lunes, 6 de enero de 2020

FIESTA DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR


Textos:

            -Is. 60, 1-6
            -Sal. 71, 1-2.7-13
            -Ef. 3, 2-3. 5-6
            -Mt. 2, 1-12

“¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!”
           
Queridas hermanas y queridos hermanos todos: Así, con este grito de ánimo y alegría comienza la primera lectura; así, hemos comenzado también la celebración en esa jubilosa y apacible melodía gregoriana que nos han cantado las hermanas.
           
El misterio de la Epifanía es el misterio de la Navidad, es el misterio de la manifestación del Señor tal como lo descubre la Iglesia, que escucha la Palabra de Dios, abre los ojos de la fe y queda deslumbrada  y henchida de gozo por lo que ha ocurrido en el portal de Belén.
           
Los motivos de esta alegría son dos: Jesús es el Mesías, el Salvador y, segundo, es Mesías y Salvador de todos, judíos y paganos y de la humanidad entera.
           
Jesús es, sin duda alguna, el Mesías y Salvador de todos los pueblos. Esto nos lo muestra San  Mateo contándonos el relato de los Magos de Oriente. Según la creencia popular, el nacimiento de un personaje importante iba unido al nacimiento de una estrella. Por eso Mateo relata con detalle el pasaje de los Magos, que investigan en la noche, ven la estrella, se ponen en camino, la siguen y llegan a Jerusalén y luego a Belén. Allí, en Belén, estos Magos paganos llegan a descubrir que el Niño no es sólo un personaje importante, sino que es el Mesías y salvador de todos los pueblos.

Pero la personalidad y el misterio de Jesús queda demostrada por su nacimiento en Belén. Jesús nació en Belén, y estaba predicho que el Mesías tenia que ser de la estirpe de David y nacer en  la pequeña, pero regia ciudad de Belén.

Todavía Mateo nos dice algo más y más sorprendente: La gente importante, las autoridades civiles y religiosas y, en general, el pueblo de Israel rechaza a su Mesías; mientras que los paganos, representados en los Magos, lo reconocen y lo adoran.

Podemos pensar en  el miedo de Herodes a perder el poder, o en la ofuscación de los jefes religiosos imaginando un Mesías restaurador del esplendor antiguo del templo o en  el pueblo llano esperando un líder político que empuñe las armas contra los dominadores. Lo cierto es que mientras Herodes y Jerusalén se turban y se ponen nerviosos ante la noticia de nacimiento de Jesús, los paganos experimentan una gran alegría y lo reconocen como Rey de los judíos.

Ante estas enseñanzas claras e interpelantes del evangelio de hoy,  bien podemos extraer algunas aplicaciones:

Hoy somos invitados, en primer lugar a un acto de fe: Jesús es realmente el enviado de Dios para salvar el mundo; él ha vencido a la muerte y al pecado, él es el camino, la verdad y la vida.

En segundo lugar, hoy somos invitados a un acto de adoración: la criatura que ha nacido de las entrañas de la Virgen María  en Belén es Hijo de Dios, es Dios de Dios, luz de luz. Los Magos nos muestran la postura adecuada ante él: adorarle a él, reconocerle, amarle y obedecerle. El es nuestro Dios; se ha hecho hombre, porque nos ama, nosotros creemos y lo adoramos.

En tercer lugar: hoy  somos invitados a dar testimonio de nuestra fe y a anunciar a todos que Dios existe, que Dios está presente entre nosotros, que tiene un rostro humano que es Jesús y que nos ha propuesto un programa de vida, el evangelio, que es el alma que puede animar la verdadera convivencia en este mundo y conseguirnos la vida eterna.