotras queridas hermanas benedictinas, desde vuestra vida contemplativa y vuestra vocación orante abriendo los ojos de la fe a todos cuantos venimos a celebrar el domingo en vuestra casa, y a toda la gente que sabe de vuestra vida, para decir cuál es la verdadera sed que todos sentimos, y los verdaderos deseos y aspiraciones a los que debemos hacer caso: “Una voz grita en el desierto: Preparad el camino al Señor, allanad su sendero”.

Y si alguno de nosotros quiere vivir el adviento y pregunta qué tengo que hacer, decidle, hermanas, y yo también tengo el deber de decirle, lo que san Pablo nos dice hoy en su Carta:  “Que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y sensibilidad para apreciar los valores”. Es decir, para  apreciar y buscar los valores verdaderos, los que Jesucristo propone en el evangelio: tales como la bondad, la justicia, la misericordia, la cercanía al marginado, la generosidad, el desprendimiento, la gratuidad”.

Y por supuesto, compartir en fe y en amor la eucaristía