domingo, 16 de junio de 2019

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD


-Textos:
       
       -Prov 8, 22-31
       -Sal 8, 4-9
       -Rom 5, 1-5
       -Jn 16, 12-15

En virtud de la fe estamos en paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Nos hiciste, Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Son palabras célebres de san Agustín.

En el fondo, fondo, hermanos y hermanas: nuestras soledades secretamente sentidas, nuestras esperanzas y desesperanzas cantadas o silenciadas apuntan a Dios. Las prisas y los agobios de la vida a veces no nos permiten llegar al fondo de nuestro corazón y preguntarnos qué nos pasa. Pero nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Dios.

¿Qué podemos aprender de Jesucristo sobre esta experiencia tan universal? Él es la Sabiduría y “la luz del mundo, el camino y la verdad y la vida”. Él nos sorprende diciendo: “Te doy gracias Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y se las has revelado a los humildes”.

Es decir: Jesús habla con Dios y lo trata como Padre, y además revela cosas sorprendentes, dice: “Yo y el Padre somos una misma cosa”. En el evangelio de hoy dice otra novedad: “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena”. Es decir, Jesús habla también del Espíritu Santo, que viene del cielo.

Hermanos y hermanas: Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Dios. Y Jesús nos dice que Dios es Padre, él se dice Hijo igual al Padre, uno con el Padre, y él nos envía al Espíritu Santo, que viene de Dios y es Dios como el Padre y el Hijo.

Y Jesucristo, jamás dijo que hay tres dioses, siempre habló de Dios, como único Dios. Más aún, siempre habló de su Padre Dios, como un Dios lleno de amor y de misericordia: “Tanto amó Dios al mundo, que envió a su propio Hijo, para que el mundo se salve por él. San Juan, en su primera Carta, saca la conclusión definitiva: “Dios es amor”.

Hermanos: Reconocer al único Dios como Trinidad no es un galimatías, es descubrir que Dios es amor y, que, porque nos ama, nos abre de par en par su misterio íntimo y personal, para que le amemos.

Esto explica también en parte la vocación y el secreto de los contemplativos y de las contemplativas; el secreto de estas hermanas nuestras que nos abren cada domingo su iglesia para que compartamos lo mejor que tenemos los cristianos para compartir: la eucaristía.

Hoy domingo de la Santísima Trinidad es también la “Jornada pro orantibus”. Una Jornada para tomar conciencia que en el pueblo de Dios tenemos hermanas y hermanos que se sienten llamados a vivir dedicados principalmente a la oración. Impresionados por el misterio del Dios Trinidad que revela Jesucristo. Atraídos y “tocados” porque Dios sea una relación de amor infinito entre tres personas. Ellos y ellas han escuchado la voz de su corazón inquieto y quieren ver el rosto de Dios: “Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro”.

Y así nuestras hermanas contemplativas se convierten en el corazón orante y misionero de la Iglesia, como reza el lema de esta Jornada: “La vida contemplativa, corazón orante y misionero”.

Las comunidades monásticas y de clausura nos hacen un gran favor a la Iglesia y al mundo; su vocación y su forma de vida sacan a luz y ponen en valor esa voz del corazón que muchos tenemos olvidada y dormida, y que es la verdad más esencial de nuestra vida: “Nuestro corazón está inquieto y suspira por Dios”.

Y nos invitan a dar sentido a toda nuestra vida desde esa dedicatoria que culmina la plegaria eucarística de todas las misas: “Por Cristo, con él y en él a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria”.