domingo, 28 de julio de 2019

DOMINGO XVII, T.O. (C)


-Textos:

       -Ge 18, 20-32
       -Sal 137, 1-3. 6-8
       -Col 2, 12-14
       -Lc 11, 1-13

Señor, enséñanos a orar”.

Queridas hermanas Benedictinas y queridos hermanos todos:

¿Qué planes hemos hecho cada uno para este tiempo de verano? ¿Hemos incluido aumentar el tiempo diario de oración, o hacer unos días de retiro, o buscar un lugar tranquilo que nos permita entrar dentro de nosotros mismos...? Qué buen proyecto para el verano, por ejemplo, dar lugar a encontrarnos de otra manera con la naturaleza, con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos?

Sea como sea, ojalá esta mañana nos salga del corazón y nos identifiquemos con la petición de aquel discípulo, que viendo a Jesús orando, le dice: Señor, enséñanos a orar”.

A Jesús sin duda le agradó esta petición y le responde con dos propuestas, la primera, enseñándoles una oración concreta, la segunda, dándonos una recomendación apremiante.

Esta mañana, a nosotros, Jesús nos enseña el “Padrenuestro”.

El padrenuestro contiene la esencia y el espíritu de toda la predicación de Jesús, es representativa cabal de todo su programa y de su misión. El padrenuestro revela quién es Dios para los hombres, quién es Jesús y cuál es su misión; la actividad más fecunda del Espíritu Santo en nosotros es dar lugar a que los bautizados recemos el padrenuestro con toda propiedad y con toda verdad.

El padrenuestro encierra en sí todo cuanto un cristiano puede pedir para su salvación”, dice S. Agustín. Es la oración de Jesús, es la oración de los hijos de Dios. La oración que Dios Padre escucha y atiende siempre.

La epístola de san Pedro nos dice que a veces “pedimos mal”, san Pablo en la Carta a los Romanos dice “que no sabemos pedir como conviene”. Si pedimos conforme al espíritu que se respira en el padrenuestro, nuestras peticiones quedan disponibles de la mejor manera, para que Dios Padre las acepte y las lleve a cumplimiento.

Después de proponer el padrenuestro, Jesús nos hace una recomendación apremiante:

Nos dice: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; y sigue con sorprendente insistencia: “Porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre.”.

Dos enseñanzas subyacen en esta recomendación tan insistente de Jesús: La primera habla de Dios: Dios, nuestro Padre, promete y se compromete a escuchar nuestras súplicas; y no sólo a escucharlas, sino a llevarlas a efecto y cumplirlas. La segunda se dirige a nosotros: Debemos pedir con insistencia y con perseverancia.

En resumen, Jesús nos enseña que no nos cansemos de pedir y de orar, y sobre todo, que pidamos confiando plenamente en Dios, que es padre nuestro, es fiel, nos ama y que ha prometido escucharnos.

Ahora, en la eucaristía, vamos a tener la oportunidad de rezar el padrenuestro en el ámbito más adecuado, en comunidad, y para disponernos a lo mejor, recibir a Jesús.