domingo, 8 de noviembre de 2020

DOMINGO XXXII T.O. (A) (DÍA DE LA DIÓCESIS)


-Textos:

       -Sab 6, 12-16

       -Sal 62, 2-8

       -Tes 4, 13-18

       -Mt 25, 1-13

Por tanto, velad, porque no sabéis ni el día ni la hora”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¿Para qué estamos en la vida? ¿Os habéis hecho alguna vez esta pregunta? Si acudimos a la Palabra de Dios, que es la verdadera Sabiduría, y que hoy la encontramos en la parábola de las “Diez vírgenes”, que acabamos de escuchar, podemos responder: “En esta vida estamos para prepararnos para una boda”.

Cuánto tiempo, cuántas preocupaciones y también cuánto dinero empleamos cuando nos invitan a una boda. La fe cristiana nos dice que al final de la vida temporal, al final de los tiempos, se instaurará definitivamente el Reino de Dios, simbólicamente representado en un banquete de bodas de Cristo con su Iglesia en el cielo. A este banquete somos invitados todos los hombres. La invitación que nos hace Jesucristo es universal.

Pero en esta invitación hay un detalle muy singular y muy importante, esta invitación no tiene ni fecha ni hora. La invitación está hecha, y la boda y el banquete van a tener lugar con toda certeza y seguridad. Pero no se nos ha dicho ni el día ni la hora.

Se nos anuncia con antelación a todos para que estemos preparados.

Lo que pide Jesucristo con toda claridad y con toda seriedad es que estemos preparados, y bien preparados para la boda. Porque puede que el novio tarde en venir. Y es muy fácil que ante la tardanza a nosotros se nos venga el ánimo abajo y también la fe.

Algo de esto nos está pasando a muchos cristianos, y no cristianos, hoy en día. Muchos creyentes dicen: “Cierto que vamos a morir, pero vete a saber si hay algo después”. Y tanto creyentes como no creyentes sacan esta conclusión: “Comamos y bebamos que mañana moriremos”. Es decir, vivamos como viven los que se han desentendido de la Iglesia, de Jesucristo y de Dios; vivamos como nos pide el cuerpo y los intereses materiales.

A este modo de vida se llega, cuando no se piensa en la meta final a la que somos llamados, cuando nos rendimos a la tentación de creer solo en lo que se ve y se palpa, y cuando dudamos y desconfiamos de unas promesas que tardan en llegar, pero que las ha hecho Jesucristo mismo, que ha dado la vida por nosotros, ha resucitado y promete volver para juzgar a los vivos y a los muertos.

Jesucristo que es el novio, que ciertamente vendrá para celebrar el banquete de bodas del Reino, al que todos somos invitados en el evangelio que hemos escuchado.

Pero hemos dejado a un lado la cuestión primera: Si estamos en este mundo para prepararnos para esa boda, ¿qué tenemos que hacer?

La respuesta de Jesús es “Estad vigilantes, no os durmáis. Tiene la lámpara encendida y con aceite suficiente aquel que me sigue a mí, que cumple los mandamientos, las bienaventuranzas, las obras de misericordia…” Estos son los atuendos del traje de bodas, y los regalos que podemos presentar al novio, a Jesucristo, cuando llegue, para tomar a su novia, la Iglesia. Es decir, a todos los que le hemos seguido despiertos, vigilantes y con las lámparas encendidas. Él nos presentará elegantes y bien ataviados y ataviadas ante Dios, Padre, para celebrar el banquete.


Una pregustación, un anticipo, de este banquete es la eucaristía a la que ahora somos invitados.