domingo, 7 de febrero de 2021

DOMINGO V T.O.(B)

-Textos:

       -Job 7, 1-4. 6-7

       -Sal 146, 1b-6

       -1 Co 9, 16-19. 22-23

       -Mc 1, 29-39

Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

El evangelio de hoy nos presenta a Jesús curando a una mujer enferma, a la suegra de Simón Pedro, su amigo y discípulo incondicional.

En la primera lectura hemos escuchado los lamentos de Job, un hombre, hasta ese momento rico, poderoso y feliz, que de repente se ve pobre, enfermo, atacado por la lepra, y desposeído de todos sus bienes. “Corren mis días más que una lanzadera, se van consumiendo faltos de esperanza”.

Nosotros, lo que hemos venido a esta eucaristía dominical, no nos encontramos envueltos en una pandemia, que si no nos ha atacado ya personalmente debilitando nuestra salud, sí nos tiene apesadumbrados por las nuevas situaciones molestas, y a veces dolorosas y trágicas, a las que nos está sometiendo en todos los órdenes de vida, especialmente en las relaciones personales.

Jesús venía de la sinagoga de predicar el evangelio, expulsar demonios y curar enfermos, entra en casa de su amigo y discípulo, Simón Pedro, y encuentra a la suegra de éste enferma y postrada en la cama.

Pongamos atención en los detalles, cómo actúa Jesús ante esta situación inesperada: Se acerca, se acerca a la enferma; y no sólo se acerca, la toma de la mano, la toca, (ahora, con la historia de la distancia social, apreciamos mejor todo lo que significa tocar y apretar la mano), y la levanta. El evangelista Marcos para contarnos que le ayuda a ponerse en pie, emplea el verbo levantar, que significa también resucitar: la levanta, la resucita, la devuelve a la vida.

Nos vamos a quedar aquí, sin más, mirando a Jesús, cómo trata a la enferma, qué hace para sanarla: cercanía, amistad entrañable, tenderle la mano y ayudarla.

Y después, vamos a traer a nuestro pensamiento, lo que tenemos a nuestro alrededor a causa de la perniciosa pandemia, y de otras circunstancias igualmente penosas: ¿Qué podemos hacer? ¿Qué estamos haciendo?

En estas circunstancias difíciles, y para muchos angustiosas, somos testigos de gestos de personas e instituciones muy en la línea de nuestro Señor Jesucristo: Sanitarios, ayudantes de sanitarios, científicos de laboratorios, autoridades públicas actuando lo mejor que saben y pueden, voluntarios arriesgados y generosos…, y la sociedad que en general se esfuerza por actuar responsablemente cumpliendo las normas.

¿Pero que pasa dentro de cada uno de nosotros, en nuestros pensamientos, en nuestro estado de ánimo, en los interrogantes que nos asaltan? Porque muchos se interrogan, nosotros mismos damos opiniones…

Dos gestos de Jesús podemos anotar desde lo escuchado en el evangelio de hoy:

En medio de toda la actividad de Jesús, de los amigos que le piden ayuda, de la gente que lo busca, Jesús saca tiempo, deja todo y se retira a orar. Cuenta con Dios, su Padre.

Nosotros contamos con los científicos y con los sanitarios, lloramos y exigimos, pero ¿Invocamos a Dios? En Dios vivimos, nos movemos y existimos, Él es Dios de vivos, y no de muertos, dice Jesús mismo. Él sostiene el esfuerzo de los sanitarios, alienta la inteligencia de los científicos, y la libertad y responsabilidad de cada uno de nosotros, ¿contamos con él? Pedimos su ayuda?

Y, un segundo gesto, tomado del ejemplo de Jesús: implicación personal y ayuda, imaginación para encontrar las maneras de demostrar amor real y voluntad de presencia, calor humano. Y supuesto que no se nos permite el abrazo ni el apretón de manos, podemos suplir la cercanía con la responsabilidad. Desde Dios y desde Jesús, en estas circunstancias, amor quiere decir responsabilidad.